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Columnistas

Límites

límites

Como una continuación de la última columna en donde planteaba cuándo decir que sí y cuándo que no, vuelco aquí algunas ideas que me surgieron de situaciones que se presentaron con mi hija de siete años.

Algo que sucede a esta edad es que se planten negándose ante una cosa que les pedimos que hagan. Y esta plantada pareciera no aceptar fundamentos. Incluso cuando aplicamos los conceptos de la crianza respetuosa. Les decimos por qué hay que lavarse los dientes, cuáles son las consecuencias de no higienizarse, les explicamos que si no se cortan las uñas pueden dañar a alguien, en fin, las cuestiones pueden ser muchas. Sin embargo, no aceptan. Incluso les anticipamos las decisiones como indica el manual, pero se nos queman los papeles cuando vemos que se quedan firmes en su decisión y no se mueven de ahí. ¿Qué hacemos entonces?

En primer lugar, creo que es importante analizar caso por caso. Y ahí evaluar si podemos ceder y cuáles serían las consecuencias. Por ejemplo, podríamos ver que, si no se quiere bañar por dos días seguidos en alguna oportunidad, no pasa nada. O si no se quiere poner la campera, que no se la ponga. Pero he notado que en pos de no entrar en conflicto, termino cediendo en cuestiones que no la ayudan a ella.

Hay que estar finos en cuándo marcar el límite. Porque quizás nos ponemos duros simplemente para no perder poder, o como decía recién, la dejamos pasar para no lidiar con un berrinche. Por eso acá no queda otra que preguntarnos sinceramente de dónde viene nuestra postura. La respuesta está en nosotros. Y luego de ceder o no, puede ser interesante mirar para atrás y ver las consecuencias. Reconocer que a veces nos equivocamos como también observar los resultados positivos de instalar un borde.

Es delicada la cuestión porque con lo que permitimos o no, vamos moldeando la personalidad de nuestros hijos. Y si actuamos desde un lugar automático, probablemente estemos repitiendo patrones que nos dijeron y que creemos equivocadamente que parten de nuestro discernimiento.

Buen tema también para ver qué límites nos ponemos a nosotros mismos. En qué nos hacemos los distraídos para no salir de un lugar de confort, o qué no nos permitimos hacer por una moralidad que nos ata y no nos es útil, por ejemplo.

Pero enfocándonos en el límite que imponemos con nuestros hijos, que es algo que me viene costando, no queda otra que sostenerlo. Y estar alineado para que no se meta un enojo. Es una prueba difícil, pero es inherente al rol de padre o madre. Cuando estamos seguros que tienen que hacer lo que les decimos, la calve es sostener desde una firmeza que no incluya agresividad. Claro que esa situación puede hacer que se nos cambien los planes personales. Por ejemplo: le decimos que si no se quiere cambiar la ropa que está usando hace 48 horas no va a ir a un cumpleaños. Nuestra hija o hijo no quiere hacerlo y el hecho de que no vaya al cumpleaños hace que desaparezcan esas horas que teníamos libres para un trabajo importante. El tema es que, si no cede y finalmente no va, tendrá una enseñanza profunda. En cambio, si cedemos en pos de que no cambien nuestros planes, no la estaremos ayudando. Con la primera opción, nos quedaremos en casa con sus llantos, pero la próxima vez tendrá la referencia de lo sucedido y se pondrá la ropa limpia.

No es una cuestión de castigo. Porque por más que no nos quieran hacer caso, cuando el límite es claro para nosotros, tiene que estar acompañado todo el tiempo con fundamentos y amor. Y si bien está claro que no tendremos esas horas libres, le habremos hecho un bien a nuestra hija o hijo.

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