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Columnistas

La paciencia

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Durante los últimos siete años, durante el crecimiento de mi hija, he experimentado etapas que me pusieron a prueba como padre y como persona. Situaciones arquetípicas que se repiten hasta que le encontramos la vuelta o simplemente se van para que vengan otras. En el camino, muchas veces estuve sin respuestas o sin saber bien cómo accionar.

Ahora que miro para atrás, veo cómo esas vivencias ponen a prueba nuestra paciencia, entre otras cosas. Creo que uno de los puntos clave para encarar esas situaciones críticas es recordar que todo va a pasar. Desde ahí uno puede encontrar cierta tranquilidad para encarar situaciones que parecen excedernos. Y si nos ponemos tensos e intolerantes, lo único que hacemos es aportar nerviosismo y demorar el aprendizaje que traen esos momentos para nosotros y nuestros hijos.

Por ejemplo, yendo a los primeros años, me parecía una tarea muy complicada ayudar a mi hija a que se duerma. Mi impaciencia conspiraba en contra de que conciliara el sueño. De hecho, había desistido de hacerlo y recién cuando ella tenía cuatro años encaré el desafío. Lo hice de otra manera, con más tranquilidad. Y cuando vi que de esa forma ella se quedaba dormida plácidamente, pude experimentar cómo una situación que me provocaba rechazo, se convertía en un instante mágico y de amor con mi hija. Y fue muchísimo más fácil de lo que mis pensamientos y resistencias me hacían creer.

Algo parecido sucedió cuando tenía más o menos cuatro años, en donde entró en una etapa de pegar. No sucedía todos los días, pero casi. Si algo no le gustaba, reaccionaba pegándome. Trataba de tomar esa situación con calma, pero rápidamente llegaba a un punto en que me era imposible. Estaba ante una complicada porque, si bien debía poner límites, había que hacerlo no desde el enojo personal. En esos momentos, afloran cuestiones propias que no han sido trabajadas y terminamos volcándoselas a nuestros hijos. Y como muchas veces lo resolvemos desde el enojo, entonces se vuelve a repetir una y otra vez, haciéndonos creer que así será por mucho tiempo.

No nos damos cuenta que si aplicamos la paciencia, va a pasar más rápido. Ahora la gran pregunta es: “¿cómo se hace?”. Pienso que, en primer lugar, como dije al principio, recordando que esos instantes críticos no son eternos y cuando nos queramos dar cuenta, serán solo un recuerdo. También, tener en claro que no es solo una cuestión referida al crecimiento, sino que está íntimamente ligada a nuestra energía y manera de actuar. Y mientras más nos enojemos, más tardaremos nosotros y nuestros hijos en superar esa etapa.

Tengamos bien en cuenta que nuestros hijos e hijas son un verdadero espejo de cómo está su entorno y, sobre todo, cómo se encuentran mentalmente los seres que más interactúan con ellos y ellas, es decir, padre y madre. Podemos hacernos los desentendidos y explicar las desregulaciones como propias de la edad. Por un lado, es cierto, pero en un alto porcentaje incide nuestro estado de conciencia. Podemos ayudar a nuestros hijos y también a nosotros con una llave que no falla: la de la paciencia. 

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