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Columnistas

Pa, ¿cuándo llegamos?

aburrimiento

El viejo y no querido “¿cuándo llegamos?” de nuestros hijos que retumba adentro del auto en un viaje largo, sigue vigente en el 2022. Es cierto que ahora está la posibilidad de clavarle un celular con dibujitos. Mi regla es que, si el viaje dura más de una hora, se puede ver un capítulo. Pero cuando termina, al minuto se vuelve a escuchar el clásico: “¿cuándo llegamos?”. Y si nuestra respuesta es un automático: “falta, hija, falta”, entonces a los cinco minutos indefectiblemente llegará otro: “¿cuándo llegamos?”.

Y ahí me he dado cuenta que hay una oportunidad. Para mi hija y para mí. Un excelente momento para cambiar el concepto de aburrimiento. Porque cuando veo que se aburre, lo más probable es que al poco tiempo surja un juego, un juego propio, creado por su mente. Que se genere ese espacio de “no entretenimiento”, es clave para que asome la creatividad. Mientras un niño o una niña ven pantalla, no hay lugar para la inventiva. En cambio, si la pantalla es la infinita película de la vida, se abre un campo fértil para ir hacia cualquier lado. La mente a esa edad está conectada con la verdad y lo que más quiere es jugar, así que instintivamente va a ir en busca de ello. Si la necesidad es jugar para no aburrirse, habrá un acto en consecuencia.

Acá también aparece una oportunidad para nosotros. Podemos sumarnos al juego o proponer uno y recuperar esa magia que también está dentro nuestro. Un viaje directo al niño interior. Meter unos “veo veo”, adivinar el último número de las patentes de los autos que vienen de frente o también largarse a crear un juego nuevo con todas las posibilidades que están delante de nuestros ojos combinadas con la capacidad creativa de nuestra mente. Hace poco metí una variante y surgió el “veo veo cantado”, un golazo al ángulo superior izquierdo. También tengo otros de mi autoría que son más largos de explicar, pero si me escriben a mi Instagram @diegopanzamiller, se los cuento con gusto.

El tema es que cualquiera puede y tiene la capacidad de crear. Y más en el aburrimiento. Es cierto, muchas veces hay que vencer una barrera que aparece instintivamente. Y ahí es bueno preguntarse, ¿jugamos siendo adultos? Sigue siendo nuestra esencia, sigue estando la verdad en el juego, pero a veces no la vemos porque vamos atrás de vaya a saber uno qué zanahoria inventada que nos roba el tiempo.

Y si encima podemos hacerlo con nuestros hijos o hijas el regalo es doble. Me resulta fascinante prestarle atención a mi hija de seis años y medio en el momento creativo. La manera en la que va hilando los pensamientos, sin límites, sin ruido mental, con el disco rígido limpio, a punto caramelo para mandarse a lo que sea.

Solo hay que estar atentos al momento en donde nos expresen esa sensación de aburrimiento. Atentos para no hacer. Para dar espacio a la nada, a ese vacío que es el caldo de cultivo de la creatividad. Porque con tantos estímulos que tienen adelante pareciera que aburrirse es algo malo y lo mismo nos pasa a nosotros que enseguida manoteamos el teléfono. Y cuando menos nos demos cuenta, el tiempo habrá pasado y lo próximo que dirá nuestra hija será: “¿Pero cómo? ¿Ya llegamos?”.

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