Según el budismo, existen tres fuegos que nublan la mente: el Moha (la ignorancia), el Raga (la codicia) y el Dvesha (el odio). Ellos son considerados venenos y causales de sufrimientos en a su poseedor. Sus antídotos son la sabiduría, la generosidad y la bondad que todo ser humano necesita desarrollar para alcanzar el Nirvana, la liberación de todos los sufrimientos. Sencillo y sabio. Fácil de decir, pero difícil de lograr. Claramente el odio es un veneno capital y como tal, debemos evitarlo.
El odio está entre nosotros y lamentablemente, tanto las tecnologías exponenciales como los mercados globales no hacen más que diseminarlo. Pero como dijimos en columnas anteriores, la culpa nunca es de la tecnología que lo transmite y viraliza, sino del espíritu que lo genera. El odio racial, el odio religioso y el odio político han sido motivos de guerras y enfrentamientos y sin la presencia de redes sociales. Pero en la actualidad, desde hace unos años, tenemos un odio que se extiende por el ancho mundo de la web: el odio virtual.
Es triste y desolador leer en las redes, principalmente en Twitter, mensajes dirigidos a otra persona con un grado de agresión verbal e intelectual difícil de explicar. He leído infinidad de deseos de calamidades para el que piensa distinto y para sus familiares. La palabra muerte se escribe sin el menor análisis de la dimensión de lo que se desea y siempre cumple con dos premisas: no se toleran ideas diferentes y la agresión va escondida detrás de un sobrenombre. Conclusión: Los mensajes del odio en redes sociales siempre conjugan violencia, intolerancia y cobardía.
Cuando sentimos algo negativo hacia otra persona, el cuerpo entra en una lucha y esto genera cambios como el aumento de la presión sanguínea y la aceleración del ritmo cardíaco.
Pero a quienes dañan más estos mensajes, ¿al destinatario o al emisor del ataque? ¿Qué dice la ciencia a todo esto? Los investigadores concluyen que existe un patrón claro de actividad cerebral cuando las personas experimentan odio. Según un estudio de la Universidad de Rochester, cuando hay odio se liberan hormonas y sustancias que causan daños en el sistema inmunológico, por lo tanto bajan las defensas. Cuando sentimos algo negativo hacia otra persona, el cuerpo entra en una lucha y esto genera cambios como el aumento de la presión sanguínea y la aceleración del ritmo cardíaco. Para Irina Matveikova, especialista en endocrinología y nutrición clínica y autora del libro Inteligencia Digestiva, el odio afecta el estómago hasta el grado de desarrollar úlceras gástricas. Aunque en un primer momento no se perciban cambios físicos o síntomas que denoten alteraciones, si se continúa alimentando el odio, tarde o temprano el cuerpo fallará. En el psicoanálisis, Sigmund Freud consideraba que el odio es un estado del yo que desea destruir la fuente de su infelicidad. La psicología define el odio como un sentimiento "profundo y duradero de ira y hostilidad hacia una persona, grupo u objeto".
Queda claro entonces, que el odiador padece mucho más las consecuencias de su ira, dado el efecto sostenido y duradero sobre su organismo a diferencia del odiado que sufre también, pero de manera temporal. Decía sabiamente Buda: “Aferrarse al odio es como tomar veneno y esperar a que la otra persona muera”. Por fortuna, no todo está perdido y en medio de los haters virtuales, de los odiadores seriales, siempre aparecerá alguna persona que esté dispuesta a ofrecer su corazón.