Momentos críticos. Se agotan los recursos. Y aparecen los conejos de la galera.
En el Mundial, un jugador, Lionel Messi, echa mano de su magia y mantiene con vida a la Selección. En la economía, un ministro, casi el último que queda, Sergio Massa, apela a todo tipo de trucos con forma de beneficios sectoriales para tratar de conseguir el milagro de no devaluar, de que no se dispare más la inflación y de que no se frene la economía porque se queda sin dólares.
Ahí, de todas maneras, se termina cualquier vínculo de la política y la economía con la suerte del equipo de Scaloni, por más de que todos estemos embebidos en el desahogo por el triunfo 2 a 0 frente a México.
Por más que alguno traiga un estudio de la Universidad de Surrey en Inglaterra que asegura que los países que ganan la Copa del Mundo crecen un 0,25% extra los dos trimestres posteriores al título, o que otros recuerden que en 1978 la Argentina creció 6,9% y en 1986 un 7,1% y digan que un poco la euforia potencia el consumo y la mejora de la imagen internacional gatilla exportaciones, nadie cree en serio que pueda haber un escenario muy distinto para la producción, el trabajo y el bolsillo según lo que pase en Qatar, por más de que sea hermoso ganar y seguir con chances.
La Argentina camina por un delicadísimo equilibrio y ojalá hubiera un par de jugadas que pudieran cambiar la historia. Pero no, a toda la coyuntura de la falta de divisas, la completa el profundo desafío que tiene la sociedad de alguna vez dejar de convivir y poder bajar una inflación que coquetea con los tres dígitos, encima en un escenario político que suma incertidumbre.
Mientras los que amagan con llegar el año que viene oscilan entre recetas facilistas y giros que preanuncian un conflicto social jodido, los que todavía gobiernan a un año del final del mandato son una murga que de última se ató a la suerte de un tipo que hace pases de magia, con la falta de pruritos como su secreta fuente de hechizos.
El último as en la manga fue el sorpresivo lanzamiento de un blanqueo de capitales, como anunció durante un revelador discurso ante los dueños del capital en el Consejo interamericano del Comercio y la Producción, el jueves en el hotel Alvear.
Ahí, donde habló de cumplir con el FMI, de bajar el déficit fiscal y donde postuló que gastar más para ganar elecciones “atrasa”, presentó en sociedad su idea de perdonar obligaciones impositivas a los que declaren activos que le hayan escondido al Estado.
Como cuando amenazó con denunciar ante organismos anti lavado norteamericanos a los que fraguaron exportaciones, ahora el ministro blande un acuerdo de intercambio gubernamental de información con el Departamento de Estado. Su respaldo en la gestión pareciera que no es ni la Justicia argentina ni los organismos de control locales. Su marco institucional son los entes públicos de Estados Unidos, toda una toma de posición dentro de una alianza de gobierno como el Frente de Todos, presuntamente de centroizquierda, que a veces incluye entusiastas antiimperialistas.
Se supone que en un par de semanas tendrá cerrado un convenio con la Internal Revenue Service, la AFIP yankee, y logrará acceso a datos financieros de argentinos en aquél país. Bajo la posibilidad de descubrirles activos no declarados, los invitará a exteriorizar sus tenencias y traerlas al país para engrosar las reservas del Banco Central. La zanahoria de tener algún perdón fiscal es la contracara del garrote: si se encontraran fondos en negro de alguien que además participó en el blanqueo de 2017, podría perder aquellos beneficios también y quedar expuesto a una persecución penal.
Lo loco es que cuando se pregunta en el Ministerio de Economía sobre cuál es el proyecto del que habla Massa, indican que es “un proyecto que salió del Senado”. ¿Cuál? Se refieren al que presentó Oscar Parrilli bajo el pomposo nombre de “Fondo para la Cancelación de la Deuda con el Fondo Monetario Internacional”.
Tuvo media sanción en la Cámara alta y ahora espera tratamiento en Diputados. Propone abrir una ventana de seis meses desde su sanción para que se blanqueen capitales contra el pago de una multa que puede ir del 20 al 50% de monto exteriorizado según cuán rápido se adhiera. Por lo demás, se extinguen las obligaciones ante el fisco.
