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Columnistas

El hombre que se salvó del de bate

La mirada de un perro que te quiere debe ser una de las expresiones que más conmueven en la vida. Pareciera que te miran con cara de “no sabés la impotencia que me da no haber venido con la aplicación de hablar instalada, no sabés las ganas que tengo de decirte cosas lindas”.

Además, acompañan con movimientos más o menos ampulosos, de acuerdo al tamaño o carácter, pero siempre siguiendo una línea conceptual afectiva que deja en claro que sos todo para ellos. La frase tan básica y potente que se ha escuchado muchas veces, esa del “si vos te morís yo me muero atrás tuyo”, mereció haber salido de los ojos de un perro un sábado a las cuatro de la tarde, mientras observa a su amo insultar a la televisión sumergido en un sillón raído porque bombean a chaca sin escrúpulos, y por enésima vez.

El perro es la lealtad entre todas las lealtades. El gato, en cambio, tiene en su mirada un cheque sin fondos constante. Hago quince segundos de silencio para que me insulten tranquilos. “Vos no sabés nada”, “Si nunca tuviste gato no opines”, “Son más inteligentes que los perros y que vos”, “Los escritores tienen gato”. ¿Terminaron?

Cuando acaricio un perro me da un ataque de amor. Cuando acaricio un gato me da un ataque de asma. ¿Entendieron, o les hago un dibujito con salbutamol? Además, este es mi texto y lo uso como quiero. Y les juro que el gato desea que bombeen a chaca un sábado a las cuatro de la tarde para qué, mientras insultás a la tele, la quedes ahí mismo, y así tener más espacio, y una casa ahora sí propia para invitar a su pandilla.

Si, hoy me desperté extraño. No me gusta soñar sueños que no me representan. Yo jamás, en estado de conciencia y deseo de vida diurna, podría tener una farmacia homeopática para animales llamada “El gato con gotas”.

De ningún modo proyectaría eso, ni lo pondría en la lista de mis mayores anhelos, pero deberé hacerme cargo del asunto si mi cerebro anda en cualquiera. El local es grande, después de todo, y me muestra eminente y respetado. Está claro que tiene muchos años funcionando y quiénes traen a sus animales confían demasiado en mí. Eso me genera, en partes iguales, responsabilidad y también expansión de ego, a niveles que sólo un sueño puede aceptar.

En la ochava del comercio yo mismo había colocado una pizarra gigantesca, y con letra caligráfica me había esmerado para hacer saber que “Me llamo Diego, salí campeón, le curé la tos al tigre y la rabia al león”. Increíble. Me traían tigres con catarros y leones rabiosos y en “El gato con gotas” yo los curaba con homeopatía y amor.

La gente que ingresaba hablaba con mucha naturalidad de mí, ya que al parecer yo había sido célebre en el barrio de San Martin por tener un emprendimiento gastronómico llamado “La Jamonería de Vieytes”. Allí se podían pedir sandwichs preparados al momento y departir sobre actualidad, y todos recordaban que muchas veces el tono subía y ‘se picaba’.

¿Pero cómo había pasado de comercializar fiambres y panes a preparar medicamentos esenciales para mejorar la calidad de vida de felinos? Quizás, ahora que intento recordar lo más pegajoso del asunto, esas palabras o imágenes que suelen lucir más vagas o más difíciles de capturar ya despiertos, haya algo ahí, justo en la escena del señor que ingresó a mi Jamonería y me instó a que le hiciera un sándwich de salame cortado con motosierra, y que lo hiciera con pan de masa madre sí o sí.

Yo le decía que iba a ser imposible hacer las dos cosas, y el señor sacaba un bate de un bolso y muy enojado rompía mi negocio. Por suerte en el sueño yo podía escapar, y me ganaba el reconocimiento como “El hombre que zafó del de bate”.

Escapaba pero debía mutar, claro. Pienso que zafar del de bate puede ser un acto fortuito, aún en la vida onírica. Y siento que lo más difícil es vivir la vida sin que te alcance el debate, ya que eso se logra con unanimidad, y la unanimidad es para poquísimos. Me pregunto si para llegar a esa instancia hay que ser más o menos valiente, más o menos loco.

Me respondo que quizás la sutileza sea mezclar valentía con locura, pero la locura que arma al loco bueno, ese que se acostumbra a perjudicarse cada vez que puede, pero también a enfrentar aquello indiscutible.

Sólo hay algo más indiscutible que un Lionel. Es sumarle otro y que sean dos Lioneles. Entonces, como nos enseñó Tom Hanks en ‘Forrest Gump’, descubrimos una vez más que “La vida es como una Bombonera, nunca sabés lo que te va a tocar”. Es así, va el loco y rompe.

Y lo que te toca es una derrota que ni soñabas. De esas que se parecen a las cosquillas, porque no duelen pero te despiertan. Y nunca se está más despierto que un sábado por la mañana.

Me imagino en este momento a Marcelo Bielsa no sabiendo qué hacer con su triunfo, pues “El éxito es deformante, relaja, engaña, nos vuelve peores, nos ayuda a enamorarnos excesivamente de nosotros mismos. El fracaso es todo lo contrario, es formativo, nos vuelve sólidos, nos acerca a las convicciones, nos vuelve coherentes”.

Bielsa es loco. De esos que cuando ganan sienten que igual pierden. Algo así como lo que sentí yo, en El Gato con gotas, aquél día que fui campeón, curándole la tos al tigre y la rabia al león.

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