El trabajo a domicilio en Argentina, a lo largo de la historia, fue definido como el trabajo manual que realizaba una persona o grupo familiar en su propio hogar o en otro lugar elegido libremente, por fuera del establecimiento industrial o comercial, y siempre por cuenta de un patrón. También solía incluir la participación de “intermediarios” o “talleristas” como dadores de trabajo. En forma mayoritaria fue desarrollado por mano de obra femenina. Aunque existieron distintas ocupaciones, la confección de ropas en la industria textil fue el sector dominante. En la imagen más difundida, la obrera en su vivienda o en una pieza del conventillo, trabajaba a destajo por una remuneración bajísima y con jornadas más extensas que en las fábricas.
Su expansión fue parte del crecimiento de la industria capitalista y permitió al empresario una sensible disminución de costos y una mejor adaptación a las fluctuaciones del mercado. Como ha sido analizado por Marx, la descentralización del proceso productivo y la dispersión geográfica que lo caracteriza, representa para el empresario una ventaja adicional, ya que las obreras y los obreros tienen mayores dificultades para la organización sindical, quedando expuestos a una explotación más intensa.
Desde sus inicios el trabajo domiciliario presentó algunos sesgos de género. En el caso de las mujeres, se combinabacon las actividades domésticas, extendiéndose la jornada laboral en forma indefinida. A su vez, percibían menores ingresos por igual tarea desarrollada por los trabajadores varones y soportaban la “doble jornada”, como reflejo de una división sexual del trabajo que asociaba de modo inseparable la maternidad y el ámbito doméstico a la condición femenina. La costura era uno de los oficios que las mujeres aprendían a temprana edad, era parte de las tareas “aceptadas” y “naturalizadas”, y se le asignaba una menor cualificación y valoración en términos económicos.
Su presencia creciente en las primeras décadas del siglo XX, despertó gran interés y preocupación en los sectores dirigentes y en las corrientes de izquierda de la época. Dentro del campo feminista, Carolina Muzzili, costurera y referente del Partido Socialista, realizó a pedido del Museo Social Argentino una investigación sobre “El trabajo femenino” y presentó en 1913 un exhaustivo informe que fue premiado a nivel internacional. En relación al trabajo a domicilio, evidenció los magros ingresos y las pésimas condiciones laborales y de higiene que padecían. En consecuencia, reclamó la urgente regulación estatal, planteando tempranamente el establecimiento de un “salario mínimo legal” para las obreras del sector. Este principio se incorporó algunos años después en la primera legislación sobre trabajo a domicilio sancionada en 1918.
En la actualidad, el trabajo domiciliario en la industria textil, suele coincidir con experiencias laborales de enorme precariedad e informalidad y, en no pocos casos, clandestinidad ligada al trabajo esclavo en talleres. Todavía se rige por la ley Nº 12.713 de 1941, que se cumple parcialmente y requeriría una adaptación a las actuales necesidades. En las últimas décadas, el surgimiento del teletrabajo y la utilización de nuevas tecnologías informáticas y de comunicación, han ampliado y complejizado la antigua definición sobre trabajo domiciliario.
Un sector informal de las costureras ha logrado organizarse en 2015, conformando el Sindicato Argentino de Trabajo a Domicilio Textil y Afines, impulsado por Mónica Basterrechea, quien actualmente se desempeña como Secretaria General a nivel nacional. Los contactos iniciales entre costureras se establecieron en forma virtual, a través de las redes sociales, estrategia que les permitió romper el aislamiento que supone desarrollar el trabajo asalariado desde el hogar.
En una reciente entrevista, Basterrechea afirmó que en el sindicato existe una presencia dominante de mujeres y, algo más de la mitad, son el sostén económico del hogar y en su mayoría tienen criaturas a cargo. Según sus expresiones: “muchas encuentran en la costura ese resguardo económico que necesitan para sobrevivir”, y permite combinar la vida familiar con el trabajo asalariado. En suma, cargan con las tareas de cuidado (como una responsabilidad naturalizada) y generan ingresos al mismo tiempo.
En otra parte de la entrevista, señaló que la jornada ronda las 10 horas y los ingresos -entre $4000 y $5000 por día para una obrera con destreza intermedia- apenas alcanzan para cubrir las necesidades alimentarias básicas. Como el pago es por pieza, afirmó que en no pocas ocasiones se plantea la necesidad de extender la jornada y/o convocar la participación de familiares en el proceso productivo (que la misma legislación prevé), estimulando el trabajo infantil. En consecuencia, la trabajadora asume una parte importante de los costos de producción, incrementando los beneficios del empresario. A la explotación de clase se le agrega una sobreexplotación por su condición de género.
Desde hace algunas décadas los feminismos vienen cuestionando las inequidades que genera la desigual distribución de actividades en el ámbito doméstico y la importancia del trabajo reproductivo no remunerado en el sistema económico. Con la llegada de la pandemia por coronavirus y del aislamiento social, se expandió notablemente el teletrabajo; al tiempo que se tornó más visible la centralidad de “los cuidados” para sostener la vida y la salud de las personas, abriéndose el camino para su incorporación en la agenda pública y en las acciones del gobierno. Un primer hito lo constituyó la sanción de la legislación sobre Teletrabajo en 2020, que inició el reconocimiento del tiempo de cuidado y su incidencia en el trabajo remunerado. A pesar de que existen algunas similitudes en cuanto a las condiciones laborales, las costureras se encuentran excluidas de las nuevas regulaciones estatales. Esta ausencia no resulta demasiado llamativa, si se tiene en cuenta que representan un sector informal y altamente feminizado de la clase trabajadora, con un importante grado de vulnerabilidad e invisibilidad. Es de esperar que algunas de estas reflexiones constituyan un aporte para alcanzar mayores niveles de equidad en el mundo laboral de la costura domiciliaria.