¿Cuánta responsabilidad tendrá el boludeo en fade de la política económica de esta administración en lo que posiblemente se imponga como un giro radical a la derecha en las próximas elecciones?
Es una pregunta que surge sola al término de una semana en la que convivieron la nueva peor inflación del gobierno de Alberto Fernández y sus explicaciones repetidas con la discusión sobre cuánta sangre correrá o cuánto se dinamitará todo con las reformas que proponen las distintas variantes de la oposición.
La conferencia de prensa del secretario de Comercio, Matías Tombolini, de unos 8 minutos en la desapacible tarde del viernes tras conocerse el dato de 7,7% de inflación el mes pasado es una muestra: dijo en varias oportunidades que es hora de “profundizar la rigurosidad” de los controles a los formadores de precios y graficó con ejemplos los aumentos por fuera de lo acordado que se dan en los supermercados chinos y almacenes de cercanía. Además repasó los montos de multas aplicados hasta ahora. Todo lo que podría tomarse como una argumentación sobre lo que no surte efecto ante el problema pero que se presentó como el camino en el que se insistirá pero más fuerte.
El 28 de marzo de 2021, el Presidente concurría a C5N y cuando el costo de vida rondaba el 4% mensual daba la misma argumentación: “Los supermercados venden el 30% de lo que se consume, el 70% corresponde a supermercados chinos o locales de barrio que no tienen el cuidado que tienen los grandes supermercados con los precios”.
Dos años después y con el ritmo de aumentos en el doble, el Gobierno no tiene otra cosa que decir que bueno, la gente compra en otros lados y no solo en Coto, Carrefour o ChangoMás y que entonces no podemos controlar todo. El loco punto donde los señalan la concentración económica como el origen de todos los males se lamentan porque la cosa no estuviera aún más concentrada. Es el tipo de devaneos que acompañaron en este tiempo otras reflexiones al límite del ridículo como que tenemos las expectativas tan desbocadas que la cosa es “autoconstruida”, como también ha dicho el jefe de Estado.
Como si no fuera evidente que se esquiva a hablar de la responsabilidad de lo que no se hizo o de lo que hoy se hace desde la Casa Rosada frente a la cuestión.
Son respuestas que se suman a que estamos sufriendo el impacto de la sequía, algo que es cierto pero que pierde credibilidad cuando se lo pega a las menciones de que nos está golpeando la la guerra en Ucrania o la salida de la pandemia como respuesta a todo, como si no fuera evidente que se esquiva a hablar de la responsabilidad de lo que no se hizo o de lo que hoy se hace desde la Casa Rosada frente a la cuestión.
Además, son explicaciones con pinta de excusa porque en el mundo se empieza a ver que la aceleración del costo de vida ya no es una cuestión generalizada y que incluso en la región está retrocediendo. En marzo, Brasil tuvo 0,71% de inflación y la interanual bajó de 5,6 a 4,6% desde marzo de 2022. Bolivia acumula 0,19% de inflación en el trimestre (sí, leyeron bien) tras un -0,1% en el mes pasado aún en medio de turbulencias financieras. Y Chile, por caso, que venía de una inflación de dos dígitos, cerró marzo en el 11,1% interanual, 9 décimas menos que el mes previo, tras un dato de 1,1% en el tercer mes del año.
El economista Nadin Argañaraz, además, recuerda que el ranking mundial mensual nos ubica primeros cómodos en el 7,7% con Turquía en segundo lugar con el 2,3% y más atrás Portugal con el 1,7% y luego Perú que aún con un Gran Hermano permanente de presidentes igual tiene 1,3%. Si metiéramos a Venezuela, que está en otra galaxia con más de 500% interanual, en el mes la medición desaceleró a 4,2%.
¿En serio con esta evidencia que se repite en el tiempo vamos a seguir comprando la idea de que tenemos un destino inflacionario porque acá se combinan la mala leche de la meteorología con una conspiración que incluye a empresarios malos más los secuaces de Yolanda Duran y las decisiones de Vladimir Putin?
Planes y monedas
La principal conclusión que con humildad debería asumir la mirada más progresista o nacional y popular o de centro izquierda o whatever es que cuando recibís una inflación de más del 50% como herencia el punto de partida no puede ser nunca más el ir tratando de apaciguar la cosa. Debería ser un análisis que incluya algunos temas tabúes, como la pregunta clave del kirchnerismo originario de por qué el costo de vida que era un dígito bajo en 2003 terminó en 25 en 2015.
El aprendizaje a esta altura es que el ir llevándola te lleva puesto. Aún cuando hay factores exógenos que te ayudan o te hunden, todavía resuenan las frases del jefe de Estado contrario a los planes económicos del comienzo del mandato y da vergüencita, bronca y ganas de agarrarse los dedos con la puerta.
