Nada se puede ganar, ni una guerra revolucionaria, ni un partido de fútbol, de a uno. Todas las grandes victorias, los grandes logros de la historia, son el resultado de enormes esfuerzos colectivos, aunque terminen representadas, muchas veces, por una sola figura, sea esta José de San Martín o Lionel Messi. Todos ellos tuvieron gente al lado, atrás o adelante con la que hacer una pared, o al que darle una asistencia, o alguno que pone el pecho en los momentos críticos.

En este caso, se trata de los Julián Álvarez, el de la calle y el de los goles. Primero el más viejo. Álvarez nació en Buenos Aires en 1788, hijo de una familia de exitosos comerciantes. Asistió al Colegio San Carlos, el antiguo nombre del actual Nacional Buenos Aires, y estudió leyes en Chuquisaca, como Juan José Castelli, Vicente López y Planes, Mariano Moreno o José Darregueira.

Tuvo cierto nivel de protagonismo en la Revolución de Mayo. En 1810, fue uno de los firmantes de la petición del pueblo en la que se nombraba a los integrantes de la Primera Junta. Además, como Gran Maestre de la Logia Independencia, fue uno de los encargados de recibir a San Martín, junto al resto de la Logia Lautaro, cuando llegaron de Europa. Rápidamente se sumó a esta organización. Formó parte de la Asamblea de 1813, en la que se decretó la libertad de vientres. Luego de una serie de ires y venires en la política rioplatense, con algunos pasos por prisión, terminó dedicándose a la política en el vecino país de Uruguay, al punto de participar de su propia independencia.

Ahora, es muy probable que la calle que homenajea a esta figura poco conocida de nuestro proceso independentista pase a tener un significado múltiple. Los golazos que hundió el delantero de la selección salido de Calchín, Córdoba, en el arco croata pueden llegar a transformar a la calle porteña en un lugar de peregrinaje para los amantes de Álvarez. En todo caso, ya lo expresó así la legisladora Ofelia Fernández, que pidió, a través de Twitter, que vuelvan avenida a la calle en cuestión.