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Columnistas

La realidad de la mujer rural

mujer rural
Por AAIHMEG |Por Laura Pasquali (UNR/AAHYMEG)

El día que Josefa tuvo que comenzar a levantarse a las 3 de la mañana para regar la huerta, “porque luego la bomba no tira”, vivenció la relación entre cambio climático, sequía y vida cotidiana. Claro que eso no fue una novedad para una productora de tradición familiar hortícola que había llegado desde Bolivia a Santa Fe cuando era niña.

Esta anécdota ejemplifica uno de los tantos perfiles de “la mujer rural”, cuya efeméride fue establecida por Naciones Unidas para el 15 de octubre. Entre los argumentos para incluir esa conmemoración en su calendario, la Asamblea General de la ONU sostuvo que es necesario reconocer su trabajo por su contribución en el desarrollo rural y agrícola, la erradicación de la pobreza y la mejora en la seguridad alimentaria. Aunque sorprenda, no podría haber sido mejor fundamentado.

En América Latina y el Caribe alrededor de 58 millones de mujeres viven en zonas rurales, que juegan un rol central en la producción y el abastecimiento de alimentos. En Argentina, el 50% de la población rural está representado por mujeres que trabajan la tierra, cuidan los animales, elaboran la materia prima, plantan semillas que alimentan a pueblos enteros. Las mujeres rurales son tamberas, apicultoras, ganaderas, agricultoras, laneras, artesanas, horticultoras, técnicas, profesionales, y también asalariadas que trabajan día a día por el desarrollo de sus comunidades y por un mayor acceso a sus derechos sobre la tierra, la vivienda y el trabajo.

¿Cuál es la situación del sector? Las más recientes investigaciones sobre el tema indican que las mujeres rurales sufren mayores desigualdades, pues tienden a ser las más perjudicadas por la situación de pobreza, ya que gran parte está ocupada en el sector informal; perciben salarios y remuneraciones inferiores a las de los varones por las mismas tareas; tienen mayores dificultades en el acceso a la tierra, a los créditos y a las capacitaciones; son minoría en las organizaciones gremiales y en los circuitos de comercialización. Y entre la población rural que no tiene ingresos propios, el 40 % son mujeres mientras que el 12,7 % son varones.

Las preocupaciones sobre mujeres rurales, agroecología y soberanía alimentaria vienen ocupando cada vez más espacios académicos y políticos entre quienes se dedican a los estudios agrarios. Tradicionalmente, las investigaciones rurales tuvieron como centro de interés la unidad doméstica de producción como conjunto de individuos indiferenciados hasta que las feministas comenzaron a estudiar el tema desde una perspectiva de género poniendo a las mujeres en la escena de la producción y la reproducción de las unidades domésticas rurales. Una cuestión que cobra particular relevancia cuando consideramos la profundidad histórica del tema en nuestro país.

Matrimonio por conveniencia

En Argentina, la dependencia del agro como proveedor de divisas es una condena que peina canas, pero desde hace unos 20 años configuró un sector agrario cada vez más capital intensivo y orientado a satisfacer las demandas del consumidor global. Algunas de sus consecuencias son la concentración de la tierra, la exclusión de trabajadores y familias productoras y el uso de insumos agrotóxicos que provoca daños irreparables sobre la salud y el ambiente; también se excluyó las necesidades de la población local, sus saberes y tradiciones, de modo tal que trabajadores y familias productoras debieron poner en juego su capacidad de persistir en este nuevo contexto. Eso configuró un mapa nacional de asambleas y movimientos sociales signados por la conflictividad ambiental. Para muchas productoras rurales, la resistencia adoptó la forma de la opción por la Agroecología como modelo de desarrollo tecnológico, organizativo, de apropiación productiva y cultural del territorio que habitan. Sus historias de vida, laborales y de militancia las constituyen también como productoras y se constituyen como dimensiones clave para comprender su inclusión en el sector con un modelo de producción no hegemónico.

“Antes yo era empleada de los productores que me hacían hacer con agrotóxicos, viste…pero yo nunca fui de la idea esa porque cuando me crie no era así. Yo no me sentía, me sentía como pez de otra agua, así que no me sentía tranquila. Después, cuando arrancamos solos nuestra producción sin remedios, nosotros éramos bichitos feos; después fuimos más conocidos, más conocidos, ya después podíamos vender más la producción. Así que también me fui ampliando más, sembrando más, porque a mí no me gustaba producir con esos productos” (Josefa, Rosario, agosto de 2022). Uno de los objetivos de la Agroecología es mantener suelos vivos: conseguir cultivos sanos es un procedimiento que articula y genera conocimientos provenientes de los saberes de quienes producen.

Con la comida no se juega

El modelo extractivo exportador no solamente impone una lógica de saqueo y contaminación, sino que socaba las bases mismas de nuestro sustento. La producción familiar es la principal - y en ocasiones única- proveedora de alimentos para más del 70% de la población del mundo, y produce esta comida con el 25% de los recursos -agua, suelo, combustibles- empleados para llevar la totalidad de los alimentos a la mesa. Mientras tanto, la cadena alimentaria del agronegocio provee de comida a menos del 30% de la población mundial, utiliza para eso el 75% de los recursos, y todo eso siendo una de las fuentes principales de emisiones de gases de efecto invernadero.

Subyace en todo este planteo la conciencia de una tensión irresoluble entre una forma de producción y el ambiente –o más descarnadamente, entre la necesidad de divisas y la sostenibilidad de la vida-. En ese proceso, hay que reconocer la incidencia de las productoras como Josefa, que tozudamente insistieron en producir “sin remedios”. Esos logros reconocen también una dimensión colectiva: las mujeres que han optado por la agroecología se encuentran con otras en redes, ferias, talleres, asambleas ambientales y organizaciones femeninas. Pero lo novedoso de muchas de estas experiencias es que las mujeres rurales también se constituyen en la lucha, en mayor o menor medida, como cuestionadoras de su condición de género.

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