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Columnistas

Sommelier de calesitas

calesitas

Con la experiencia que he recolectado en los últimos años me siento autorizado para hablar de la materia “Calesitas”. Junto a mi hija, hemos recorrido calesitas tope de gama, como las de Ituzaingó y Paseo de la Infanta que tienen dos pisos, y otras más humildes, como las de General Rodríguez y Francisco Álvarez, que giran a paso de tortuga.

Pero más allá de si está bien cuidada o no, si tiene uno o dos pisos, si hay variedad de vehículos o caballos para subirse, creo que la clave de todo, lo que determina si está buena o no, es la tarea del sortijero. Un ser humano que maneje con destreza y empatía la sortija puede hacer que una calesita pedorra se convierta en algo genial. No es una tarea fácil, porque aparentemente está haciendo lo mismo durante horas y todo se vuelve muy rutinario. Pero nos hemos cruzado con grandes sortijeros que entienden el juego a la perfección. En este aspecto voy a remarcar a dos que se desenvuelven con solvencia.

La primera es la sortijera de la calesita de la Plaza Balcarce, en Nuñez. De todo lo que he visto es la más completa. Sabemos que ellos y ellas deciden finalmente quién se hace con la sortija, más allá de algún niño o niña que muestre destreza y la agarre pese a que no le tocaba. Esta señora lo hace con ecuanimidad y sentido común determinando quién se gana una vuelta más cada vez que la calesita comienza a girar. No hay injusticias ni lugar para reclamos. Por ejemplo, si tu pibe o piba se subió siete veces, lo más probable es que saque dos veces la sortija. Y acá el arte está en hacerle creer a la criatura que fue él o ella quien consiguió ese logro. Y para coronar, todo lo acompaña con una sonrisa y bailes mientras suenan de fondo los clásicos infantiles de siempre.

También quiero destacar al sortijero de la calesita del Parque Chacabuco. Si bien no es tan carismático como la mujer que mencioné, tiene algo que hipnotiza: su muñeca. La hace girar con una soltura sorprendente, lo que produce que sea un verdadero desafío sacar la sortija. Es un gran tiempista. Pareciera que tiene un cronómetro interno porque ofrece la sortija el tiempo justo sin escatimar. No se saca la tarea de encima como hacen otros que no voy a mencionar para no mandarlos en cana.

Yendo a lo negativo de las calesitas, ya va siendo hora de sacar los tanques para que los niños se suban y jueguen a la guerra. Es cierto que la mayoría ni se da cuenta lo que significa, pero ya no da. Supongo que es un quilombo retirarlo para meter a un Minion o a Goofy, por ejemplo. Y, de hecho, ningún calesitero lo va a hacer. Los entiendo, pero me sigue resultando chocante.

Otra cosa que sí es más fácil cambiar y que me parece bastante choto, es la música que tienen algunas calesitas. Si es algo infantil, está todo bien. Más allá de que nos gusten unas canciones más que otras, es lógico que suene eso. Pero hay calesitas que pasan Reggaeton, por ejemplo, y mientras tu dulce niño o niña suben y bajan en un caballo calesitero, se escucha a Bad Bunny cantar: “… me chupa el lollipop, solita se arrodilla…”. No va.

Como consejo, entonces, les recomiendo que observen atentamente a los sortijeros. Ellos son el alma de los carrouseles. Las piezas clave. Las personas que finalmente determinan si vale la pena o no darse unas buenas vueltas arriba de una calesita.

Foto: Franco Fafasuli

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