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Columnistas

La magia de las abuelas

abuelas nietas

Los vínculos son un quilombo. Parejas, amigos, familiares, o lo que sea, no escapan a los conflictos de todo tipo. Por más amor que haya, tarde o temprano se cuelan mambos personales que no fueron trabajados y aparecen las rispideces. Envidias, celos, traiciones, mentiras, rencores, violencia, etc, etc, etc. El menú de razones que llevan a un cortocircuito es bien amplio.

Psicología, meditación, psilocibina, ayahuasca… las herramientas para limpiar la mente y conectar con el amor son muchas, pero parecen no alcanzar. Arrastramos frustraciones y enojos que terminan colándose en la forma en la que nos relacionamos con el otro o la otra. Claro que no en todos los casos, pero sí pareciera que en la gran mayoría. Incluso ese vínculo sagrado entre padre o madre con hijo o hija, no escapa a esta dinámica.

¿Qué hacemos entonces? ¿Hay algún ejemplo a mano en donde podamos contemplar un ida y vuelta sano y pleno de amor? ¿Hay un lugar en donde podamos mirar para aprender? En mi caso tengo la suerte de poder decir que sí: el vínculo de mi vieja con mi hija.

Por supuesto que cada uno tiene vivencias distintas con sus abuelas. Yo no recuerdo haber conectado con ninguna de las dos, ni la paterna ni la materna. Pero cuando se da ese intercambio desde un lugar bello y despojado de cuestiones personales que estorban, aparece la magia. Pienso que las razones son múltiples y me permito enumerar algunas porque tengo constantemente un ejemplo puro y amoroso enfrente de mis ojos.

A veces el amor incondicional de un padre o una madre con un hijo o hija no alcanza. La presión del día a día que en algunos momentos uno se pone por educarla y protegerla puede terminar en pelea. En el caso de las abuelas está la ventaja de no verse todos los días. Eso relaja y hace que los encuentros sean esperados y disfrutados de otra forma. Siento que en el caso que me toca ver entre mi hija y su abuela, la clave está en la experiencia de los años de haber criado anteriormente dos hijos y de haber aprendido para no volver a cometer errores. Lógicamente que un padre y una madre no tienen esa experiencia previa, pero una abuela sí. Y si esta abuela está dispuesta a usar esas vivencias para quedarse con lo bueno y no repetir lo malo, entonces tiene gran parte del camino allanado.

También noto que es importante la escucha. Una abuela que contempla sin juzgar ni bajar órdenes en automático puede aprender y maravillarse con su nieta. A una edad en donde pareciera que ya está todo sabido, tener a mano a una pequeña maestra es una bendición. Lo que noto en esta dinámica que me toca observar, es que mi hija también está en esa posición de escucha y respeto cuando mi vieja le tiene que decir algo, desde una indicación hasta un consejo. Puede que se deba a que los niños saben que ese adulto mayor trae una sabiduría que un padre o madre aún no tienen.

No sé si pasa en la mayoría de los casos, pero en el caso que me toca, existe un ítem fundamental que es el juego anclado en el presente. Cuando mi hija juega con su abuela, ambas están sumergidas en esa situación, sin ir hacia atrás o hacia adelante con la mente. Y ahí las dos se potencian en la creatividad en donde no faltan las historias inventadas y las manualidades, por ejemplo.

En definitiva, todos y todas podríamos aprovechar este vínculo que, cuando se da sanamente expone la cara más pura del amor. Solo hace falta una abuela despierta y un padre o una madre dispuestos a mirar, escuchar y aprender.

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