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Columnistas

Luis Federico Leloir, primer Premio Nobel de Química de Latinoamérica y segundo de ciencias

luis federico leloir

Luis Federico Leloir nació en París, el 6 de septiembre de 1906. Su madre había viajado con un embarazo bastante avanzado ya que su padre, que estaba enfermo, debía ser operado en un centro médico de la capital francesa. A pesar de los esfuerzos de la familia, su padre moriría poco después, en el mismo departamento de la avenida Victor-Hugo 81 en el que Federico acababa de llegar a este mundo.

Un par de años más tarde, volvería junto a su madre para radicarse en El Tuyú, una extensión de tierra de cuarenta mil hectáreas que pertenecía a su familia, ubicada en la zona costera entre Mar de Ajó y San Clemente del Tuyú. Allí pasó su infancia junto a sus ocho hermanos.

Aprendió a leer cuando tenía cuatro años por sus propios medios, con los diarios que había en su casa y desde muy chico se interesó por el estudio de la naturaleza. Pasó por varias instituciones a lo largo de su primaria y secundaria, primero en Buenos Aires ―Escuela General San Martín, el Colegio Lacordaire y el Colegio del Salvador― y más tarde en Inglaterra ―Beumont College―. 

Ciencia

Sin haber empezado aún su prolífica carrera profesional, Federico logró quedar en la historia, cuando mezclo mayonesa, kétchup, tabasco y coñac, para crear la famosa Salsa Golf. El nombre se lo puso porque el acontecimiento tuvo lugar en el Golf Club de Mar del Plata, donde se juntaba a comer con sus amigos.

Su primera experiencia universitaria la tuvo en el Instituto Politécnico de París con la carrera de Arquitectura, la cual abandonó rápidamente. Luego de eso, regresó a Buenos Aires y se inscribió en Medicina en la Universidad de Buenos Aires. Sus comienzos en esta carrera tampoco fueron auspiciosos, ya que, por ejemplo, tuvo que rendir varias veces Anatomía para poder aprobarla. Federico se definía a sí mismo como una persona de una inteligencia corriente, con una capacidad de trabajo normal, mediocre en los deportes, sin oído musical y con escasa habilidad oratoria. Graduarse, para él, no fue más fácil que para cualquier otro alumno.

Una vez recibido en 1932, comenzó la residencia en el Hospital de Clínicas José de San Martín y también ocupó un cargo de médico interino en el Hospital Ramos Mejía, pero no duró más de dos años. Se sintió decepcionado con el ejercicio de esta profesión, ya que las herramientas eficientes que tenían los médicos en aquella época eran escasas. Los antibióticos no se utilizaban todavía ―La penicilina acababa ser descubierta por Fleming en 1928―, apenas comenzaba a difundirse la anestesia y la gran mayoría de los fármacos que conocemos en la actualidad no se habían sintetizado aún.

Por esta razón, Leloir sintió que su trabajo sería más significativo si dedicaba a la investigación, y que mejor centro para el desarrollo de un científico que el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina, que Bernardo Houssay había creado hace no mucho. Casualmente, Federico había conocido a Bernardo por esos tiempos, ya que su prima ―la reconocida escritora Victoria Ocampo― era cuñada de Carlos Udaondo, un prestigioso colega y amigo de Houssay.

El propio Houssay recomendó a Leloir usar como tema para su tesis la acción de las glándulas suprarrenales en el metabolismo de los hidratos de carbono. Luego de dos años, Federico recibió un premio de la facultad al mejor trabajo doctoral. Y esta no fue la única ayuda que le brindó, sino que le dio dos consejos más que fueron claves para su carrera profesional.

Primero, le recomendó asistir como oyente a distintos cursos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, para profundizar sus conocimientos en Física, Matemática, Química y Biología, ramas que son fundamentales para el ejercicio de la investigación. Segundo, le sugirió que se vaya a trabajar a un prestigioso centro fuera del país, para familiarizarse con el método científico de frontera de aquel entonces.

Luis Leloir

En 1936 Leloir viajó a Inglaterra, para trabajar en la Universidad de Cambridge junto al Flamante premio Nobel de Fisiología y Medicina, Frederick Gowland Hopkins, quien había obtenido el reconocimiento de la fundación sueca por sus trabajos acerca de las acciones de ciertos compuestos fundamentales para nuestra salud, que hoy llamamos vitaminas.

