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Columnistas

Depresión, ansiedad y sobreexposición: los músicos hablan de su salud mental

salud mental

Es difícil dimensionar el sufrimiento de los músicos famosos por dos motivos: el recorte y el prejuicio. Recorte, porque lo que se muestra en sus redes sociales y sus interacciones con la prensa es el lado colorido de su oficio: un paneo de lujo, aprobación, fiesta y creatividad que esconde vulnerabilidades -como escribió Bukowski- para no joder las ventas en Europa. Y prejuicio porque… vamos, cómo se puede sufrir cantando una hora y media cada dos días (siempre entre chicas lindas o chicos lindos, drogas y demás amenidades) cuando hay gente que carga y descarga fletes de madrugada. Y sin embargo, cada vez son más las estrellas que “confiesan” (todavía se usa mucho ese verbo en este tipo de notas) los conflictos de su salud mental. ¿Cómo puede ser? Pensémoslo de esta forma: con todo lo que nos gusta juntarnos con amigos, cada tanto nos guardamos un fin de semana para encerrarnos y no ver a nadie, porque no soportamos la presión de socializar. Y ahora imaginemos que en esos fines de semana no sólo no podamos escondernos del mundo, sino que además estemos obligados a enfrentar a 50 mil desconocidos (que pagaron por vernos) y sostener una actuación de la cual depende el sustento de otros músicos, técnicos, managers, plomos, prensas y más, bajo un nivel de escrutinio que puede hacer que -por ejemplo- levantemos el brazo derecho para estirarlo porque nos duele el codo y al día siguiente corran ríos de tinta sobre nuestro infame saludo nazi. Eso, hasta que la gira termina y hay que componer canciones lo suficientemente buenas como para que toda esa máquina no deje de andar. Intercalemos en todo esto mal descanso, alimentación deficiente, lejanía de los afectos, juicio cruel a cada cosa que decimos, cada foto que nos sacan y cada relación que entablamos y -acaso algún consumo problemático. Y así durante años, y años, y años. El combo es -a veces literalmente- letal.

El “fenómeno” de los músicos hablando sobre su salud mental es relativamente reciente; antes de eso, los rockstars tenían dos opciones: esconderlos o esperar que se los romantice. Hasta hace no tanto se hablaba de que tal o cual tenía “rock” cuando demostraba conductas excéntricas peligrosas para sí mismos, y se señalaba como “careta” a quien pudiera decir que el sujeto de marras quizás andaba necesitando la ayuda de un psicólogo y/o un psiquiatra. Algunos casos de deterioros profundos y problemas legales (sin nombres para no estigmatizar) hicieron su parte para calmar un poco ese ansia low key de ver a los músicos muriendo en cuotas ante nuestros ojos, esa pulsión tanática que no sólo se esperaba de este tipo de ídolos, sino que hasta se les reclamaba como si fuera un carnet a renovar.

Queda un montón por hacer en este campo, pero por suerte se ven cambios. Cuando se habla de salud mental en la música ya no sólo se menciona los casos extremos (Roky Erickson, Peter Green, Syd Barrett: gente con diagnósticos de esquizofrenia invalidante que, con todo, no dejaba de ser percibida como “loquitos lindos”) sino también los ataques de pánico, los trastornos bipolares o las crisis depresivas que son moneda corriente en el rubro. O el Síndrome de Tourette, condición que acaba de forzar al escocés Lewis Capaldi a cancelar su gira (y que también aqueja a Billie Eilish, una de las mayores estrellas surgidas en este siglo). Capaldi nos dio uno de los mejores testimonios para entender la presión que soportan los artistas y el efecto que ésta tiene en su psiquis: el documental How I'm Feeling Now, disponible en Netflix.

