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Columnistas

La pantalla de la vida

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¿Cómo hacemos para que nuestros hijos no se peguen a las pantallas? Esta es una pregunta a la cual le sigo buscando la vuelta y de a poco voy encontrando algunas respuestas positivas cuando las pongo en práctica. Es uno de los grandes temas que también nos interpelan a nosotros y a nuestra forma de interactuar con las pantallas. Desde ahí podría partir uno. Porque es una contradicción bajar línea acerca de lo nocivo que es para la mente estar mucho tiempo frente a la compu viendo un dibu, por ejemplo, cuando al mismo tiempo que lo decimos no paramos de mirar en el celular la nada misma durante todo el día.

Por eso creo que la tarea es doble y empieza por nosotros. Darnos cuenta que nuestra hija queda desregulada luego de ver una hora y media de pantalla, nos puede llevar a preguntarnos si no estamos en la misma, pero nos hacemos los boludos. Nos ponemos mal cuando nuestros hijos hacen un berrinche cuando decidimos que es hora de cortar con las pantallas y la verdad es que si por alguna razón nosotros no podemos acceder a ese chupete electrónico también nos ponemos mal. Se cae Instagram o Whatsapp y quedamos afectados.

Hace un tiempo decidí estar más conectado con lo que yo llamo “la pantalla de la vida”. Mirar hacia adelante la maravilla del holograma en el cual estamos y tenemos la bendición de ser parte, en vez de estar bajando la cabeza para scrolear boludeces. En mi caso, tuve que cambiar de laburos. Sigo usando la compu y el celu, pero en una porción ínfima en relación a cómo venía y todo se siente mucho mejor. Y al estar menos tiempo con un aparato en la mano, creo que estoy más habilitado para hablarle a mi hija acerca de lo que le producen las imágenes de un dibu en donde los colores y la manera frenética en la cual suceden las acciones hacen mella en su psiquis.

Recientemente volví a recurrir a un simple método que tiene que ver con explicar por qué no puedo darle el celular o dejar que esté pegada a la pantalla por horas. A veces nos olvidamos que con la palabra y sin enojarnos, podemos decirles lo que les sucede en la mente al estar expuestos a tanto estímulo visual. Quizás subestimamos su poder de comprensión, cuando lo cierto es que son capaces de entender todo. Por más que veamos que no les importa el por qué, estoy convencido que la justificación es clave. Por ejemplo, decirles que ver pantallas a la noche hace que las imágenes afecten sus sueños y descansen mal. Encontrar las palabras para que les llegue el mensaje. Probablemente sigan enojados, pero estoy seguro que la data que les tiramos les llega y por más repetitivos que seamos, es por ahí.

También me gusta mucho remarcar lo positivo del estado de juego en “la pantalla de la vida”, en donde somos nosotros los protagonistas de las historias. No estamos pasivos frente a una tele viendo lo que sucede. En “la pantalla de la vida” decidimos todo el tiempo. Creamos y sentimos. Recordarles lo bien que la pasan en esas situaciones con amigos y amigas. Hacer hincapié, estimular y proponer salidas a la naturaleza para que en la práctica se demuestre lo lindo que se siente vivir. Y remarcar esto cada vez que podamos. No solo cuando queremos que no agarren el celular. Por ejemplo, después de unas horas de juego en el parque, recordarles en ese momento, cuando todavía la vivencia sigue fresca, que ahí sí no hay límites de tiempo y que en definitiva es muchísimo mejor y más divertido que estar frente a una pantalla.

Primero, aprovechemos el desafío y empecemos a despegarnos nosotros. Y luego, nunca dejemos de dialogar. Para que sientan la gran diferencia de vivir plenamente en la verdad, observando, jugando y experimentando el misterioso regalo en el cual estamos desde que nacimos.

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