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Cultura & Espectáculos

Punk, feminismo y justicia lenta: a 30 años del asesinato de Mia Zapata

Mia Zapata

Por un par de horas Mia Zapata fue una muerta NN. Una prostituta encontró su cuerpo a las 3:20 de la madrugada del 7 de julio de 1993 en una calle del centro de Seattle y, como no tenía encima los documentos, fue ingresada a la morgue como una occisa de identidad desconocida. No había dudas de que había sido asesinada: presentaba signos de haber sido estrangulada con el cordón de su propio buzo, además de varios golpes, lesiones en los genitales compatibles con una violación y mordeduras profundas en los pezones. Lo que no se sabía era su nombre, pero eso cambió ni bien fue recibida en la morgue: el forense de guardia aquella noche era habitué del circuito punk de la ciudad, y la reconoció como la cantante de una de sus bandas favoritas, The Gits.

Se dice que la muerte de Mia Zapata fue el principio del fin de la época de oro de la escena de Seattle: hasta ese momento los grupos grunge, punks y alternativos de la zona se sentían invencibles. La movida era el triunfo imposible de los underdogs: bandas nacidas en garajes, fogueadas en antros y autogestionadas o editadas por sellos chicos que, de repente, se encontraban vendiendo más discos que Guns N’ Roses.

La primera línea había copado el mainstream, rotaba en MTV, salía de gira por todo el mundo: Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, Alice in Chains eran el rock en esos años. Pero además había una reserva de grupos que, sin llegar al nivel de estrellato de aquellos, manejaban la repercusión suficiente como para sonar en las radios college, tocar por todo Estados Unidos y pegar menciones positivas en la prensa especializada. The Gits era una de ellas: su primer álbum independiente Frenching the Bully (1992) los había establecido como un grupo al que había que prestarle atención. “El aspecto más inmediatamente obvio del debut de los Gits es la rabia justa y feminista de Mia Zapata. Sus canciones se abren camino entre cuentos de engaño, inseguridad, relaciones fallidas y borracheras duras, mientras que su voz ronca y áspera sustenta la mezcla de rudeza y vulnerabilidad que proyectan sus letras”, lo describió Allmusic.

Engaño, inseguridad, relaciones fallidas y borracheras duras: nada de eso faltó en su última noche en la tierra. El día no tuvo nada de anormal: almorzó comida india con su papá, fue a Tower Records, paseó al perro, lavó la ropa. Pero la disrupción empezó alrededor de las 18:30, cuando ensayó con los Hells Smells, la banda de su ex novio Robert Jenkins. Ella y Jenkins habían llegado a pensar en casarse pero la relación terminó y, aunque siguieron haciendo música juntos, él empezó a ver a otra mujer y ella estaba dolida por eso.

Después del ensayo le perdió el rastro a Jenkins y fue a tomar algo a un bar con sus amigos de la banda 7 Year Bitch. Dicen quienes la vieron que estaba inquieta y que no dejaba que su vaso se vaciara del todo para llenarlo otra vez: para cuando se fue del bar, alrededor de la 1 de la mañana, estaba completamente ebria.

En medio de eso decidió que quería ver a Jenkins otra vez. Hizo un llamado desde el teléfono público del pub (no se sabe a quién) y, cuando salió, fue a buscar a su ex a la casa de un amigo en común. No lo encontró ahí, y eso la puso todavía más furiosa. Poco después de las 2 salió: algunos dicen que a buscar a encontrarse con Jenkins, otros que iba hasta una estación de servicio cercana para tomar un taxi hasta su casa. No llegó a ninguno de esos lugares. No se supo de ella hasta que la trabajadora sexual que la encontró muerta lo reportó y su fan forense la identificó.