Hasta ahora, la oposición era la que -para descalificarlo- llamaba lista y llanamente “blanqueo” a ese proyecto ideado por el cristinismo en tiempos en que corría por izquierda a Martín Guzmán. Ahora es Massa directamente el que lo menciona de esa manera, aunque todavía sin dar más especificaciones. En el artículo 20 del proyecto Parrilli, se encomienda acelerar los acuerdos de intercambio de información con otros países. Ahí es donde estaría el plafón para el entendimiento que ahora se busca cerrar y que se avanzó en las últimas visitas del ministro a Washington.
No hay estimaciones serias sobre cuánto podría llegar a recaudar el Gobierno en una apuesta así. Macri, en el apogeo de su relación con los mercados, logró que se blanquearan US$ 120 mil millones, de los que la mayoría quedó en el exterior. “Ahora cualquier dólar suma”, dicen en el equipo económico que cuenta los días en funciones. Van 115.
La falta de credibilidad de la coalición de gobierno es un tema que juega en contra, lo saben, sobre todo en el mundo de los grandes estudios contables que en los últimos años hasta han recomendado a los más ricos a radicarse en Uruguay. El momento de la gestión, a un año del cambio de gobierno, también conspira contra las posibilidades de éxito. “Pero acá el tema es la información que nos dará Estados Unidos”, insisten en Economía.
En paralelo a esta idea, la varita de Massa ya había ideado otro mini blanqueo que también está más cerca de ponerse en marcha. Es el que surge del artículo 72 del presupuesto aprobado en el Congreso y que espera reglamentación, referido a permitirle a las empresas que usen dólares que no tengan declarados para comprar importaciones. Se trata de un reclamo de empresas medianas y pequeñas que están parando líneas de producción por la falta de acceso al mercado de cambios.
Campo: todo por aquí, todo por allá
Ahí va entonces Massa, siempre definido por los que más conocen su pensamiento económico como un hombre afecto a abrazar soluciones rápidas, habituado a creer que se pueden encontrar cajas donde nadie lo esperaba.
Y en el vacío que es el Frente de Todos, donde hay más ganas de desmarcarse que de bancar la gestión, el ex presidente de la Cámara de Diputados aprovecha el susto que se pegaron Cristina Kirchner y Alberto Fernández y pareciera tener carta blanca para hacer lo que quiera.
Por eso también ante la presión cambiaria de las últimas semanas y frente a la caída sostenida de las reservas para atender pagos externos de todo tipo, en otro chasquido de dedos volvió a favorecer al campo con un dólar especial más caro otra vez, en lo que se conoce como la reedición del “dólar soja” que se aplicó en septiembre.
En aquél momento se pagaron $200 pesos por cada dólar. Ahora, el monto se actualizó por inflación y se entregarán $230. Son los dólares que luego el Banco Central vende a $170 a la producción, en un costoso esfuerzo que se paga con emisión monetaria.
La necesidad no se detiene en la injusticia que implica garantizar más rentabilidad a un sector por sobre otros que también exportan. El objetivo es que entreguen exportaciones por US$ 3.000 millones hasta fin de año y le den algo de oxígeno a este momento tan de segundo tiempo y cero a cero amenazante.
La urgencia tampoco deja lugar a las advertencias de financistas como Christian Buteler sobre que los pesos que se impriman para pagarle las divisas más caro a un rubro de ingresos dolarizados pueden acicatear la inflación. No quieran saber no le pregunten a nadie porque sería un drama peor si como consecuencia de un beneficio particular hubiera un impacto generalizado en el precio de los bienes que paga todo el mundo.
Pero atención. Lo que Máximo Kirchner había denunciado como “el país de rodillas” frente a los sectores del agro cuando se llevaron su devaluación sectorial hace dos meses, esta vez incluyó otra ventaja más, por si hacía falta, específicamente para las grandes exportadoras del complejo sojero.
Todo por aquí, todo por allá, Massa les bajó las retenciones a la exportación de aceite y otros derivados de soja, dando marcha atrás con el incremento que en marzo se había dispuesto del 31 al 33% con el objetivo de financiar un fondo de compensación para el precio de la harina de trigo que voló por la guerra.
Bien como funciona esta gestión: la medida original no terminó de surtir efecto nunca y el pan aumentó de todas maneras. Ahora se deja sin efecto antes de que terminara su vigencia, ya que debía regir hasta el 31 de diciembre y todo vuelve a foja cero.
