Viernes, 03 de Mayo de 2024 Muy nuboso 15.4 °C muy nuboso
 
Lunes, 11 de Octubre de 2021 Muy nuboso 15.4 °C muy nuboso
 
Dólar BNA: $924
Dólar Blue: $1035
Columnistas

La ciencia de las canciones tristes: rotos pero acompañados

canciones tristes

Aristóteles (o Teofrasto… los académicos en Internet no terminan de ponerse de acuerdo) se preguntó alguna vez “¿por qué será que todos los que se destacaron en filosofía o política o poesía o las artes son claramente melancólicos, a punto tal de verse afectados por enfermedades causadas por la bilis negra?”. Traslademos al rock la duda de estos señores de barba y toga y vamos a ver que funciona igual de bien: alguna explicación debe haber para el hecho de que los músicos hagan sus mejores discos, por ejemplo, cuando se separan. ¿Por qué la tristeza, el fracaso y la desgracia parece inspirarlos más, ponerlos más profundos, darles más material para componer que el bienestar?

Esto de destacar la excelencia de los músicos torturados es casi unánime, pero también se puede ver la cuestión desde la perspectiva opuesta: ¿Por qué a nosotros nos gusta más la música que se toca y graba en situación de bajón? ¿Por qué nos suele movilizar más como melómanos lo que nos da un tipo que padece que uno que es feliz? El músico triste y oscuro, por lógica tiende a generar música triste y oscura, y los oyentes -en un movimiento que en cualquier otro ámbito sería contraintuitivo- la consumimos y la disfrutamos especialmente, como si el rock -al revés que en la vida- encontrara un regocijo en el sufrimiento. Ojo, tampoco es que las penurias sean una fiesta: es que nos entristecen pero bien, en un plan medio masoquista, si lo pensás. Lo decía Rob Gordon en Alta fidelidad: “¿Escucho música pop porque estoy triste o estoy triste porque escucho música pop?”.

Ante todo esto, la ciencia se propuso descular cuál puede ser el mecanismo por el cual nuestros cerebros encuentran deseable lo repulsivo. Es evidente que alguna ventaja le estamos encontrando a esto de ahogarnos en melancolía escuchando una del Dylan hecho moco de Blood on the Tracks (1975) o alienándonos mientras Joy Division nos cuenta cómo el amor nos va a romper en pedazos, y la psicología lo viene investigando (con resultados diversos) desde hace rato. Ahora, un estudio publicado hace apenas unos días en el Journal of Aesthetic Education avanza con el tema hasta encontrar una respuesta que cierra: lo hacemos para sentir que no somos los únicos que la pasan mal.

Después de una parva de investigaciones que se concentraban en la acción directa de factores como el modo, el tempo, el ritmo y el timbre de la música sobre el cerebro humano, un equipo de la Universidad de Yale liderado por el filósofo y psicólogo Joshua Knobe (quien, dato importante, está casado con la artista indie Alina Simone) se inclinó por una hipótesis diferente: la de la empatía.

La metodología es un moño incomprensible pero se puede resumir más o menos así. Primero se le pidió a los 450 sujetos que valoraran canciones según lo que cada una les generaba y resultó que lo que más interés despertó fueron determinadas emociones por sobre la pericia técnica (lo cual, ya que estamos, es la prueba científica definitiva de que el jazz rock es la muerte). Después se les preguntó cuán conectados se sentían escuchando música o participando en conversaciones que expresaban 72 emociones diferentes, y las que más vínculos generaron fueron las mismas que se apreciaron más en la primera parte del estudio: inspiración, amor, tristeza, desprecio. Así los investigadores dieron por probada su teoría: ese disfrute a contramano que encontramos en las canciones oscuras pasa por la afinidad. Cuando nos sentimos mal, nos reconforta escuchar que otros también se han sentido mal alguna vez por motivos parecidos, y lo supieron expresar con belleza. A lo bruto: si a Calamaro le rompieron el corazón y a mí también, no sólo me percibo acompañado en el sentimiento (y no un caso raro e irrecuperable, indigno del resto de la humanidad), sino que además me identifico con alguien que me genera algún tipo de admiración. La cofradía de los perdedores hermosos.

Dicho esto: se hace vital y necesario renovar la reserva de canciones deprimentes y encontrar nuevas maneras de acercarse a otros seres igual de dañados que uno, pero más talentosos. Hay una lista que se repite cada vez que se habla del tema: “Era en abril” de Juan Carlos Baglietto (en realidad compuesta por Jorge Fandermole ¡a los 15 años!), “La navidad de Luis” de León Gieco, “Nothing Compares 2 U” de Prince (popularizada por Sinead O’Connor), “Hurt” en la versión de Johnny Cash, etc. A esos nombres conocidos por todos ahora le sumamos algunas joyitas menos difundidas del cancionero bajón universal, ideales para destrozarte (bien) el ánimo. A saber.

“Tenerte a mi lado” - Los Hermanos Cubero

Enrique Cubero, la mitad del dúo español, perdió a su esposa Olga por el cáncer. A Abril, la hijita de ambos, le pidieron en el colegio que dibujara la tristeza, y la nena -por supuesto- dibujó a su mamá. De eso habla esta canción a la que hay que entrarle -avisamos- con mucho cuidado.

“Death is Real” - Mount Eerie

Caso similar al anterior. Phil Elverum estuvo casado con Geneviéve durante trece años, hasta que se la arrebató un cáncer pancreático. Su catarsis fue componer ésta y las otras diez canciones de su disco A Crow Looked At Me (2017), donde canta cosas como “cuando entro a la habitación en la que estabas y veo que ahora hay vacío, todo falla, mis rodillas fallan, mi cerebro falla, las palabras fallan”.

“How” - Regina Spektor

Comparada con las dos primeras, ésta parece una de los Decadentes. Sin embargo, tampoco hay que relativizar el potencial bajonero de una canción de ruptura que dice “¿Cómo puedo empezar otra vez? ¿Cómo puedo intentar amar a alguien nuevo? A alguien que no seas vos. ¿Cómo puede ser verdadero nuestro amor si no te puedo olvidar?”.

“Cheers Darlin’” - Damien Rice

Un chico y una chica que no se conocen se refugian de la lluvia en un bar. Ahí pasan cuatro o cinco horas tomando, charlando y riendo. A determinada hora el chico decide gastarse el último billete que le quedaba en otro trago en vez de guardárselo para el colectivo que lo llevaría a su casa, convencido de que la chica quería pasar la noche con él. Sin duda es amor a primera vista, hasta que la chica le dice que se tiene que ir porque su novio la va a pasar a buscar. La chica se va y el chico vuelve como puede a su casa y compone esta canción.

“Ojalá” - Beret

“Y ojalá nunca te abracen por última vez”. No se hace eso, Javier.

“Chances” - Athlete

En el episodio 10 de la 5ta temporada (del reboot) de la serie británica Doctor Who, el doctor y su asistente viajan en el tiempo y visitan a Vincent Van Gogh, que vive en la más profunda depresión porque nadie aprecia su arte. Ya sabemos cómo terminó esa historia en la realidad, pero en la ficción el doctor trae al pintor a nuestro tiempo y le muestra cómo su obra está expuesta en un museo parisino, donde se habla de él como uno de los mejores artistas plásticos que jamás hayan existido. Van Gogh, desde ya, no puede contener la emoción. Y mientras eso pasa, la canción que suena es ésta. Quien quiera ver la escena, con pañuelos a mano, pase por acá.

Está pasando