Había un asesino serial rondando la zona: el Green River Killer. En un principio se pensó que Zapata podía ser víctima suya, pero pronto se descartó porque el homicida solía atacar prostitutas y homeless. Otro sospechoso fue, desde ya, Jenkins, que quedó exonerado por tener una coartada sólida. Se pensó que algún taxista pudo haberla atacado, pero no se encontraron pruebas de que la cantante pudiera haber llegado a subirse a un auto. La policía no tenía pistas, pero el forense hizo algo que con el tiempo se volvería clave para el caso: tomó muestras de saliva de las mordidas que Zapata tenía en los pezones.

Mientras tanto, músicos de Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, Sonic Youth, Hootie and the Blowfish y Joan Jett & the Blackhearts donaron 70 mil dólares para contratar a un investigador privado. Jett, además, dio algunos shows con los Gits, que sirvieron para recaudar más fondos. Así, el tiempo fue pasando pero no había noticias de quien había matado a Zapata.

La comunidad rockera siguió ayudando: en el 94 Joan Jett dio algunos conciertos más con los Gits y le dedicó a Mia la canción “Go Home”, coescrita con Kathleen Hannah de Bikini Kill. Dos años después se editó el disco Home Alive: The Art of Self-Defense del que participaron -otra vez- Nirvana, Pearl Jam y Soundgarden, entre otros. Todo lo recaudado por la venta de ese álbum se destinó a Home Alive, un programa de defensa personal para mujeres creado y parcialmente financiado por Hannah, Jett y miembros de 7 Year Bitch.

Pero mientras todo eso pasaba las pistas para resolver el crimen eran casi nulas. “No estamos más cerca de resolver el caso de lo que estábamos en el momento del asesinato”, declaró el detective a cargo. Todo indicaba que la muerte de Mia Zapata terminaría quedando impune como tantas otras, pero a principios de la década siguiente pasó algo que sería determinante para encontrar a su asesino: se mejoró la tecnología de análisis de ADN.

Aquellas muestras de saliva que había tomado el forense se volvieron a analizar. Eso dio un perfil que, en un principio, no encontró correspondencias en los anales policiales. Sin embargo, eso cambió cuando el cubano Jesús Mezquía fue procesado en 2002 por violencia doméstica y robo; cuando el ADN se volvió a cotejar, hubo match: la saliva era de Mezquía.

El acusado había llegado a Estados Unidos en 1980, escapado de Cuba en balsa. Fue detenido en Miami en 2003, pero los detectives rastrearon sus antecedentes de residencia, y resultó que entre el 92 y el 93 se había mudado a Seattle a vivir con una novia. Esa relación (como todas las anteriores y las siguientes de Mezquía) se puso abusiva, la mujer lo dejó y el cubano se mudó a California, para después radicarse en Florida, donde fue atrapado. Se declaró inocente, pero el jurado no compró: le dieron 37 años de cárcel. Murió preso en 2021.

Las Riot Grrrls, el movimiento de punk underground y feminismo que pisó fuerte en la música y la discusión política estadounidense en los 90, tomaron a Zapata como símbolo: su nombre fue bandera en incontables marchas de protesta contra agresiones sexuales y crímenes del patriarcado. 7 Year Bitch, la banda con la que Mia pasó su última noche, editó en 1994 su segundo disco, al que llamó ¡Viva Zapata!. La escena grunge colaboró con fondos y difusión para encontrar a su asesino.

Así, el rock se encolumnó para perpetuar la memoria de una artista de grandísimo talento (era autodidacta en piano y guitarra desde los 9 años, y amaba tanto al punk como a Billie Holiday y Ray Charles) que podría haber llegado muy lejos de no haberse sumado a la fuerza -por obra y gracia de un crimen machista- al fatídico Club de los 27, esa lista de músicos fallecidos -como ella- a los 27 años que integran Brian Jones, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain, Amy Winehouse y algunos más. “Su legado debe ser punk rock hermoso y fuerte viniendo desde la perspectiva de una mujer, porque eso es lo que era”, la definió Joan Jett. Lo dicho: en las Pussy Riot, en las Linda Lindas, en cada mujer joven que grita de bronca guitarra en mano, Mia Zapata vive.

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