Lo cierto es que como por arte de Massa regresa el llamado “diferencial de exportaciones”, que puede llegar a significar unos US$ 500 millones a lo largo de un año para los agroexportadores más grandes como Cargill, Bunge, Dreyfus, ADM, COFCO o Glencore.
Para que se entienda: el hecho de establecer una alícuota más baja para los derechos de exportación que se aplica a productos derivados como el aceite se presenta como un estímulo a la producción con valor agregado, pero en realidad les permite a esos gigantes recibir un beneficio a costa del chacarero que le vende el grano. Le pagan la soja en pesos descontando una retención del 33% pero si luego la usan para hacer aceite terminarán pagando 31% y se quedan con la diferencia. Nunca nadie sabe a ciencia cierta cuánto termina siendo esa porción industrializada y ahí es donde hacían clink caja. Y ahora volverán a hacerlo.
Abracadabra al Fondo
Con las arcas del Central al límite, Massa viene apelando también a todo dólar que pueda aportarle la política exterior de la manera más rápida posible. Por eso viajó al G20 y anunció que “convencieron a China” de habilitar USS 5000 millones de un acuerdo de monedas que ya existía (swap) pero de libre disponibilidad para las reservas. La letra chica de ese favor, te la encargo.
Por eso machaca también con su vínculo con los organismos multilaterales, tratando de exprimir hasta el último crédito disponible, como se vio en las negociaciones con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Y por eso también aseguran en su entorno que hace tanto hincapié en que el costo de la guerra fue de US$ 5.000 mil millones para la Argentina y que el FMI debe comprenderlo. Hay quienes entienden que apuesta a convencer a sus autoridades a que por los efectos de la invasión de Rusia a Ucrania el Fondo le “perdone” el último pago que tiene que hacer la Argentina este año y le permita también sumar esos fondos a las reservas. Abracadabra a full. ¿Podrá?
La situación es crítica en el equilibrio entre no devaluar y juntar dólares para poder sostener la actividad económica. Diario Con Vos recibió en las últimas dos semanas mensajes de empresas metalúrgicas, textiles, químicas, alimenticias y de maquinaria agrícola con la misma frase: “Desde que se implementó el nuevo SIRA (sistema de importaciones de la República Argentina) no pudimos importar un dólar”. En una de esas compañías, en tanto, hasta recibieron la propuesta de intermediarios de “sacarle mercadería” a cambio de un 18% de comisión.
En el Gobierno aseguran que los problemas son menores. “Se ve en los números de importaciones”, apuntan. Las 60 empresas que participan del programa de Precios Justos, agregan, tienen el acceso a divisas garantizado.
Massa subrayó en el Cicyp que la economía crecerá también en 2023 y que lo hará por arriba del 2% que se fijó en el Presupuesto. Sin embargo, los números que se conocieron en estos últimos días plantean más dudas que perder el primer partido del Mundial:
- el Estimador Mensual de Actividad Económica cayó en septiembre 0,3% respecto de agosto;
- las importaciones de Bienes de Capital bajaron 5% también, y registraron caídas en 6 de los 9 meses relevados por el Indec;
- en octubre, los despachos de cemento cedieron 0,8% y el índice Construya se estancó (0% de variación);
- si bien la producción de acero aumentó 15% en octubre respecto del mes previo que había tenido paradas técnicas, la cámara del sector anota menos pedidos por el freno de la construcción y por el impacto de la sequía en la industria de sembradoras;
- el mes pasado, además, las ventas minoristas cayeron 3,2% y van cuatro meses consecutivos de bajas, según el relevamiento de la Cámara Argentina de la Mediana Empresa;
Como sea, la apuesta de Massa de congelar los precios por 120 días tiene toda la pinta de ser otro intento casi mágico de frenar el costo de vida. La apuesta más relevante para la conducción económica es la imposición de un tope del 4% de aumento para todos los demás bienes que no están dentro de la lista oficial. En la Secretaría de Comercio juegan al misterio y sugieren que la inflación de noviembre “viene muy bien”.
- ¿Empieza con 5?, preguntó este medio.
- Viene muy bien, insistieron, herméticos.
El diálogo fue antes de la alegría de Messi y compañía, así que no pudo haber estado teñido por el fervor futbolero. Como allá, la cosa recién empieza. El resultado está por verse.