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Columnistas

¿El rock se volvió conservador?

Ante cada injusticia, seguimos esperando el grito de furia de un rockstar inmolado que un poco vendrá a poner orden y otro poco nos dará ánimos para no abandonarnos a la desidia. ¿O acaso el rock siempre fue conservador?

Vivimos uno de esos momentos de la historia argentina en la que miremos para donde miremos hay algo roto, y -al menos para los que pasamos los 35- es inevitable sentir el impulso de correr a buscar refugio, o un poco de consuelo, o aunque sea una voz amiga, en el rock. Nos quemamos las manos demasiadas veces pero no hay experiencia o análisis que logre matar del todo a la idea de un rock denunciante y arengador, indignado pero activo, bohemio y laburante a la vez, todas fantasías que se nos instalaron en la mente cuando compramos los primeros cassettes. “Si se pone de pie para señalar algo que está mal pero no pide sangre para redimirlo, entonces es rock and roll”, dice Charly que dijo Pete Townshend, y es por esa construcción que uno hace unos segundos de silencio ante cada injusticia (lo cual hoy por hoy implica mucho silencio, y entiéndase esto como autocrítica) esperando el grito de furia de un rockstar inmolado que un poco vendrá a poner orden y otro poco nos dará ánimos para no abandonarnos a la desidia.

Lo que se escucha en medio de ese silencio, en cambio, es a uno eligiendo poner el foco en “la subversión” de los 70 en una entrevista, a otro deslizando que no estaría tan mal que volviera la colimba y a un tercero muy de charla con neonazis y terraplanistas, entre otros ejemplos. El idealista que sobrevive como puede dentro de nosotros espera que, si la crisis recrudece, el rock se plante o por lo menos intente algún tipo de puteada, pero las respuestas que llegan oscilan entre patearla al córner y decir barrabasadas que por poco no sonrojarían a Monseñor Aguer.

De modo que no queda otra más que hacerse la pregunta del título, y la respuesta aparece rápido y es corta y clara: no. El problema es que a esa conclusión se puede llegar -valga la paradoja- por zurda y por diestra: ¿No se volvió conservador porque sigue siendo tan rupturista, contracultural y loco como siempre o no se volvió conservador porque en el fondo, aunque se vendiera rebelde, siempre fue conservador? Y una tercera posición, la que casi siempre tiene razón: el rock es tantas cosas que cómo saber.

El sector del rock que parece haber abrazado el discurso de la derecha es, casi sin excepciones, masculino, mainstream y cercano a los 60 años.

Para empezar a desentramar esta nueva/vieja realidad del rock argentino hay que decir que #NotAllRockers: el sector del rock que parece haber abrazado el discurso de la derecha es, casi sin excepciones, masculino, mainstream y cercano a los 60 años. Hay otro rock, entrado en años pero más under (buscar entre el punk de los 80 y 90), que aprovechó la pandemia para llenar el chango en la góndola de la conspiranoia: vacunas, microchips de Bill Gates, Nuevo Orden Mundial, antisemitismo casual, todo desplegado en largos posteos de Facebook llenos de faltas de ortografía. También hay otro rock de gente grande que no se mete en quilombos porque supo pasar hambre y no quiere que dejen de llamarlos del circuito de fiestas nacionales: a ellos comprensión, todos estuvimos ahí.  Y por suerte hay otro rock más, joven y criado en el tiroteo de las redes sociales, a veces queer, que no se cuida de militar causas nobles desde una postura -si se quiere- un tanto woke, que es justamente uno de los enemigos declarados del rock conserva. Cada vez que pueden los barones/varones del rock se crispan contra el feminismo (¿por qué será?) y la lucha LGBTQ+, y aunque se le puede objetar a estos movimientos cierta desconexión de clase, también es real que cuesta encontrar logro social colectivo en el que el rock “combativo” de las décadas pasadas haya tenido alguna participación concreta, al nivel de lo que lograron las mujeres pudriéndola en la calle por el aborto legal