Antes de él, Sinead O’Connor había sido una intensa portavoz del problema. “Como saben tuve una crisis severa entre diciembre y marzo y mi doctor me recomendó no salir de gira, pero no quise fallarle ni decepcionar a nadie porque el tour ya estaba organizado para coincidir con la salida de mi disco. Así que, muy estúpidamente, ignoré este consejo y me hizo mucho daño, esto de simular ser más fuerte de lo que de verdad soy”, escribió en su website en 2012 al cancelar -como Capaldi- una gira de conciertos completa. Cinco años más tarde publicó una serie de videos muy perturbadores en los que reconocía impulsos suicidas.

Más acá en lo generacional, Miley Cyrus fue otra de las artistas que puso en palabras el problema de la salud mental en los músicos y se plantó con lo impensable: no salir de gira para apoyar Endless Summer Vacation, su exitosísimo disco de este año. “Cantar para cientos de miles de personas no es realmente lo que amo. No siento una conexión. No me siento segura. No es algo natural, porque estás frente a miles de personas, pero estás sola", le dijo a la edición británica de la revista Vogue. “Después de mi último show, lo vi más como una pregunta. Y no puedo. No puedo sola, porque no puedo, y no es mi culpa sino mi deseo. Me cuestioné: ‘¿Quiero vivir mi vida para darle placer o satisfacción a alguien más que no sea yo?’", dijo. Cyrus, desde su lugar de megaestrella, puede darse el “lujo” de anteponer su bienestar a su trabajo; otros músicos con menos margen no podrían permitirse un año sabático que los dejara sin ingresos a ellos y a sus colaboradores.

Otro factor que distorsiona la percepción de esta problemática por parte del público es que muchos músicos -principalmente en los géneros urbanos como el hip hop o el reggaeton- suelen alardear en sus letras por sus vidas supuestamente plenas. Aunque sin duda muchas de esas ostentaciones deben ser sinceras (no todo el mundo sufre por la fama y la plata), también puede adivinarse el uso del viejo adagio “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. En ese sentido, la ironía de Bad Bunny en “Estamos bien” (el tema que editó en 2018 para responderle a los fans que preguntaban por él, después de que el músico desapareciera de las redes sociales para descomprimir la presión de su repentina fama) aparece como positiva: “Y si mañana me muero, ya estoy acostumbrao a estar siempre en el cielo, en privado siempre vuelo, en el cuello tengo hielo, gasto, gasto y no me pelo, muchas putas y modelos”, escribió, mandando al frente su prosperidad material para exponer que no hay “billetes de cien” que sirvan para calmar la tormenta interna. Algo parecido -con menos humor- había escrito Rubén Blades en “El cantante”, tema que popularizó Héctor Lavoe y versionó Andrés Calamaro: “Me paran siempre en la calle, mucha gente que comenta. ¡Oye Héctor, ah! Tú estás hecho, siempre con hembras y en fiestas. Y nadie pregunta si sufro, si lloro, si tengo una pena que hiere muy hondo”.

La ciencia, mientras tanto, se ocupa de medir la situación y ponerle un marco. Así, empiezan a surgir estudios que explican en forma de datos concretos lo que está pasando. El Instituto Max Planck de Estética Empírica alemán publicó uno este año en la revista Scientific Reports: los resultados hablan de que las personas musicalmente activas informan con mayor frecuencia sobre síntomas depresivos, de agotamiento o psicóticos. Asimismo, una encuesta que circuló sobre el fin de 2022 entre más de 400 músicos y DJs españoles arrojó cifras preocupantes: de los 365 tests válidos, 170 presentan síntomas de depresión leve, 130 de depresión moderada y 30 de depresión grave. Un 56% de los encuestados afirman haber tenido ataques de pánico y 136 reconocen problemas de ansiedad. Está claro que son problemas por los que atraviesa buena parte de la población mundial, pero ese es justamente el punto: se está revelando que el hecho de que su trabajo sea “divertido” no exime a los músicos de estos padecimientos, e incluso en algún punto los agrava. Suena a chiste pero esconde verdad: las estrellas -quién lo hubiera dicho- también son seres humanos.