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Columnistas

De tal palo tal astilla

de tal palo tal astilla

“Se emplea para referirse a las personas que imitan o adquieren algunas características o cualidades de sus padres o del entorno en el cual crecen o se crían”. Este es uno de los significados que aparece en Google cuando uno busca el refrán “De tal palo tal astilla”.

¿Nos damos cuenta verdaderamente que nuestros hijos e hijas nos miran a cada instante? Nuestros movimientos y nuestras palabras son recibidas mucho más atentamente de lo que creemos por esa mente que se está formando y que nos tiene de referentes. Y no solo cuando les hablamos directamente a ellos o a ellas. Si, por ejemplo, alguien en la calle hace algo que no nos gusta y nos enojamos reaccionado violentamente, se les instalará una información muy distinta a si reaccionamos de una manera amable.

Lo mismo sucede con las palabras que empleamos. Constantemente escucho cómo padres y madres normalizan el insulto estando frente a sus hijos. Es cierto que, si toda la vida hablaron puteando, resultará difícil que no lo sigan haciendo. Ser conscientes que sus hijos los escuchan y los copian es una oportunidad para empezar a cortar con ese automatismo barato y nocivo que se viene arrastrando desde hace años.

Y así podemos seguir enumerando unos cuantos ejemplos, pero donde observo que hay que estar más atentos que nunca para que el “De tal palo tal astilla” se desarrolle de manera virtuosa, es en nuestro estado de ánimo.  Ahí está gran parte de la clave de la sanidad del vínculo con nuestros hijos. Personalmente, noto con claridad que mi estado energético repercute directamente en mi hija. Si arrastro algún enojo, indefectiblemente se hará patente en ella. Si, por el contrario, me encuentro centrado y liviano mentalmente, le trasladaré este estado a nuestro ida y vuelta, y seguramente tendremos un día apacible y lleno de juegos y risas. Este espejo instantáneo que expone crudamente en qué frecuencia nos encontramos, es un muy buen punto de partida para trabajar nuestra mente y limpiarla de miedos. Porque los enojos no son otra cosa que miedos. Y la recompensa de terminar con ese negativismo que a veces nos invade, es ni más ni menos que vivir en armonía con nuestros hijos e hijas sin pasarle una carga que no les pertenece. Porque no es de ellos. Es algo nuestro de lo cual no nos estamos haciendo responsables.

¿Pero cómo hacemos para ir hacia el polo positivo? No queda otra que indagar profundo en nuestra psiquis. Pero profundo en serio. ¿Alcanza con ir al psicólogo? Es mejor que no hacer nada, pero creo que la terapia tradicional se queda corta. ¿Dónde buscar entonces? Siento que, para ir real y sinceramente a fondo, hay herramientas más efectivas, pero ese es otro tema para hablar largo y tendido.

Lo cierto es que, si no estamos haciendo nada por nuestra salud mental, entonces usemos la observación de nuestros hijos para arrancar y veremos que vale la pena indagar en nuestra psiquis.

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