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Columnistas

A veces está bien y a veces está mal

Día del Padre

Le dije un millón de veces que odio cuando me grita, y que me pone triste, y me prometió que jamás volvería a hacerlo. Me lo dijo con esas palabras, lo recuerdo. Me dijo: “Te juro que jamás te voy a volver a gritar, si me haces caso”. Hace eso, siempre me pone un pero. Siempre. Entonces yo le dije que iba a hacerle caso si no me gritaba, y estuvimos un día entero dándole vueltas al asunto. Y nos reíamos.

“No me grites”, le decía yo. “Entonces hacé caso”, me decía él. “Ok, te hago caso”, le retrucaba yo. “Ok, no te grito”, finalizaba él. Y nos reíamos. Y entonces él prendía la hornalla o batía el café y me miraba y me decía de nuevo: “Hacé caso”. Y empezábamos otra vez.

Pero parece que todo eso se le olvidó y me acaba de gritar tan fuerte que los vasos que estaban sobre la mesa temblaron y los vecinos seguro lo escucharon y yo salí corriendo y me tiré acá, en mi cama. Él sigue allá, pensando que si me grita voy a hacerle caso, aunque me juró que no volvería a hacerlo. Lo único que hice fue insultarlo, pero no dejé de hacerle caso. Lo insulté y él me gritó. Le dije que era un imbécil. Esa palabra siempre lo alarma. Supongo que es por cómo la digo, pero me sale así. Estiro demasiado tiempo la “e” en mi boca y entonces el insulto dura como cuatro o cinco segundos.

Lo copié de la tele. Era domingo, creo, y estábamos mirando un programa y entonces un actor hizo exactamente eso, estiró la “e”, y él se rió y yo me reí y entonces supuse que eso le daba risa. Y a mí me encanta verlo reír. Deberían verlo cuando se ríe. Se le ven todos los dientes y se le ensancha la cara y sus ojos se ponen finitos como los de un chino. Me encanta verlo reír; por eso le dije imbécil. Pero parece que ya no le da risa. Supongo que a veces pasa eso. Lo que antes nos hacía reír, ahora nos produce enojo. O nos hace llorar. Creo que pasa eso. A veces se ríe de mí, de algo que hago, y llora mientras sonríe. Es raro, las lágrimas parecen brotar por la punta de sus ojos achinados.

Él tiene ojos verdes, yo los tengo negros. En eso somos muy diferentes. Pero a él tampoco le gusta que le griten. Me lo dijo una vez cuando le pedí que me alcanzara algo; no le pedí, le grité para que me trajera algo y me lo dijo. En eso somos iguales y en muchas otras cosas más también. A veces veo fotos suyas de cuando era chiquito y pienso que soy yo. Bueno, está bien, quizá no le hice caso. Me dijo muchas veces que no dijera malas palabras, que es feo. Aunque una vez que le dije que era un boludo y no me dijo nada.

Estábamos jugando al fútbol y él me pegó con la pelota en la cara y yo me reí y le dije: “Sos un boludo”, y no se enojó. Me parece que a veces está bien y a veces está mal. Pero a veces me confundo. No sé, a veces se enoja, a veces se ríe. Me parece que está un poco loco. Creo que nunca estiré tanto la letra “e” como esta vez. Me estoy volviendo cada vez mejor en esto. Pero quizá ya debería dejar de decir esa palabra de esa manera. Cuando me acosté le volví a gritar que era un imbécil pero no estiré la letra y no pareció enojarle tanto porque no me contestó, no me gritó, nada. Recién vino a hablarme y me dijo que estaba mal insultar y le dije que estaba mal gritar. No pareció enojarse. Me hablaba mucho, no me gritaba pero hablaba fuerte y entonces dejé de escucharlo.

A veces hago eso. Cierro mis oídos como cierro mis ojos. Me encanta hacerlo. Empecé a mirarlo, tiene el pelo claro y la barba negrísima y me miraba con los ojos un poco cerrados; como si se estuviera riendo, pero no. Miré sus ojos tanto tiempo que dejé de oírlo por completo y de ver todo lo demás. Entonces, de repente, me gritó. Me preguntó si había entendido. “Si, sí, te entendí pero sabes qué”, le dije. “¿Qué?”, me preguntó. Es que veo un pavo real que nada en tus ojos, en ese agua verde que tenés adentro de tus ojos; no lo estoy imaginando, lo estoy viendo de verdad, le dije. Y entonces me abrazó y se rió mientras lloraba. Ven, les dije, se los dije, mi papá está loco. Feliz día a todos!

Foto: Tico Cid