Durante esta experiencia Leloir siguió trabajando con hidratos de carbono y la acción de algunas enzimas. Según él, esta experiencia cambió rotundamente su forma de concebir la investigación bioquímica. Un año más tarde, regresó a Buenos Aires para unirse al grupo de trabajo de otro reconocido médico que se desempeñaba en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina: Juan M. Muñoz.

Su trabajo se vio interrumpido en 1943, por orden de Pedro Pablo Ramírez ―presidente de facto de Argentina e integrante del movimiento autodenominado Revolución del 43― y el Instituto fue prácticamente desmantelado. Federico, junto a Houssay y otras personalidades destacadas, había firmado la carta que exigía a los golpistas la convocatoria a elecciones en pos de un gobierno democrático, así como también el apoyo a los países aliados en la Segunda Guerra Mundial.

Antes de exiliarse a EEUU, Leloir se casó con Amelia Zuberbühler, con quien tuvo sus cuatro hijos. Durante su estadía en Norteamérica, ocupó el cargo de Investigador Asociado en el departamento de Farmacología de la Universidad de Washington y tuvo el privilegio de trabajar con los Cori, el matrimonio que compartiría el Nobel de 1947 con Houssay.

En 1945 regresó a la Argentina y volvió a trabajar en el Instituto que estaban formando los investigadores cesanteados por la Revolución del 43, que funcionaba en el sótano de la Facultad de Medicina. Dos años más tarde, consiguieron financiamiento para sus trabajos a cargo del empresario textil Jaime Campomar, que puso a Leloir como director, por consejo del entonces líder de aquel grupo, Bernardo Houssay.

Fue en el flamante Instituto de Investigaciones Bioquímicas de la Fundación Campomar, que Federico y su equipo ―Ranwel Caputto, Enrico Cabib, Raúl Trucco, Alejandro Paladini, Carlos Cardini y José Luis Reissig― llevaron a cabo las investigaciones que le valdrían el Premio Nobel de Química de 1970, por sus trabajos sobre el metabolismo de los hidratos de carbono.

Leloir

Para empezar, fueron los primeros en investigar con células aisladas y no en órganos enteros, cosa que hasta ese momento se creía imposible. Además, impulsaron una revolución bioquímica al esclarecer el almacenamiento y la liberación de energía, que invitaban a creer que todos los mecanismos de este tipo que ocurren en nuestras células pueden ser estudiados, comprendidos y regulados. Todo esto, con bajo presupuesto y, muchas veces, con instrumentos caseros.

En 1957 murió Campomar y el instituto quedó sin financiación. La Fundación Rockefeller y el Massachusetts General Hospital, ofrecieron a Leloir emigrar a EEUU y trasladar a su equipo allí, pero él se negó rotundamente. La ayuda del Estado Argentino llegó un año más tarde, cuando el gobierno ―nuevamente de facto― de Aramburu creó el CONICET y nombra a Houssay como presidente. Bernardo invitó a su colega y amigo inmediatamente al directorio.

Hacia fines de la década del 50, Federico firmó un acuerdo con Rolando García, decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, para crear un Instituto de investigaciones bioquímicas, en el que estudiarían muchos jóvenes científicos desde ese momento a la actualidad. En este, Leloir seguiría propiciando avances en el estudio del metabolismo de los hidratos de carbono y en enfermedades en los que están involucrados, como la galactosemia―intolerancia a la lactosa―.

En 1968 el gobierno de México le otorgó el Premio Benito Juárez, la Universidad Nacional de Córdoba  un doctorado Honoris Causa y el Vaticano la membresía de la Pontificia Academia de las Ciencias. En 1970 se convirtió en el primer latinoamericano en conseguir un Premio Nobel de Química y el segundo en conseguir uno de Ciencias, por los trabajos mencionados sobre los nucleótidos que participan en el metabolismo de los hidratos de carbono. 

“Gané un premio importante, pero perdí mucho: la tranquilidad”, dijo cuándo los periodistas lo abordaron a la salida de su casa porque ganó el Nobel. Con su bajo perfil y sencillez, Federico siguió trabajando en el laboratorio hasta el último de sus días. El 2 de diciembre de 1987, cuando acababa de llegar a su casa, sufrió un ataque al corazón y falleció. El día de su sepelio, todo el país estuvo de luto.

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