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Columnistas

Florentino Ameghino, el primer científico mundialmente reconocido de nuestro país

Ameghino

Florentino Ameghino nació el 19 de septiembre de 1853 en la ciudad de Moneglia, cerca de Génova, en el norte italiano. Tenía un año y medio cuando su familia lo mandó a Luján, a instalarse ahí, en la provincia de Buenos Aires. El curioso espíritu del futuro científico cayó en el lugar ideal, la zona en la que Francisco Javier Muñiz, algunos años antes, había hecho los primeros avances en paleontología de nuestro país.

Ameghino se educó en la escuela local, en la que flotaba aún el legado de Muñiz y talvez fue por eso que desde muy chico se interesó por los fósiles que abundaban en la cuenca del río Luján. Como la paleontología en Argentina era algo muy novedoso en ese entonces, a Florentino le costó encontrar respuesta a todas sus preguntas en los profesores. Uno de ellos, Carlos d’Aste, que se sorprendió por su precoz aptitud, lo mandó a estudiar francés a la capital para que pudiera leer la obra de los naturalistas más famosos como Lyell o Gervais, que no estaban publicados en idioma español.

En 1869, con tan solo 15 años, consiguió un puesto de subprefecto en la escuela de Mercedes, lo que le permitió continuar con sus tareas autodidactas en ciencias naturales y realizar sus primeras excavaciones en la cuenca del río Luján. El célebre naturalista Burmeister, que en ese entonces ya estaba nacionalizado argentino y era director del Museo de Ciencias Naturales, se burló de estos primeros trabajos del joven, pero no pudo hacer mella en su tenacidad. A partir de estas experiencias, Florentino escribió su obra prima La Antigüedad del Hombre en el Plata, en la que expone un sagaz análisis de la geografía y fósiles de la llanura pampeana, y sería publicada recién en 1880 (dos tomos de 600 páginas).

Por esos años, Florentino ingresó a la flamante Sociedad Científica Argentina ―fundada en 1872―, forjó relación con los científicos más destacados de ese momento ―como Zeballos, Holmberg, Moreno― y publicó algunos trabajos sobre restos de humanos y otros mamíferos que databan del periodo cuaternario, en revistas como Journal de Zooloqie de Paul Gervais. Al ver que cosechaba reconocimientos y prestigio, decidió hacer un viaje a Europa, para empaparse de la ciencia de punta en aquel momento.

En la exposición de París, conoció a los naturalistas más reconocidos del viejo continente y les compartió sus trabajos, muchos de los cuales llamaron la atención de las revistas más prestigiosas de EEUU y Francia. Presentó también unas memorias en el Congreso de Antropólogos de París y en el de Americanistas de Bruselas. En colaboración con Gervais escribió Los Mamíferos Fósiles de América Meridional, que se sumó a los ya publicados La Formación Pampeana y La antigüedad del Hombre en el Plata.

Cuando regresó a Argentina en 1881, con menos de treinta años, ya era un científico mundialmente reconocido. A pesar de que no tuvo ningún título universitario por su formación autodidacta, comenzó a dar clases de las distintas disciplinas que trabajaba en las universidades de Córdoba, La Plata y Buenos Aires. Como este sueldo no alcanzaba para costear sus investigaciones, Florentino abrió una librería que atendía junto con su familia. En el fondo de este local escribió Filogenia en 1884, otra de sus grandes obras, en la que exhibe su adhesión a la revolucionaria ―Y hasta entonces poco aceptada― teoría evolucionista de Lamarck, que sería luego pulida por Darwin.

A mediados de la década, Francisco Pascasio Moreno ―popularmente conocido como Perito Moreno― lo contrató como Secretario Subdirector del Museo de La Plata y a su hermano Carlos ―que había sido entrenado por él― como naturalista de campo y Ayudante Preparador de Paleontología. A partir de tres expediciones al río Santa Cruz lideradas por Carlos, Florentino publicó el descubrimiento de 122 nuevas especies desconocidas hasta ese entonces.

A pesar de los prolíficos trabajos de los dos hermanos, la relación con Moreno fue deteriorándose hasta volverse insostenible. En 1887 Florentino le pidió autorización para publicar una versión ampliada de las especies que acababa de descubrir y también algunas imágenes en otros medios gráficos. Tras la negativa de Moreno, los hermanos Ameghino decidieron renunciar, pero antes se llevaron buena parte de la colección obtenida en sus expediciones. Producto de este conflicto, Florentino y Carlos fueron exonerados del Museo de La Plata, medida que entre otras cosas les prohibía a ambos la entrada.

Los hermanos siguieron haciendo expediciones por su cuenta, pero ahora tenían que competir por los fósiles con los trabajadores de campo que ocuparon sus puestos en el Museo. Esto hizo que tuvieran que evitar filtraciones de la información que conseguían y en muchos casos cambiar el nombre de la localidad en la que se había hecho un hallazgo o informarla con un nombre codificado. A este conflicto encabezado por dos de los científicos más celebres de ese entonces se lo conoce como “La Guerra de los Huesos”.

En 1889 obtuvo la medalla de bronce en la Exposición Universal de París por la publicación de otra titánica obra: Contribución al conocimiento de los Mamíferos Fósiles de la República Argentina. Esta obra tenía tantas nuevas especies en relación a las que había en todo el mundo, que los nuevos naturalistas de EEUU y Europa tenían que venir a la Argentina a consultarla si querían estar actualizados en la materia.

Entre fines del siglo XIX y principios del XX, volvió al estudio de nuestro territorio y escribió otros dos libros: Las secas y las inundaciones en la Provincia de Buenos Aires ―una obra de culto entre los meteorólogos sobre cómo aprovechar el agua de las lagunas encadenadas de Buenos Aires― y Formaciones sedimentarias del Cretáceo Superior y del Terciario de Patagonia.

En 1902, producto de la muerte de Carlos Berg, fue designado director del Museo de Historia Natural de Buenos Aires y dedicó los últimos años de su vida a lo que era su gran pasión, la antropología. Ameghino propuso que el origen del Homo Sapiens se había dado en Sudamérica y que por el territorio argentino habían andado los primeros hombres, que convivieron con la megafauna.

Hoy en día sabemos que todos los Homo Sapiens evolucionaron en África y desde allí migraron hacia cada rincón del planeta. Sí tuvo razón en que los hombres que habitaron Sudamérica en ese entonces coexistieron con los grandes mamíferos como el Diente de Sable y el Megaterio, solo que él estimó que estos fósiles ―al igual que los de los humanos― eran mucho más antiguos de lo que en realidad eran. Recordemos que hasta ese momento no se había inventado el carbono catorce que es la técnica por la que sea hace la datación en la actualidad.

A pesar de que se demostró que muchas de sus propuestas fueron erradas, Florentino Ameghino fue una verdadera usina de producción de información científica, mucha de la cual posibilitó las teorías que están hoy vigentes. Sus obras completas incluyen 24 volúmenes de entre 700 y 800 páginas, en las que se describen ―entre otras cosas― cerca de 9000 especies extintas, la mayoría descubiertas por él. Mi Credo, la concepción del universo según un filósofo científico, uno de sus últimos libros en el que presenta su cosmovisión agnóstica que no le rinde culto a otra cosa que no sea el conocimiento, se considera la primera obra de filosofía científica escrita en Latinoamérica.

Florentino murió en La Plata, el 6 de agosto de 1911. Cuando a Sarmiento le preguntaron por él, este respondió que era “un paisano de Mercedes que aquí nadie conoce, pero que es admirado por los sabios del mundo entero”.

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