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Columnistas

Cartas de amor entre fines de siglo XIX y principios del XX

amor
Por AAIHMEG |Florencia Claudia Castells EIDAES UNSAM CONICET/AAIHMEG

Cada febrero aparecen las conocidas notas sobre los mitos del amor romántico. No obstante, rara vez nos detenemos a pensar en cómo se han experimentado las ideas sobre el amor a lo largo de la historia argentina. Esta pregunta nos puede ayudar a comprender los modos en que los vínculos se fueron transformando, con ciertas pervivencias románticas que fueron adquiriendo nuevos sentidos, a la luz de nuestra historia social y cultural. Las fuentes epistolares, judiciales y literarias nos abren ventanas para reconstruir una historia del amor. No obstante, es necesario saber que cada una de esas fuentes condiciona lo que contamos sobre el amor. Los registros literarios dan cuenta de códigos emocionales que han servido de parámetro sobre lo considerado correcto, pero que no necesariamente operaban de la misma forma en la diversidad de vínculos amorosos.  

Los folletines de fácil acceso económico de fines de siglo XIX y principios del XX eran pequeños libros en verso y prosa, que circulaban por las manos de quienes habitaban las ciudades y pueblos rioplatenses. En esos escritos, varones y mujeres podían encontrar poesías y versos sobre cómo conquistar y ser conquistadas respectivamente. Son un testimonio de la educación sentimental que tuvieron las clases trabajadoras, ya que enseñaban a expresar sentimientos a través de modelos de cartas amorosas. El verdadero libro de los enamorados era un folletín escrito bajo el seudónimo A. Belardo y editado en la ciudad de Buenos Aires en 1898. El mismo mostraba en verso las declaraciones de amor de los varones y las posibles respuestas favorables y desfavorables de las mujeres. Allí se podía encontrar el poema “Carta pidiendo una cita”:

Es por eso, señorita,
que á escribirle esta me atrevo
pues en la duda, mi vida
no es vida, es un morir lento;
y mi intento es conocer
si he de ser de su amor dueño,
lo que es para mí la dicha
más ansiada y que más quiero, 
ó si he de llorar por siempre
sin cesar y sin consuelo
de un dolor sin esperanza
el dolor triste y eterno.
Más, si he de oír mi sentencia
que quizá me abrirá el cielo,
ó á los abismos me lance
de los profundos infiernos

En el extracto del poema se encuentran ciertas figuras en donde el amor se identificaba con la vida y la dicha o la felicidad, el desengaño con el dolor y la muerte, y donde se deseaba la posesión del amor de la mujer. Si en el período colonial o durante buena parte del siglo XIX las relaciones se establecían a partir del estatus social de la persona y la pasión amorosa era pensada como una emoción negativa, la corriente del romanticismo, surgida a mediados del siglo XIX, habilitó la pasión como una emoción aceptable y hasta valiosa.

El verdadero libro de los enamorados, Buenos Aires, 1898.

Para principios del siglo XX había modelos de cartas adaptadas a ciertas situaciones sociales, dando cuenta de las complejidades que iban adquiriendo las distintas poblaciones que habitaban el suelo argentino. Varones y mujeres trabajaban en ocupaciones cada vez más diversificadas y llegaban a la Argentina de distintas regiones del mundo, en el marco de la incorporación del país al mercado mundial y de las numerosas inmigraciones transatlánticas.

El folletín Nuevo correo del amor, editado de forma anónima en Buenos Aires en el año 1912, incluía el modelo de carta “De un español á una criolla”. Allí, un español llamado Felipe le declaraba su amor a una joven cuyo nombre era Claudia. Felipe le aclaraba que, si bien los inmigrantes eran en su mayoría pobres, él era un hombre de trabajo. Respecto a su extranjería le mencionaba que “el amor es humano y la humanidad no tiene nacionalidad”. En esta última frase se manifestaban los problemas en torno a las diferencias sociales y étnicas en el amor, que habían surgido ante el avance de las ideas románticas y pasionales.

Frente a la declaración, Claudia le respondía a Felipe que aceptaba conocerlo, y le mencionaba:

Referente a lo que usted me dice de su nacionalidad, le diré que mis padres me han enseñado á considerar el valer de los hombres por sus prendas morales, y que la verdadera aspiración de una joven honesta debe ser tomar estado con un hombre honrado que tenga las dotes necesarias para poder ser la cabeza del hogar. Por mi parte, le diré que no es la primera argentina que se ha casado con un español viviendo felices y formando un hogar digno de respeto.

En las palabras de Claudia se advertía el momento del noviazgo como preámbulo de la vida marital y de la familia nuclear, en donde los roles de género se encontraban bien definidos: el varón como “cabeza del hogar” a través de su función proveedora y de autoridad, y la mujer en su posición doméstica. La honestidad de las mujeres era una noción recurrente desde hacía tiempo sustentada en el recato y la fidelidad sexual, lo que era la base del honor masculino. Lejos de la pasión amorosa, la idea de felicidad y las expectativas de una “joven honesta” se encontraban puestas en vincularse con un “hombre honrado” que tuviese un trabajo estable y socialmente aceptable que le permitiera sostener una familia.  

En el relato de la joven se advierte el peso de opinión de sus padres en la elección de la pareja. Esta era una vieja costumbre revalidada en las normas escritas en el marco de la configuración del Estado Nación. El Código Civil sancionado en 1871 establecía que los padres podían negar su asentimiento al matrimonio a los menores, fundando su decisión en “la conducta desordenada o inmoral o la falta de medios de subsistencia de la persona que pretende casarse con el menor”.

Por otro lado, para Claudia no era raro que un español se casase con una mujer argentina, lo que se explica por el elevado porcentaje de varones entre la población migrante. Era habitual que quienes llegaran al país mantuvieran lazos afectivos con integrantes de sus mismas comunidades de origen. A pesar de ello, algunos varones migrantes solteros se vinculaban con argentinas.

En definitiva, podemos pensar que ambos modelos de carta recuperaban nociones románticas del amor. Mientras que la primera fue escrita en un estilo basado en la pasión amorosa, la segunda situaba las experiencias amorosas en la Argentina de comienzos de siglo XX. Observando las cartas desde el presente, lejos quedan algunas de las emociones y expectativas de quienes se vinculaban por aquellos años. No obstante, otros sentimientos amorosos como la pasión, el dolor y la felicidad continúan operando resignificados en la actualidad.

En este punto, cabe recordar los combates por los amores sanos y en contra las relaciones tóxicas y violentas que se han dado en los últimos años en medios de comunicación y en escuelas, en el contexto del crecimiento de los movimientos feministas, y en particular, de las políticas públicas que han promocionado la educación sexual integral. Hoy en día, estas políticas tambalean ante los discursos de odio hacia los feminismos y el desfinanciamiento de la educación pública.      

Recomendaciones de lectura

Lobato, Mirta Zaida, “Emociones y sentimientos en la cultura popular en el Río de La Plata: un análisis de los folletos de la colección Lehmann-Nitsche”, en Olivia López Sánchez (coord.), Amor, desamor y modernidad: régimen de una educación sentimental en México y América Latina, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México/Facultad de Estudios Superiores Iztacala, 2021, pp. 57-90.

Lobato, Mirta Zaida, “Afectos y sexualidad en el mundo del trabajo entre fines del siglo XIX y la década de 1930”, en Dora Barrancos, Donna Guy, Adriana y Valobra (eds.), Moralidades y comportamientos sexuales. Argentina 1880-2011, Editorial Biblos, 2014, pp. 155-174.