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Columnistas

Votar así es morir de amor

Casa de cambio cerrada

“Cerrado. No hay sistemas. Disculpe las molestias”. El cartel sobre la persiana baja de la firma Sur Cambios este viernes en el microcentro de la Ciudad de Buenos Aires sirve para resumir cómo es el clima financiero previo a una elección presidencial en la Argentina, al menos desde hace una década: sin dólares y con la expectativa de que después del comicio siempre puede haber una devaluación. Todo el mundo se acostumbró a la incertidumbre extra antes de ir a votar. La economía con la lengua fuera. Restricciones y parches para llegar. Este año, una vez más.

Por eso, en los hogares se anticipan consumos en las vísperas porque un sanitario, una heladera, una moto “seguro después aumenta”. Es un reflejo que tienen las familias tras tantos años de destrucción de la moneda, que daría para uno de esos videos virales que describen a “los argentinos”. Por eso también las empresas eligen no vender todo lo que pudieran en esos momentos, ya que no saben a qué precio podrán reponer la mercadería después de la elección. Total normalidad.

En ese ADN de inestabilidad, el día después de una primaria concentra todas las inquietudes. La mirada de los medios de comunicación suele estar observando “qué dicen los mercados financieros”. Que no es ni más ni menos que ver cómo reaccionan bancos y fondos de inversión. En la antesala, consumieron encuestas que pagaron mucha plata para ver dónde dejaban estacionado su capital de manera tal de ganar más o no perder tanto según los efectos que tuviera el resultado que arrojan las urnas. 

Es todo un terreno de invenciones, expectativas, avivadas. Que si gana tal será más amigable con el sector privado, entonces hay que comprar. Pero un resultado así anticiparía más posibilidades de que gane el otro entonces hay que vender. Se tejen todo tipo de elucubraciones. Se trazan escenarios. Se convocan a analistas que habría que palpar de sanata pero convencen igual. Hablan con seguridad de que tal está cinco puntos arriba, de que fulano tiene un techo de tanto y que posiblemente este arrastre a aquél y entonces es seguro que habrá un voto anti tal. 

Aún con buena leche, hay exceso de humo la mayoría de las veces. Lo único cierto es que nadie tiene claro nada y que a lo sumo alguien hará un gran negocio y alguien se comerá un terrible garrón. Pasa siempre.

La memoria reciente te lleva a la PASO de agosto 2019. Un viernes una consultora mandó fruta sobre un posible resultado electoral que esperaban “los mercados”. El lunes, tras un número totalmente distinto, hubo locura, devaluación, inflación y corrida

La debacle era tal que en la general de octubre, mientras se contaban los votos, había reunión de directorio del Banco Central para definir qué iba a pasar con el dólar desde la mañana siguiente. Ahorristas trataban de comprar divisas con aplicaciones de criptomonedas. La incertidumbre de la argentinidad al palo.

Ahora, una vez más, el Gobierno ya asegura que está analizando medidas para la semana que viene. El Fondo Monetario Internacional dejó el giro de US$7500 millones que la Argentina ya le fue pagando usando yuanes y préstamos también para después de este domingo. 

Qué pedirá a cambio según quién salga más o menos fortalecido de las primarias viene siendo el corazón de los análisis que se resumen -como siempre- en cuándo y cómo se producirá una devaluación. Y por ende, qué costo social tendrá. 

El samba financiero se zamarrea al compás de un calendario electoral casi seguro de tres etapas: las PASO, las generales del 22 de octubre, y salvo una ola de votos, una segunda vuelta el 19 de noviembre. Vas a bailar.

El tema es que unos días más de descontrol en el tipo de cambio paralelo, que ya estacionó en $600, o un aumento abrupto del oficial, que ya se acomoda en $300, implicarán más temprano que tarde un nuevo salto en una inflación ya desbocada. Incluso si lo que hubiera fuera un intermedio: otra ronda de aumentos a los impuestos asociados a la importación.

