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Columnistas

Y aquí estamos viviendo, a pesar de todo

Foto: Tico_cid

A veces el mundo se hace tan escueto que no cabe la salida, y con la punta de los dedos intentamos dibujar un abismo sobre el que caminar haciendo equilibrio. Y medimos, con cautela e inexactitud, un salto mortal para después descubrir, en la caída, cuán alto estábamos. Volver aunque nunca nos fuimos, desangrarnos a causa de un pensamiento, y hundirnos en torres de pensamientos. Por favor, no me digas qué camino tomar; yo camino en la oscuridad. A veces es así: apostar todo a la misma puerta y después, si es necesario, derribarla. El deseo no atrae nada, pero nos acerca a todo.

El futuro ya pasó. Quizá el problema no radicaba en la laguna mental, en el forzoso acto de abandonarlo todo vaya uno a saber a raíz de qué accidente, sino, en cambio y sencillamente, en algo más chato y dramático: en la falta, la carencia, la liviandad de quien jamás ha sido un amasijo de pensamientos. Después de todo, qué hermoso es encontrar gente con pasiones; quizá al final del día solo me interese eso: las personas apasionadas dispuestas a caminar en un arrebato y sin aliento a través del fuego cruzado, si sólo por allí se logra alcanzar el crimen perfecto. Es el mundo el que intenta día a día, con la constancia del paso del tiempo, convencernos de que no, de dejarlo, de que la incertidumbre es un cáncer y no, en cambio, el aire con el que se mantiene vivo todo. Si no voy a ocupar el lugar que vislumbré, entonces dejaré el hueco más grande jamás visto.

Es necesario, y probablemente sea lo único que vale realmente la pena en esta vida, romperse por un sentimiento: correr contra esa pared tosca e inquebrantable sabiendo, con toda la certeza que cabe en este mundo, que eventualmente todo acabará destrozado. Y después, sí, volver a armarlo (armarnos) de una manera diferente. Quizá, después de todo, de eso se trate la vida: de armar rompecabezas suplantando las piezas faltantes con imaginación, acomodándonos como el agua al contorno, a cada una de nuestras torturas y desdichas para encontrarnos, tarde o temprano, armándonos sin la obtusa limitación de lo preexistente.

Es la obsesión la que no me permite dar la vuelta y volver. Ni dinamitar las presunciones, ni ahogar en actos, las fabulaciones. Y aquí estamos viviendo, a pesar de todo, escribió la poeta India, Rupi Kaur. No se cede al tercer intento, no se cambian los números del boleto, no debería estar permitido bailar en silencio. A veces, mirar atrás, es la mejor manera para entender a dónde vamos. Y otras, cargados de expectativas, como ateos creyendo por un ratito en Dios, solo hacia adelante encontramos las herramientas para descifrar cómo salir de la oscuridad, sin mapas y con los ojos vendados. Hay que morir demasiadas veces antes de despertar. Al final, yendo despacio, nunca aprendemos a frenar.

Y entonces: pensar, y tocar los pensamientos con la mano, obsesionarse con ellos, señalarlos para no perderlos, volver a ellos a pesar del mundo, del dolor, de los golpes, pensarlos e insistir, resistir en ellos como quien vence una tentación, como quien ya no distingue entre el desvelo y el sueño, entre el consuelo y la oportunidad, entre el tropiezo y la caída. Pensarlo todo como una cura, con la sinceridad del que nadie espera nada, con el sosiego de quien mirando la herida, acaricia la cicatriz. El mundo es escueto sólo si, ante su inmensidad, no nos sentimos indefensos. En el mejor de los casos, y tras mucho esfuerzo, quizá logremos detener el tiempo: solo la mente puede hacerlo.

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