De modo que ni siquiera se le reclama a este rock del que hablamos que se involucre en la pelea: al menos se le pide que se queje, que patalee, que haga berrinche para sentirnos algo acompañados. Ni siquiera que proponga soluciones: con una consigna no tan complaciente del tipo “animémonos y vayan” tiramos, decir que la vara está baja es quedarse corto. Ya los activistas de los 60 criticaban al rock por irse en discurso mientras las cosas seguían pasando como si nada, así que no vamos a pretender cambiar su naturaleza. Pero no, el “poder” al que eligieron oponerse es lo que llaman “progresismo”, al que -como dijimos- se le puede criticar mucho, pero de ahí a pararse del lado de la cana, la iglesia y Patricia Bullrich (invitada especial al último Cosquín Rock) para hacerle frente hay un trecho bastante largo.

Cuesta encontrar logro social colectivo en el que el rock “combativo” de las décadas pasadas haya tenido alguna participación concreta, al nivel de lo que lograron las mujeres pudriéndola en la calle por el aborto legal. 

Entonces, ¿el rock se volvió conservador o no? Y la respuesta vuelve a ser no, porque a lo sumo está expresando de otra forma algo que siempre fue parte de su identidad: el rechazo a todo lo que no se ajuste a su dogma. Este tipo de rock, el puro, el machazo, el que tiene la posta y no la comparte, vende desde el principio de los tiempos una libertad total e innegociable (la cual supo aprovechar más de una vez como pretexto para autodestruirse o hacer con las mujeres lo que se le antojara), que de repente se corta por arte de magia cuando -por ejemplo- usás autotune o samplers como muchos artistas de hip hop, o no te parecés a AC/DC, o no sos tan puro y machazo como debés ser (que la cuenten los integrantes de Virus, si no). Tampoco es novedad la necesidad de este rock de ser el centro de la fiesta a como dé lugar: lo que sí pudo haber cambiado es que las mañas de rockstar ya no asustan a nadie y la Liga de Madres de Familia dejó de picar y ahora lo que funciona es provocar “progres”, que indefectiblemente caen en la trampa. Y así, después de un largo día de prensa o redes, se van a casa pipones por haber hecho enojar a cien tuiteros, que es lo más parecido a pescar con arpón en un balde que nos puede ofrecer el siglo XXI.

En general lo que parece haber, más que conservadurismo político -si se quiere- ortodoxo, es un discurso de rebeldía que en realidad es más reacción. “El rock es oponerse a lo que dice el sistema”, se repite, y por algún motivo (que seguramente tendrá que ver con su burbuja personal, o con sus miedos) este rockero mainstream, masculino y sesentón interpreta que ahora el sistema es ese progresismo que te pide que, mínimamente, no seas un imbécil y trates con cariño a tu prójimo. Con lo cual para ser true rocker habría que ser el más imbécil del condado y dispensarle a los demás todo el guano del catálogo. “El punk no es un culto religioso: el punk significa pensar por vos mismo”, decía Jello Biafra, y si cambiamos “punk” por “rock” sigue funcionando. Porque el sistema también nos dice que no crucemos Córdoba a las seis de la tarde con el semáforo en verde, y no hay duda de que no sería muy avispado oponerse a eso. Cuestión de criterio nomás.

Jello Biafra.

Mientras, ese mismo rock se desangra por el éxodo de la juventud hacia lo que llama “trap” (un paraguas genérico que incluye hip hop, reggaetón y mil cosas más), sorprendido porque estos borregos tan equivocados tengan más ganas de escuchar canciones gancheras sobre pasarla bien (¿el rock n’ roll original, el de los 50, no era eso?) que bancar incondicionalmente sus diatribas marciales. Por eso da pánico cuando a los “traperos” se les da por andar gritando que son el nuevo rock o por ponerse solemnes y cantarle a la patria: si vamos a repetir la historia, ojalá al menos sea sin los vicios.

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