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Opinión

El pesado imperativo de ser una buena víctima

Rubiales y Jenni Hermoso

Jenni Hermoso se corona campeona del mundo junto con sus compañeras y, en medio de los festejos, recibe un pico por la fuerza de parte de la máxima autoridad del fútbol en su país. El rechazo que se levanta en redes sociales es inmediato.

En su momento ella sostiene que el beso no le gustó pero que no quiso desviarse de la celebración, al poco tiempo remarca que fue un hecho abusivo a través de un comunicado emitido por su sindicato y sus compañeras se bajan en masa de la selección hasta que el autor del beso forzado renuncie. La expresión de un cambio de perspectiva, la materialización en hechos del famoso “los tiempos cambiaron”. Hasta que a alguien se le ocurre filtrar videos de ella riéndose y manteniendo un trato amable con el presidente de la Real Federación.

Primero, Luis Rubiales sale a decir que el pico que le encajó a Jenni Hermoso es algo “natural” dentro del equipo y reconstruye la escena con la frase “Yo le dije: '¿un piquito?'. Y ella me dijo 'vale'”. La futbolista, que hasta entonces optó por manejarse a través de su sindicato, usa sus propias redes sociales para negar que ese diálogo haya existido. Pero no alcanza.

En refuerzo del relato de la situación consentida elaborado por el presidente de la RFEF acude una seguidilla de videos en los que las compañeras de Hermoso hacen chistes sobre el pico y la jugadora le relata la situación a una de ellas después de mirar la foto mordiéndose los labios, comentando “Madre mía”. La situación, no está demás señalar, se da en los momentos inmediatamente posteriores al triunfo, entre cervezas y cantos mientras vuelven del estadio donde acaban de consagrarse campeonas del mundo.

En principio, algunas preguntas: ¿Que Jenni Hermoso se haya permitido enfocarse en el festejo con sus compañeras es suficiente para convertir lo que primero fue una clara situación de acoso en una simple “polémica” al mejor estilo de las noticias de espectáculos? ¿Que haya relatado la situación sin, pongamos, quebrarse en lágrimas o en cualquier otra expresión de dolor explícito en el acto le arranca el título de víctima de una acción abusiva? ¿Que sus compañeras hayan bromeado sobre la situación invalida el balance y la toma de postura que manifestaron más tarde, ya por fuera del contexto festivo y habiendo decantado la situación con el paso de los días?

Cuando algunos dicen, y no sin fundamento, que “los tiempos cambiaron”, aluden posiblemente a los días no muy lejanos en que el acoso no era señalado socialmente como tal y las justificaciones del abuso manifestadas en el clásico “y bueno, mirá cómo estaba vestida” dominaban la escena. Dicen algunas personas que los clásicos no mueren, sino que se reversionan: el feminismo empezó a hablar de consentimiento, y también empezaron a hacerlo quienes pretenden desestimar a las mujeres que denuncian abuso.

“Ella quiso”. O “Le dije ‘¿un piquito?’ y ella dijo ‘Vale’”. O “Vídeo de Jenni Hermoso en el avión de vuelta que demuestra la gran mentira”, esto último en boca de un grupo de sacados que no para de arrobar a la futbolista en Twitter cuestionando que se haya reído y diciéndole cosas como “quiero que vayas a PRISIÓN”. Mientras tanto, en los Tribunales cada vez más defensores de abusadores sacan la misma carta: fue consentido, ella quería, no la vemos sufriendo.

En este escenario, no alcanza con reconocerse como objeto de un acto abusivo (algo ya de por sí difícil en términos de costo emocional), sino que encima hay que probar con evidencia clara, detalles y pormenores impolutos que el acto fue explícitamente forzado.

Si en algún momento sonreíste, perdiste. Si te permitiste festejar un título después de eso, perdiste. Si estabas borracha, medio que también fuiste, porque era tu responsabilidad cuidarte y no responsabilidad del abusador no violar. Si no hiciste ninguna de estas cosas, pero tampoco hay registros de forcejeos, gritos y golpes, perdiste también. Como perdías antes ante el ojo implacable de la opinión pública si tu pollera había sido demasiado corta.

Ahora, ¿De quiénes es, a quiénes representa y de dónde salió el punto de vista que implica sentar sobre el banquillo a la mujer que denuncia y volcarle encima una lluvia de frases del estilo “ah, pero vos…”?

Como la idea no es entrar en una discusión tuitera ni mucho menos, van algunos puntos que podrían contribuir a mirar la situación desde la que en muchos casos es la perspectiva de las mujeres que sufren acoso, abuso u otros tipos de violencia:

- La Fundación Igual a Igual hizo, precisamente en España, un estudio sobre el tiempo que suelen tardar las víctimas en verbalizar los abusos. El promedio fue de ocho años y ocho meses (pero que Jenni Hermoso no haya corrido a los gritos en dirección a una comisaría en el preciso instante del pico ya es prueba suficiente para “demostrar la gran mentira”).

- La tardanza tiene que ver, en general –y esto ya no se desprende necesariamente de los estudios sino de la experiencia de varias mujeres- con que lo que socialmente dimos en llamar abuso, lejos del imaginario popular, no siempre pasa bruscamente, bajo la forma “pura” de algo inmediatamente identificable como violento.

De hecho, algunas se atreven a decir que en la mayoría de los casos el acoso y el abuso sexual se dosifican y naturalizan de forma tal que quienes lo reciben, razonablemente, tardan en advertir la situación y más aún en asumir el costo emocional que implica reconocerse a una en ese lugar. Y sí, a veces tardan años o, incluso, ni quieren denunciar, porque total quién me va a creer.

- En relación con esto último Malena Derdoy, directora de la Dirección general de Acompañamiento, Orientación y Protección a las Víctimas (DOVIC), sostuvo en conversación con este medio que “la no credibilidad de la víctima” sigue siendo el eje central de las miradas misóginas que persisten en el ámbito judicial (hablando desde la Ciudad de Buenos Aires). “Como si alguien tuviera ganas de meterse en el sistema de justicia penal porque está aburrida. Cualquier persona que ve un sistema de justicia penal de adentro sabe que nadie entra voluntariamente ahí, es porque no queda otra”, comentó.

- La jurista estadounidense Catharine MacKinnon ilustraba la mirada masculina de la Justicia de la siguiente manera: “Ellos dicen ‘sólo quería ser afectuoso, quería mostrarme amistoso y coquetear un rato’ y nosotras nos sentimos manoseadas. Criticamos la idea de que (el abuso) se reduzca a la palabra de la mujer contra la del hombre: pero en realidad es la perspectiva de ella contra la perspectiva de él, y la ley fue escrita desde la perspectiva de él. Si él no lo consideró forzado, no es forzado, lo que equivale a decir que sólo las ideas masculinas sobre qué es lo que nos viola sexualmente como mujeres son ilegales”.

- Lo mismo que pasa en el sistema judicial se ve en la opinión pública, en los medios y en todos los ámbitos de discusión, y es esta misma mirada la que exige constantemente una “víctima perfecta” capaz de individualizar al instante algo tan normalizado e instalado como el abuso.

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