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Columnistas

CLÁSICO.SANDIA.CUERNITO

Me caen mal las frutas. Pero no hay aquí un diagnóstico orgánico-digestivo.No, no, aquí el asunto es anímico. Me caen mal, les tengo bronca.

Antes de ser acusado de cosas muy graves, quisiera aclarar que me encanta contemplarlas en su hábitat natural. Caminar descalzo por un parque inmenso y verlas pendiendo de sus árboles es un espectáculo hermoso para la vista y el olfato.

Pero ya en canasta, en la cocina, dispuestas para intervenir en la cotidianeidad, me generan rechazo.

Me di cuenta que la cosa iba en serio cuando me descubrí, ya grande, una mañana cualquiera, apurando el paso mientras caminaba cerca de la frutera de mi hogar, con la sensación de querer esquivarlas, de que manzana, pera y mandarina no me vieran.

Si, como el tipo del barrio que le debe guita a todo el mundo y tiene aceitado el mecanismo 'Bajar mirada- Apurar paso-subir mirada-Relajar paso". El tema es que yo camino tranquilo por la calle, pues no tengo acreedores, pero nervioso por los hogares, porque allí siempre hay frutas agazapadas para dañar mi elección dietaria y mi camino glorioso hacia la tostadora.

Ojo! No es que experimente un encono directo con alguno de sus sabores, es sencillamente una cuestión de carácteres. Para mí las frutas representan una mezcla tan notoria como inaceptable de cosas que no hay que ser.

La cobardía de la banana, por ejemplo, que teniendo todo para intentar ser golosina se quedó en fruta.

La soberbia de la naranja, que en un mundo dónde los humanos nos preguntamos todos los días cuál es el sentido de nuestra existencia, y qué deseamos ser, se vanagloria desde un cajón de verdulería y se autodefine desde un cartelito con un "Para jugo".

Mirá vos, che, ella sabe que es "Para jugo". Felicitaciones, esfera petulante!

Lo de la sandía sí me parece de un nivel de traición incalificable, ya que cualquier cosa que cerca de un buen vino pueda provocarte la muerte, genera en mí un odio muy claro. Crecimos con el "Sandía con vino, te morís", y eso marca la doble deslealtad, ya que conociendo a la uva, colega al fín, se acerca con propósitos asesinos, usando como medio a la bebida que cura el alma. Por suerte, ya la tenemos calada.

Párrafo aparte para tomate y limón, que no pudiendo soportar la vergüenza de ser, se disfrazan y engañan entre carnes varias, escuchando historias de sobremesas que no les pertenecen.

En fin, entre las frutas y yo hay una cuestión de piel, comestible o no. Pero si tuviera que admitir cuál es el rasgo que más detesto de ellas, es su obstinación por ser postre. ¿Vos te viste, fruta? ¿Vos estás loca? ¿Existen el flan y el budín de pan, y vos querés ser postre? Y además, como sabés que no te da la pulpa para bancártela sola en esa idea, te juntas con otras, y yendo de a muchas, y trozaditas, insistís hasta con nombre artístico: "Ahora seré ensalada". Fruta, sos el colmo de la genuflexión, pero parece que hay que rendirse ante tus nutrientes, colores y jugos, porque sos un clásico.

Si hasta a veces nos sucede con el fútbol, siempre afecto a ofrecernos colores, cáscaras, amargura, pieles más finas o más gruesas, y sobre todo, mucha pelusa y poco durazno. Pero bueh, es un clásico.

Por lo menos aquí, en el cada vez más viejo y menos querido fútbol argentino, estaría faltando un poco de 'Honestidad frutal'.

Aunque nos muestren algo de la cocina del Var, con audios que huelen más a caja negra que a estrella michelin, no nos conformamos.

Queremos que no todo quede licuado entre el jugo del juego y el juego del jugo, y que la esperita de que todo mejore, que ya nos lima hace rato, no termine con tu club sin un mango y sin saber de dónde viene la piña.

Y lo único que se ve es sangría, las semillas son de acá pero germinan allá, y parece haber de todo, pero plata no. Se llevan el jamón y nos dejan el melón, aunque en la resistencia del talento, los goles que hacía Parra hoy los hace uvita.

Entonces allí dónde falte calidad que haya cantidad, mientras nos entregamos a mil clásicos de clásicos. Y que a la misma hora un futbolista con lepra tire un centro en Rosario y un santo lo cabecee a cuatrocientos kilómetros, intentando la canallada de pinchar un globo para que descienda.

O que unas tripas revueltas intenten escapar de un estudiante de medicina, creyendo en el milagro redondito del "Lobo suelto, León atado", mientras en otra provincia, en el mismo minuto, Pipo sueñe con ofrecer su clásico toque y pesto, y que el plato del día sea la desunión.

Ni hablar del pibe más fuerte del fuerte tratando de superar el "Test de Roger", para, definitivamente, ya no necesitar a nadie que lo apapache.

Y si tenemos en cuenta que todos vamos a morir, y como siempre dice mi amigo el panadero "De Mañana o de tarde, quién no se comió un cuernito?", podemos concluir que de lo tercero que nadie safa en la vida es de un Boca-River, River-Boca, y en tren de atracón por atracón, pues que nunca nos falte.

En fin, el deporte siempre nos da para hacer mermelada, será cuestión de observar para luego componer nuestra propia canción.

Ni las manzanas de Manzanero.
Ni las peras de Perales.
Y que el árbol no nos tape el bosque.

Está pasando