Quiero retomar un tema que siempre menciono y que cada vez estoy más convencido que es una de las claves de la felicidad para el ser humano: el juego. El fin de semana pasado mi hija tuvo un campamento con su escuela en donde los padres también asistían. Fueron dos días en la naturaleza con un tanque australiano que funcionaba como pileta y con un hermoso grupo de niños y niñas que, literalmente, no pararon de jugar ni un minuto. 48 horas sin pantalla, con juegos que nacían de la creatividad de nuestros hijos en un entorno natural.
Sabemos que habitar el presente es estar en un estado verdadero. Y esta no es una cuestión subjetiva ya que, tanto el pasado como el futuro no existen. Nuestra mente rumeadora suele oscilar entre sucesos que ya acontecieron o que van a acontecer. Un pensamiento se encadena con otro y terminamos gastando horas en un delirio psicológico que nos saca de vivir el ahora, que es lo único que hay. Cuando jugamos y nos dejamos llevar por la actividad que sea, entramos en un estado presente que se combina con lo lúdico. Solo basa registrar lo que se siente en el cuerpo para reconocer que es una situación ideal. De niños jugamos naturalmente. No pensamos en que tenemos que usar nuestro tiempo para generar dinero, como en el mundo de los adultos. Y ahí aparece el estado de plenitud.
El juego puede ser variado e infinito. Desde un deporte, pasando por un juego de cartas, hasta algo que inventemos con unas piedras, por ejemplo. Caminar por la calle sin pisar las líneas de las baldosas, adivinar el color del próximo auto que va a pasar, imaginar lo que están hablando dos personas que comen en una mesa cercana, nombrar a todos los personajes de Los Simpsons que recordamos, etc, etc, etc. Nuestros hijos e hijas nos traen de vuelta esa posibilidad que de grandes vamos olvidando y reemplazando por ocupaciones.
Por supuesto que hay que generar dinero porque es una herramienta que, entre otras cosas, sirve para comprar alimentos. Pero hacerlo a través de algo que nos permita jugar es posible. Acá probablemente es donde uno se dé cuenta que nuestros trabajos nos aburren y, ocupando un papel de víctima, nos digamos que no queda otra. Hay que agudizar la creatividad para encontrar algo que nos permita movernos en el sistema y jugar a la vez. Recordar que el juego es una actividad inherente al ser humano. Es una forma privilegiada de expresión infantil, pero también lo es en los adultos.
Jugar es una decisión. Tan simple como eso. Observar con un ojo lúdico lo que nos rodea nos da la posibilidad de sumergirnos en el presente y que se silencien los pensamientos que nos llevan a vivir como zoombies. Observemos y aprendamos de nuestros hijos que lo hacen espontáneamente. Nosotros también fuimos niñas y niños y esa capacidad no la perdimos nunca, sigue estando ahí, solo que la tapamos con automatismos que tiene un fin meramente productivo. Que la parte lúdica ocupe el mayor tiempo posible es una necesidad básica para sentirnos plenos y desde ahí, seguramente, podamos mostrar nuestra mejor versión para desenvolvernos en la vida y vincularnos con el otro. Es llave para anclarnos en el presente. Usémosla.