Ahí lo que digan los mercados es nada al lado del impacto popular. Hay un universo cada vez más importante de la población que está agarrado al borde de la clase media que puede terminar rápidamente en la pobreza. Son los que no tienen posibilidades de cubrirse ni de proteger sus ingresos y que no serán título inmediato como la suba de los bonos o el derrumbe de las acciones.

Siempre al límite

Encima, la fragilidad de siempre de la economía es sólo una parte del precario equilibrio social sobre el que vivimos, que a medida que se acerca el momento de ir a las urnas siempre parece que puede romperse, porque todos están más sensibles, porque hay interesados en crear clima o porque un zócalo de tevé trae otro y el hartazgo se vuelve inmanejable. Algo de todo eso se fue dando en la última semana. 

El dolor por hechos de inseguridad cotidianos puede potenciarse más y siempre quedás al borde de la pueblada. Más si en un robo muere una nena hija de un cartonero a punto de entrar a la escuela pública que se supone le tendría que tirar una soga hacia la movilidad social, aunque sea cada vez más difícil por el bajo nivel de la educación y la diferencia respecto de los que se pueden pagar un colegio privado.

 

Chicos pidiendo justicia por la muerte de Morena Domínguez frente a la escuela "Almafuerte" de Lanús.

La indignación es la salida fácil también si a las pocas horas delincuentes le pegan un tiro a un médico que justo era el que había salvado a una estrella del fútbol de otro intento de asalto algo más de una década atrás, en un loop dramático.

Los reclamos gremiales que cada tanto cortan una vía parecen tambien estár a nada de terminar en desbandes en una terminal de trenes. Además, el servicio se interrumpe ahí en una estación que lleva el nombre de dos militantes que habían sido asesinados por la policía hace veinte años a la salida de otra crisis en un hecho que derivó en adelantamiento de elecciones.

Protesta de trabajadores tercerizados del ferrocarril en la Terminal de Constitución.

Los tercerizados que interrumpieron el ferrocarril, en tanto, te traen a la memoria cuando una vez un hecho similar hace 13 años terminó con el crimen de un joven a manos de la barrabrava que trabajaba para el sindicato del sector. La sensación de que todo se puede pudrir en un instante es un tic tac sin fin. Parece un milagro poder llegar al domingo en paz.

Más porque en simultáneo, la brutalidad policial que nunca falta puede derivar en otro muerto. Una protesta menor. Un operativo inentendible. Después, la muerte. Ya se verá si la Justicia comprueba responsabilidad puntual de algún efectivo o no. Pero que alguien explique la decisión de correr veinte tipos que iban a hacer una performance marginal en una vereda como si se necesitara el accionar policial de una cumbre del G-20.

Protesta en el Obelisco que derivó en la muerte del militante Facundo Molares.

Los referentes de la política, mientras tanto, hacen la obvia. Ante cada hecho, tratan de minimizar la responsabilidad propia y si se puede, manchar al de enfrente. Para que sea creíble, además, lo mejor es hacer lo uno y lo otro diciendo que “no hay que politizar” las tragedias. Para sobreactuar, suspenden cierres de campaña, que son actos que sólo les importan a ellos. Sin embargo, no dejan de lanzar mensajes o grabar spots tratando de sacar rédito a cada situación. Al dolor. A la desesperación. Al enojo. Todo vale.

Como sea, el objetivo de este artículo es no perder de vista que a pesar de todo -todo- esto, hoy se vota, y que votar es la mejor forma de intervenir en una pequeña partecita de la construcción de un futuro. Es la mejor forma de resolver las diferencias y darnos un gobierno, aún cuando los resultados económicos y sociales que se cosecharon hasta ahora te desilusionen. 

De hecho, que se haya podido procesar nuestra crisis permanente sin que nunca se haya puesto en duda que llega al poder el que más votos saca y que aún hasta los más locos y extremos tengan que jugar sus ideas border con estas reglas son razones suficientes para seguir enamorados de la democracia, cuarenta años después. Para darle siempre otra oportunidad yendo a cumplir con el voto.

Aunque votar así sea morir de amor.

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