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Columnistas

El nacimiento de la anestesia y la maldición que cayó sobre sus descubridores

Por Fermín Cañete Alberdi

Imaginate que naciste hace doscientos años. Que vas al dentista por un dolor de muela y te dice que te la tiene que sacar. Te acostás en la cama y en la mesada, al lado de tu cabeza, ves todo tipo de herramientas metálicas. Pinzas, fórceps, excavadores... pero falta una cosa: la aguja. Es que, todavía no se inventó la anestesia, ¿te bancás el dolor? 

Antecedentes hay muchos y muy antiguos. Ya en Egipto los cirujanos presionaban la arteria carótida durante un tiempo para suprimir la sensibilidad del cuerpo. Hipócrates en el 400 a.C. preparaba un jugo soporífero con mandrágora y opio; los chinos usaban hachís, Paracelso el láudano y así podríamos seguir enumerando métodos paliativos. Pero la realidad es que si necesitabas pasar por el cuchillo antes de 1850, tenías una tortura garantizada.

Si necesitabas pasar por el cuchillo antes de 1850, tenías una tortura garantizada.

El nacimiento de la anestesia es lo que se suele llamar un acontecimiento “de su tiempo”. Esto quiere decir que había varios investigadores que estaban a punto de llegar al descubrimiento a la misma vez, porque determinada coyuntura así lo permitía. Puede ser por una necesidad, inventos precedentes o el desarrollo adecuado de una rama de la ciencia.

Horace Wells se queda en el umbral 

La primera persona en hacer público un antídoto temporario contra el dolor fue justamente un dentista. En 1844, Horace Wells se enteró leyendo el diario que un artista ambulante llamado Colton presentaba un espectáculo en el que administraba un “gas hilarante” a “caballeros respetables”. Luego de ver a estos hombres embriagados caminar erráticos por el escenario mientras se golpeaban contra todo sin acusar recibo, pensó que esa podía ser la sustancia que estaba buscando.

Luego de ver a estos hombres embriagados caminar erráticos por el escenario mientras se golpeaban contra todo sin acusar recibo, Wells pensó que esa podía ser la sustancia que estaba buscando. 

El gas que Colton usaba, el óxido nitroso, no era nuevo. Había sido descubierto en 1772 por Joseph Priestley y probado unos veinte años después por Humphry Davy, que describió sus propiedades anestésicas luego de utilizarlo para un dolor de encías que lo aquejaba. Pero no tuvo mucha repercusión entre los médicos.

Terminado el show, Wells le pidió al artista que le administrase el gas y se hizo sacar un diente, sin sentir ningún dolor. Convencido de que era lo que estaba buscando, concertó inmediatamente una demostración pública en Boston ante la Facultad de Medicina y los estudiantes de Harvard, pero no le salió como esperaba. El efecto del gas no fue suficiente para uno de los pacientes que era obeso y empezó a gritar cuando le practicaron la intervención.

Luego de este fracaso, Horace perdió prestigio, dejó la odontología y se dedicó a la venta de artículos hogareños. Pasó de estar a punto de revolucionar la medicina, a morir de la peor manera. Se hizo adicto al cloroformo y una vez, luego de consumir toda la semana, le tiró ácido sulfúrico a dos mujeres en la calle. Cuando recuperó la conciencia y se encontró en la cárcel, decidió suicidarse cortándose una arteria de la pierna. Eso sí, antes inhaló una dosis de cloroformo para paliar el dolor.

Nace la anestesia

William Morton, uno de los colaboradores de Wells en la demostración de Boston, también estaba interesado en encontrar un antídoto para el dolor, porque había desarrollado una placa dental económica con la que creía que podía ganar mucho dinero. El asunto era que para que ésta apoyara en el paladar, había que retirar restos de dientes viejos e incluso algunos enteros y esto ahuyentaba a los clientes.

Para que la placa dental de Morton apoyara en el paladar, había que retirar restos de dientes viejos, incluso algunos enteros, y esto ahuyentaba a los clientes.

Pero, si el óxido nitroso no servía, ¿qué otro gas se podría usar? Un médico, llamado Charles Jackson, que había conocido a Morton en unos cursos de la Escuela de Medicina de Harvard, le propuso que estudiara una sustancia que él mismo preparó en su laboratorio. Se trataba de un líquido incoloro que Valerius Cordus había fabricado en 1540 tratando alcohol de maíz con ácido sulfúrico y que Paracelso también había estudiado: el éter.

