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Columnistas

De las palabras a los actos, che

subte corrientes

Después, no demasiado, va a deconstruir el truco acariciando mentalmente cada instante como quien corre equis a un lado y al otro, y va a notar, no sin cierta desilusión, que es muy fácil ser dóciles y buenos y amables cuando no estamos enamorados; y que todo es producto de la insatisfacción. Pero a la vez, víctima de una injusticia alevosa, la palabra insatisfacción, la acusación insatisfacción, la conjetura insatisfacción, es lanzada como una peste que lo golpea como una zurda de Manny Pacquiao en la mandíbula que a pesar de la violencia, no hace ruido.  Palo y a la bolsa. Todo se resquebraja lenta y silenciosamente sin que lo note, sin que nadie lo note, y después aparecen los recuerdos a los que mira con vértigo, como si fueran lanzas que vienen del pasado a clavarse justo en el centro de todo. Pero cuidado: también hay quienes saquean la memoria.

Se acordó de cuando jugaban con las metáforas y ella le decía que dejara de lanzar botellas al mar y él le contestaba que era eso o quemar los barcos, y después ella le decía que a cada chancho le llega su San Martín, y él remataba con algo así como que a veces brindar es sólo una excusa para terminar de romper las copas. Querían salir de las cosas para comprenderlas como realmente eran, sin medirlas con sus propias subjetividades, y se preguntaban si no era acaso ese el sentido de la vida. Los verdaderos conocimiento son los que no se comprometen con la intransigencia, decía él, la memoria se construye recordando, agregaba ella. Él vendía palomas, ella domaba estrellas: bastardos e ingenuos, víctimas de la coyuntura.

Y ahora en cambio, que es un francotirador con tiempo, paciencia y entusiasmo, y que se pasea por los recuerdos como quien cruza un bosque en la oscuridad, se pregunta si será capaz de discernir si quedó del lado correcto del muro que levantaron. En su cerebro resuena una frase de Tabucchi: Señor Pereira deje ya de frecuentar el pasado, frecuente el futuro. Y aunque parezca obvio, y algún distraído pueda copiar la frase y pegarla en su mesita de luz, él sabe que no lo es, que nada que valga la pena es tan obvio y pregunta, se pregunta, ¿qué pretende Tabucchi? Quizá la única forma de vivir, de vivir realmente, no sea en el presente. ¿Pero dónde sino? Y le da vueltas al asunto, y un día prueba una cosa y le va la vida en eso, y al siguiente prueba otra con todo el empeño posible, y al final se decide no por vivir una vida diferente cada día sino por exactamente lo contrario: varias vidas en un mismo día. Lo logra de a ratos, o de a vidas, da igual, pero después cede y entiende que no existe solución: solo formas de seguir adelante con la cruz colgando del cuello como una bandera que flamea desde un mástil alto y solitario.

De las palabras a los actos, che, dice ahora pero sabe, mejor que nadie, y con un discernimiento espantoso, que a veces en la vida es exactamente al revés: son los actos los que generan palabras y ellas, después, pensamientos, y ellos, más tarde o más temprano, el derecho a entender. Es eso o caer en las generalidades, en el oscuro túnel de pensar que todo es lo mismo, aunque nada sea igual.

Cruzaron la ciudad hundidos en sus entrañas, el chillido de los andenes interfería en la conversación, y las luces se apagaban intermitentemente y se volvían a encender, lo mismo que relámpagos sordos en medio de una noche cerrada. Viajaron de un punto a otro sin saber si iban o venían. Él le dijo: seamos libres: pensemos, y ella: querido amigo, en este mundo en el que ya todo tiene dueño, eso también hay que ganárselo: nadar o hundirse. Y él: es difícil vivir escondidos detrás de nuestros miedos, y ella: no hay nada peor que dudar entre dos puertas abiertas. Después lo miró como quien ve la lluvia en un charco de agua, y se preguntó si alguna vez lo volvería a ver, y cuándo, y cómo, y se despidieron. Al final es siempre lo mismo, pensó él: las diferencias se saldan pero la indiferencia, en cambio, avasalla.

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