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Ambiente

Las 5 críticas al trigo transgénico HB4

Aprobado hace dos meses, promete ser más resistente a las sequías y necesitar menos agua para su producción. En esta entrevista, el investigador del Conicet Guillermo Folguera alerta sobre el desmonte y la expulsión de los pequeños campesinos y propone discutir a quiénes beneficia su uso.

“¿Cómo puede ser considerado desarrollo algo que nos asesina? ¿Cómo puede ser considerado progreso algo que puede contaminar otros trigos, cuyas semillas son transmitidas generación tras generación, comprometiendo la biodiversidad?”, se preguntan los y las integrantes de las asambleas y organizaciones que participaron de los Encuentros de Pueblos Fumigados de la Provincia de Buenos Aires sobre la implementación del trigo HB4. Este transgénico, cuyo uso fue aprobado en mayo por el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, hizo sonar las alarmas de los pequeños agricultores, los habitantes de comunidades rurales e indígenas y las organizaciones medioambientales. 

El trigo HB4 es una planta desarrollada por la empresa Bioceres en articulación con el CONICET y la Universidad Nacional del Litoral. Por sus características biológicas, promete ser mucho más resistente en un contexto de sequías causadas por el cambio climático y necesitar menos agua para su producción. Sin embargo, funciona de forma sinérgica con el herbicida glufosinato de amonio, que es mucho más tóxico que el glifosato. Esta es una de las causas que disparan su mayor rechazo, sobre todo en los pueblos que están sufriendo los estragos severos que generan las fumigaciones: el aumento de diagnósticos de cáncer, abortos espontáneos, malformaciones genéticas y afecciones respiratorias graves, entre otras condiciones.  

¿Qué otras objeciones se le puede hacer a esta semilla, que trató de ser frenada en Buenos Aires con medidas cautelares que, hace pocos días, fueron apeladas y quedaron sin efecto? 

Guillermo Folguera, biólogo, filósofo, profesor de la UBA e investigador del CONICET, propone algunas claves para problematizar su uso.

–Ya hay 65 especies de plantas transgénicas aprobadas en el país, ¿qué tiene esta de diferente? ¿Por qué causó tanta repercusión?

–En principio, por el lugar emblemático y central que ocupa el trigo en la mesa de los argentinos. Pero, a su vez, podemos marcar otros cinco motivos centrales.

Desde que se aprobaron los transgénicos hace 25 años se incrementó la concentración de tierras.

Guillermo Folguera, biólogo y filósofo (UBA/Conicet)

–¿Cuáles son?

–En primer lugar, que forma parte de un paquete tecnológico que incluye al herbicida glufosinato de amonio, que ha sido señalado por toxicólogos del país como 15 veces más alto en su toxicidad que el glifosato. Por otro lado, la propia Bioceres asegura que esta planta es resistente al estrés hídrico.

Este estrés funciona como un límite de la expansión de la frontera agrícola y, cuando hablamos de esa expansión, nos referimos a un mayor desmonte y deforestación, con todas las consecuencias que eso implica.

En tercer lugar, también podemos decir que los organismos modificados genéticamente tienden a favorecer a los grandes productores frente a los pequeños. Y eso nos lleva al cuarto problema, que tiene que ver con una cuestión demográfica. Es decir: esto último provoca la expulsión sistemática de los pequeños campesinos, que se tienen que reubicar en grandes urbes. Esto desemboca en la desaparición de poblados y en que el 95% de la población argentina ahora esté viviendo en las grandes ciudades.

–¿Qué implica esto, además de la ultra concentración demográfica?

–Su correlato es, en definitiva, el aumento continuo de una brecha de desigualdad social; desde que se aprobaron los transgénicos hace 25 años se incrementó la concentración de tierras entre menos personas.

–Ya nombraste cuatro problemas centrales. ¿Cuál es el quinto?

–El quinto tiene que ver con lo que esto significa en términos de políticas públicas. Bioceres tiene como grandes accionistas a personas como Gustavo Grobocopatel, que es uno de los más influyentes en el cultivo de soja. El CONICET, el organismo para el cual yo trabajo, y la Universidad Nacional del Litoral, generaron un entramado público y privado que se ha presentado desde los ministerios como algo virtuoso. Sin embargo, requiere una discusión política profunda, que apunta a preguntarnos: ¿para qué Argentina necesita este trigo? ¿A qué sectores va a beneficiar? 

–¿Cuál es tu respuesta a esto?

–Este tipo de enlace lo único que presenta es la posibilidad de exportar más. ¿Quiénes exportan? ¿Para qué? ¿Qué consecuencias genera esto en nuestros territorios? ¿Cuál es el alcance? Bueno, es masivo, sobre todo en un contexto global que garantiza que haya mercados compradores, donde los precios de los commodities siguen aumentando, sobre todo desde la guerra entre Rusia y Ucrania. El régimen argentino se mueve al ritmo de los compradores, lo cual no solo ha sostenido este modo de producción, sino también la utilización de los químicos asociados a esto. Es decir: funciona como un principio rector sin importar sus consecuencias, que está afectando a nuestros territorios, nuestras comidas y nuestros tejidos sociales. 

Hay que abandonar esa idea monstruosa de la producción a gran escala de grandes volúmenes de exportación que solo beneifica a unos pocos sectores.

–¿Qué alternativas hay?

–Buscar una forma de producción que no excluya la condición sanitaria, que tenga en cuenta a la biodiversidad, que preserve el medioambiente, que no incremente las desigualdades.

Abandonar esa idea monstruosa de la producción a gran escala de grandes volúmenes de exportación donde solo unos pocos sectores se han beneficiado; pensar que, en el fondo, lo único que se ha ganado en estos 25 años es el ingreso de dólares, que se van muy rápido. 

Sobre todo, hay que comprender la importancia de escuchar. No solo a los profesionales que están investigando desde la sociología, la antropología y demás ciencias los efectos de estos químicos en las economías regionales, en los poblados, en la salud, sino también escuchar a las comunidades que están lidiando con las fumigaciones, que ven la degradación de sus sueños… quiero decir, de sus suelos, pero de sus sueños también. Escuchar a los productores agrícolas que se están quedando en el camino. Desde hace 25 años los transgénicos son vendidos como una panacea, pero más bien han hecho lo contrario: han generado una degradación química en nuestro país, desmontes, deforestaciones, y eso hay que tenerlo en cuenta. Y problematizarlo políticamente.