Fue mucho más cauteloso que Wells. Empezó por probarlo en insectos, en gallinas y finalmente en su perro. Luego, decidió inhalarlo él mismo. Se sentó en un sillón con un reloj, humedeció un paño con éter, se lo llevó a la nariz y contó el tiempo que permaneció dormido: 7 minutos.

El 30 de septiembre de 1846, Morton utilizó su gas para sacarle a Eben Frost una muela infectada, sin que éste sintiera ningún dolor y le pidió que firmara una declaración que luego se publicó en el Daily Journal de Boston. Luego, fue un poco más allá: diseñó un artefacto que consistía en un globo de vidrio con un tubo a un lado y un corcho del otro, para mantener el suministro de gas anestésico a las vías respiratorias del paciente.

Estaba listo para triunfar donde Wells había fracasado. El propio doctor Jackson le sugirió que se pusiera en contacto con el cirujano John Warren para coordinar una demostración, pero antes, le recomendó que patentara su desarrollo con un nombre comercial y solicitó el 10 % de las ganancias por su aporte. Morton eligió el nombre Letheon. Finalmente, por miedo a que la anestesia fallara y lo dejara en ridículo, Jackson pidió un único pago de 500 dólares y renunció a todo derecho.

Pintura de Robert Hinckley: la operación hecha el 16 de octubre de 1846 en el Hospital General de Massachussets de Boston por el cirujano John Warren y el anestesista William Morton. El paciente, Gilbert Abbot, tenía un gran tumor en el maxilar.

El 16 de octubre de 1846, John Warren (de la Escuela de Medicina de Harvard), frente a un anfiteatro repleto, extirpó de la mandíbula de Gilbert Abbot un tumor vascular. Completa la intervención, miró al público y dijo: “señores, esto no es cuento”. En esta fecha se conmemora el día del anestesista.

La maldición

A partir de ese momento, la utilización de gases anestésicos explotó en todo el mundo con un éxito rotundo. James Young Simpson, jefe de maternidad de la Enfermería de Edimburgo, comenzó a trabajar con cloroformo en sus partos y en 1853 esta práctica se institucionalizó cuando la Reina Victoria dio a luz a su séptimo hijo bajo sus efectos. Por su parte, Morton ofreció el éter al ejército de Estados Unidos que lo utilizó en la invasión de México (1846-1848) y para el momento de la Guerra de Secesión (1861-1865), tanto los del Norte como los del Sur lo tenían entre sus filas.

En 1853 la práctica se institucionalizó cuando la Reina Victoria dio a luz a su séptimo hijo bajo sus efectos.

Sus descubridores no tuvieron la misma suerte. Jackson y Morton se enroscaron en una disputa ciega por las ganancias y el reconocimiento, tanto en Estados Unidos como en Europa. Wells, enterado de lo sucedido, también reclamó la prioridad de la invención.

Lejos de conseguir algún beneficio, solo lograban que sus competidores no los obtuviesen. Cuando Wells se suicidó, su mujer reclamó una compensación al Congreso y esto complicó aún más las posibilidades de Morton, que todavía peleaba por los dispositivos y el éter que le había provisto al ejército.

La reina Victoria de Inglaterra.

Para peor, en 1849, apareció un tal Crawford Long en Georgia, que aseguraba haber utilizado la anestesia del éter desde 1842 (cuatro años antes que la demostración de Boston), en una sala de cirugías. Jackson, con tal de boicotear a su contrincante, se dedicó a difundir la historia de Long, que no tenía ninguna pretensión económica porque entendía que su trabajo había prescrito. La controversia por el mérito inventivo se extendió durante dieciséis años, hasta que, el 1° de diciembre de 1862, la patente de Morton fue anulada.

La brutal competencia no hizo más que erosionar la psiquis de los dos contrincantes. En 1868 Morton leyó un artículo de una revista en el que se daba todo el reconocimiento a su oponente y no soportó la cólera, murió de un ataque cardíaco dejando en la indigencia a su esposa y cinco hijos. Jackson tampoco se salió con la suya: terminó internado en un manicomio hasta el día de su muerte en 1880. Se ve que este mundo cruel decidió cobrarles a ellos el dolor que no podría infligirnos a nosotros.

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