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Ciencia

Ramón Carrillo, el impulsor del sistema de salud que todavía nos enorgullece

Ramón Carrillo nació un 7 de marzo de 1906, en Santiago del Estero. Cuando, a los 18 años, terminó la secundaria, viajo a Buenos Aires para estudiar medicina en la UBA. Ya en la carrera, se interesó por la neurología e hizo sus primeros pasos en investigación participando en los trabajos de Manuel Balado, un eminente neurocirujano de la época. A los 23 años se graduó como el mejor alumno de su promoción y recibió la medalla de oro. En 1930 obtuvo una beca para especializarse en neurología y neurocirugía en Europa, lo que le permitió viajar por Holanda, Francia y Alemania, para formarse con los médicos de los centros más avanzados que existían en aquel entonces.

Cuando regresó a Argentina en 1933, el país acababa de entrar en uno de los períodos más oscuros de su historia: la década infame. En los años que tardó en llegar a cargos públicos, Ramón se dedicó a la docencia y la investigación científica. Conoció a varias figuras emblemáticas de aquella época, como Homero Manzi ―quien había cursado la escuela primaria con él―, Arturo Jauretche, Rául Scalabrini Ortiz y los hermanos Discépolo. Se dice que el contacto con estos exponentes de la cultura y representantes de la corriente nacionalista fue lo que forjó el compromiso social que lo acompañaría durante toda su carrera política.

En 1937 Ramón sufrió una enfermedad aguda ―a la que sobrevivió gracias a la dedicación de su médico y amigo Simón Chichilinsky―, que le dejó cefaleas e hipertensión que crecerían con el tiempo. Ese mismo año recibió el Premio Nacional de Ciencias.

En 1939, fue convocado para organizar el servicio de neurología del Hospital Militar Central. En este cargo conoció a pacientes de distintas realidades económicas y zonas del país, lo que le permitió hacerse un mapa de las enfermedades de cada región. Así comprendió que muchas de ellas podrían palearse mejorando las condiciones sanitarias y la higiene doméstica, el acceso a la atención primaria y la educación. Un enfoque muy moderno que desarrolla en su libro Teoría del Hospital, que hoy conocemos como Medicina Preventiva y permite obtener grandes resultados con una inversión modesta. Le gustaba decir que quería ver los hospitales vacíos.

Conoció durante esta función al General Juan Domingo Perón, que fue quien lo catapultó al mundo de la política. Perón le habría dicho, “Mire Carrillo, me parece increíble que tengamos un Ministerio de Ganadería para cuidar a las vacas y que no haya un organismo de la misma jerarquía para proteger la salud de la gente. Cuidamos más a las vacas que a los pobres”. En 1946, lo puso al frente de la Secretaría de Salud Pública, que se convertiría en Ministerio tres años más tarde, reforma constitucional mediante.

La obra

En su gestión al frente de la Secretaría y luego Ministerio de Salud, que concluyó en 1954, Carrillo promovió algún que otro avance. Se construyeron 21 hospitales con una capacidad total de 22.000 camas ―incluyendo los policlínicos de Avellaneda, Lanús, San Martín, Ezeiza, Catamarca, Salta, Mendoza, Jujuy, Santiago del Estero, San Juan, Corrientes, Entre Ríos y Rosario―, se impulsó la fundación de EMESTA ―la primera fábrica nacional de medicamentos― para producirlos a bajo precio y se otorgó incentivos económicos para los laboratorios nacionales.

También se levantaron más de 200 centros de atención sanitaria y alrededor de 50 centros de especialización a lo largo del país. Se preparó un tren sanitario que recorría todo nuestro territorio durante cuatro meses al año haciendo análisis clínicos y radiografías, atención médica y odontológica, en lugares donde nunca antes había llegado un profesional de la salud.

Durante este período se estableció la gratuidad de la atención de los pacientes, se hicieron campañas de vacunación obligatoria ―para ingresar a las escuelas y hacer trámites― y programas de educación sanitaria. Medidas que, en conjunto, ayudaron a bajar drásticamente la incidencia de algunas enfermedades ―sífilis, tuberculosis, chagas, viruela, difteria―, erradicar otras ―malaria, tifus y brucelosis― y bajar la mortalidad infantil a la mitad.

Cuando Perón le pidió la renuncia ―por las constantes críticas abiertas que Carrillo hacía al peronismo y su enfrentamiento con el vicepresidente Teisaire―, varios de los ambiciosos proyectos que estaba ejecutando quedaron truncos, como el Elefante Blanco ―que pretendía ser el hospital más grande de Latinoamérica― y la ampliación del hospital psiquiátrico Borda. Aun así, el número de camas a lo largo del país había pasado de 66.300 (en 1946) a 132.000 (en 1954).

Eva Perón y su fundación tuvieron un rol preponderante en esta obra monumental. Propuso ideas como el tren sanitario, las escuelas de enfermería y los torneos de futbol para jóvenes, en los que hacían revisaciones médicas para detectar prematuramente problemas de salud. La propia Eva fiscalizaba personalmente los hospitales públicos, disfrazándose de “grasita” ―como ella decía― para controlar el tiempo que tardaban en atenderla.

Nada describe mejor su visión que estas frases por las que es recordado: "Los problemas de la medicina como rama del Estado, no pueden resolverse si la política sanitaria no está respaldada por una política social. Del mismo modo que no puede haber una política social sin una economía organizada en beneficio de la mayoría." y "Solo sirven las conquistas científicas sobre la salud si éstas son accesibles al pueblo."

Ocaso y muerte

La interna en el peronismo no era lo único que lo molestaba a Carrillo. Por ese entonces, la hipertensión arterial maligna que lo había aquejado desde su evento agudo en 1937 empeoró y decidió viajar a EEUU para tratarse. Al principio contó con una beca para dar conferencias y asesorías, pero un nuevo golpe de estado a manos de la “Revolución Libertadora” lo dejó sin financiamiento y no tuvo otra alternativa que conseguir empleo.

Fue contratado por una empresa estadounidense llamada Hanna Mineralization & Co que explotaba una mina en Brasil a poco más de cien kilómetros de Belém do Pará. Además de su labor en la empresa, Carrillo buscó dar una mano en todo momento al hospital de la universidad local del lugar llamado Santa Casa de Misericórdia do Pará. Al principio le dijeron que no podían emplearlo, pero no tardaron mucho en enterarse de quien había sido.

Una vez que conocieron sus pergaminos científicos y políticos, lo llamaron para dar asesoría, clases y conferencias, tanto en el hospital de la universidad como en algunos otros de la región. Lamentablemente los lugareños no pudieron disfrutarlo mucho tiempo. A menos de un año de llegado, en marzo de 1956, tras hacerse un estudio, le informó a su mujer que le quedaban 9 meses de vida.
El 20 de diciembre de 1956, transcurrido el tiempo exacto que predijo, Ramón Carrillo murió en Belem do Pará, a la edad de 50 años. Sus restos fueron repatriados recién en 1972 por el presidente de facto Agustín Lanusse.

Es difícil concebir el impacto que tuvo su obra, la mejora en la calidad de vida que significa para los habitantes de nuestro país y las muertes que se evitaron desde entonces hasta hoy. Lo que sí sabemos es que fue uno de los principales responsables del sistema de salud pública que tenemos hoy en día que, a casi 70 años del fin de su gestión, sigue siendo una de las cosas que más nos enorgullecen a todos los argentinos y las argentinas.