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Columnistas

Entrenar la nada

nada

Me llama mucho la atención la voracidad del ego en edades muy tempranas. Lo veo desde hace un buen tiempo en mi hija que ahora tiene siete y en amiguitos y amiguitas. No hay espacio para la tranquilidad. Apenas se produce un momento de quietud, aparece un pedido para rellenar ese vació. Desde solicitar ver un dibujito hasta los clásicos “me aburro” o “¿a qué jugamos?”.  Saber habitar la nada sin la necesidad de estímulos debería ser una de las bases de la educación. En las escuelas esto no existe.  Habiendo prácticas milenarias y efectivas como la meditación y el yoga, por mencionar algunas, no se entiende por qué no forman parte de lo que se enseña. Más teniendo en cuenta que aquello que se aprende de chico, se instala con fuerza para toda la vida.

También resulta hipócrita pretender que el niño o la niña experimenten la paz mental cuando los adultos estamos muy lejos de eso. Y más hoy en día en donde el bombardeo tecnológico nos tiene atrapados haciéndonos actuar como marionetas. Si nuestros hijos o hijas nos ven en ese estado, es lógico que imiten y recreen lo que les mostramos. Y más con algo tan a mano como el teléfono.

Este alimento que busca el ego para mantenerse entretenido conspira en contra de la creatividad. El ruido mental no ayuda. ¿Qué podemos hacer entonces? Si hay valor, sacarlo del sistema educativo tradicional y buscar una escuela viva o libre. Pero entiendo que es complicado aún si tenemos esa decisión ya que, en ese caso, tanto padre como madre deben estar de acuerdo. Pero más allá de este tema sensible y delicado, creo que podríamos aportar no cediendo automáticamente al pedido del niño, sobre todo cuando se trata de la pantalla. Es la fácil, la que nos saca del conflicto. Bancar ese berrinche proponiendo algo que lo reemplace o, inclusive, sin buscar otra opción. Que suceda la nada. Teniendo en cuenta que todo pasa. Si nuestros hijos están un tiempo sin estímulos, lo más probable es que esa voracidad no satisfecha que dio paso a un enojo, se calme de a poco. Y ahí probablemente aparecerá algo genuino y creativo que provenga de la mente de la criatura. Evitar la tormenta es un impulso que nos sale en automático. Por ahí se trata de atravesar y vivir un rato en la tormenta para que surja algo virtuoso.

De paso, nosotros también podemos aprovechar para auto observar nuestro ego voraz. Por ejemplo, cuando sacamos automáticamente el celular apenas sucede ese atisbo de vacío. Bancar ahí el impulso y experimentar la quietud concentrándonos conscientemente en la respiración, por ejemplo. Saber que si nuestros hijos nos hablan y nosotros ni siquiera les respondemos porque estamos con los ojos en una pantallita, estamos bajándole una data que no es gratis. La presencia de la mirada de los niños nos puede ayudar a darnos cuenta del poder y las consecuencias de nuestros actos, no solo en nosotros sino también en ellos y ellas.

Y sepamos que hay una recompensa detrás de lograr aquietar los pedidos constantes del ego. Solo basta experimentar ese silencio para sentir en la mente y en el cuerpo la maravilla de simplemente vivir por un rato en la nada.

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