Los países que nos rodean con gobiernos de todos los colores lo que hicieron fue sostener algún tipo de plan, de medidas que procuren la consistencia macroeconómica a lo largo del tiempo.
Como en el pasado hubo gente que la pifió feo vendiendo planes, se llegó a la definición de que ni hay que tratar de armar un programa que enfrente un problema estructural como la inflación de dos dígitos que lleva casi dos décadas, sino directamente negar la herramienta. Como si en su tiempo el Austral o la Convertibilidad no hubieran sido fucking planes que por un tiempo funcionaron. En fin.
Es un drama, porque acá mismo los países que nos rodean con gobiernos de todos los colores lo que hicieron fue sostener algún tipo de plan, de medidas que procuren la consistencia macroeconómica a lo largo del tiempo. Ahí se esconde con el correr de los años el secreto para una inflación baja, que es otra forma de decir, el secreto para tener moneda.
Por si no está dicho de forma explícita, cada mes que pasa con un dato de inflación más duro, estamos ante la ratificación de la sentencia de muerte del peso, la constatación de que la Argentina se convirtió en un país sin moneda. Un diagnóstico que condiciona todo. La política pública más distribucionista que implicará gastar más para los más vulnerables no dura nada porque lo que se entrega empieza a perder valor al instante, porque no hay moneda. Y así.
Pero en todo caso serán cuestiones para la discusión a futuro o para hacerse el harakiri si lo que dicen las encuestas se confirma: un vuelco de la población a opciones que van desde Patricia Bullrich a Javier Milei. Por suerte los sondeos han fallado fuerte últimamente, así que ojalá ahora no se les dé por acertar.
La escalera que asusta
Como sea, a menos de nueve meses del fin del mandato se profundizan los problemas de una experiencia de gobierno fallida. Primero tropezó hasta el límite con internas que hacían todo lento, contradictorio y mal. Y ahora acumula los costos del intento de administrar el contexto con el objetivo de que no explote todo pero que va cosechando pequeñas explosiones en materia de precios, mientras hay tensiones sociales que se repiten hoy en un colectivo, mañana en una protesta en la autopista y pasado en una pueblada.
En el Banco Central tenían el consuelo de que la medición propia les anticipaba un abril para el orden del 6% hasta hace una semana, como para decir que la escalada frenó, en niveles altísimos pero frenó. Pero en la nochecita del viernes ya empezaban a imaginar otro mes de la gran siete (cuac, reír para no llorar). “El arrastre alto de marzo, con la emisión del dólar soja 3 te juegan en contra”, dijeron fuentes del directorio a este medio.
Además, el hecho de haber decidido también un dólar de $300 para las “economías regionales” también puede tener impacto inflacionario en bienes básicos, desde la carne y la leche hasta el té o la yerba y el azúcar. Por eso está en análisis una marcha atrás parcial que deje afuera con una resolución los productos alcanzados en el decreto original.
La medición de la consultora LCG del rubro alimentos y bebidas sumó drama: en la segunda semana de abril la comida trepó un 2,9%, el mayor aumento de la gestión Fernández, incluso superior al de la semana sin ministro, cuando renunció Martín Guzmán. La escalerita asusta: los incrementos fueron del 1,7% en la última semana de marzo, del 2,5% en la primera de abril y ahora de casi 3.
¿Qué pasaría con los bancos si se anticipa un triunfo de alguien que propone liquidar el Banco Central que los regula e incluso ir a una dolarización con muy pocas divisas?
Asoma el degradé de lo malo, lo peor o lo horrible y casi que escribirlo así como así da más miedo aún.
El “éxito” de este momento sería contener una espiralización de las variables, con proyecciones de inflación que se mueven del 100 al 120% anual y una recesión muy probable que llegará justo a las puertas de las típicas turbulencias cambiarias preelectorales, que ahora es posible que se traduzcan en suba de los dólares paralelos, con más impacto en precios and so on. Cómo será la cuestión, que la deuda récord heredada con el Fondo Monetario Internacional hasta pasa a segundo plano, porque el organismo está dispuesto a cambiar las metas que sea para llegar al cambio de gobierno.
Después del 10 de diciembre, en tanto, aparecen los vaticinios que estremecen.
Los analistas políticos miden el nivel de conflictividad que pueda tener un paquete de cambios laborales, previsionales y de reducción de gasto público que una oposición fortalecida apruebe en el Congreso en 2024.
Y los economistas, en tanto, se ponen a evaluar las consecuencias en la transición de un crecimiento serio de la variante libertaria. No miran sólo qué pasaría con el dólar si eventualmente Milei quedara con pinta de próximo presidente después de las PASO. El escenario incorpora un nuevo temor: ¿qué pasaría con los bancos si se anticipa un triunfo de alguien que propone liquidar el Banco Central que los regula e incluso ir a una dolarización con muy pocas divisas?