Durante más de dos millones de años, los seres humanos no tuvimos agua corriente. Eso tenía sus problemas, como la transmisión de enfermedades por tomar aguas servidas, o la contaminación de la fuente de agua porque se pudrió algo adentro del lago o del pozo de donde venía la única fuente de hidratación. Por suerte, con el tiempo, se nos ocurrió inventar gigantescas red de cañerías y resolver esos problemas de orden histórico. Sin embargo, surgieron otros, como el gusto a cloro que tiene el agua al salir de la canilla.
La cloración es el quinto paso que aplica AYSA en el proceso de purificación del agua que pasa a circular por su red, luego de la captación, la coagulación, la decantación y la filtración. Después de meterle cloro, se le agrega agua de cal para sacarle acidez al agua, y se envía directamente a las canillas de los usuarios. Sin embargo, este proceso puede dejar un desagradable gusto y olor a cloro en el agua. Por suerte, esto se soluciona fácilmente.
La temperatura de evaporación del cloro es realmente baja: se convierte en gas a los -33,9°C. Por lo tanto, con dejar una botella o jarra de agua de la canilla sin cerrar entre 30 minutos y una hora, el cloro ya se va a evaporar y no va a dejar gusto alguno en el agua.
Esta práctica, sin embargo, viene con sus propios riesgos, al menos en condiciones extremas. El cloro cumple la función de desinfectar el agua y, si se evapora y el agua queda mucho tiempo en condiciones ambientales, algunas bacterias u hongos pueden empezar a reproducirse en la botella. Sin embargo, con dejar el agua en la heladera esto se puede evitar y, si no hacen más de 30°, es improbable que suceda en cualquier caso.