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Columnistas

Soñé que me moría

Si soñás que te morís, te morís”.

Cuando leí esta frase por primera vez, recuerdo haber pensado en la creatividad de la idea del autor, y sonreí suave, como sonríe uno cuando la cosquilla de una idea ancló mucho más en el cerebro que en el estómago o la garganta.

Veinte segundos más tarde caí en la cuenta de que yo jamás en mi vida había soñado que moría, y me llamó la atención, puesto que soy de sueño fuerte y frondoso, y no me ando con chiquitas a la hora de hacerle un gol a Atlanta sobre la hora mientras serpenteo entre almohadas, o encontrar en un rasgo facial de Susana Giménez todo el placer que una persona pueda sentir en el año 1988, mientras un colchón no puede creer como sus resortes soportan tanto embate de un Latín Lover nacido en La República de San Martín.

Pero soñar que me moría, nunca. Bah, mí nunca duró hasta ayer, y por suerte aquella frase no llevaba razón científica, ya que permite seguir existiendo y escribir pavadas contantes y sonantes un sábado por la mañana.

Pero si no tienen nada más importante que hacer, por el mismo precio, paso a contarles.

Dada mi altura más bien no imponente, ese tipo de altura que me hizo escuchar en épocas escolares apodos que esquivaban el inexistente concepto de Bullying, y que me otorgaban el título de ‘Tarzán de maceta’, ‘Aquaman de pecera’, ‘Patovica de pelotero’ o ‘Esquimal de cubetera’, yo siempre me guardo para mi vida onírica ser alto y buen cabeceador en mis sueños futboleros.

Y como les comentaba antes, cuando sueño, sueño fuerte. Por eso me elevaba más que nadie en un corner, en el mismísimo Maracaná, y con mucha precisión hacía de mi cabezazo la llave para ganarle nada menos que a Brasil, rompiéndole un invicto histórico en eliminatorias, y poniendo el historial arriba para Argentina. Si, era el héroe de la noche, ya no por hacerle un gol a Atlanta sobre la hora, o por dejar mi perfume en el lóbulo frontal de Susana para siempre, sino por una gesta aún más importante.

La sensación de saludar al público argentino, más las caras de tristeza talle ‘Nao tem fim’ que veía rumbo al túnel pudieron haberme distraído, si no, no me explico por qué lo próximo es una luz brillante y llena de paz, e imágenes que pasan a toda velocidad pero igual puedo divisar: pan con manteca y azúcar, exile on Main st, Diego que me guiña un ojo, Olmedo me grita ‘Adianchi!’, Yabrán hace el gesto de Ramón en la bombonera…Hasta que llego a una enfermera.

La enfermera es claramente el personaje de Moria Casan en “Expertos en pinchazos”. Me acuesta sobre una camilla y me cuenta que estoy muerto. Le pregunto cómo fue y me dice con mucha seguridad que en el día más feliz de mi vida me distraje y me desnuqué bajando las Scalonis del túnel de un estadio.

No puedo creerlo. Que muerte tan injusta, me digo, mientras suenan los acordes de ‘Scaloni al Chelo’, brillantemente ejecutados por Marcelo Delgado, que no sé qué hace ahí, pero luego me disipa la duda contándome que es ‘Plant permanente’.

Moria me acompaña al “Pungatorio”, un lugar donde deciden, de acuerdo a qué cosas les hayas robado a otros en la vida, si tenés derecho al paraíso o sólo te espera el infierno.

“Diego Hernán Della Sala, de profesión, ‘Preso Pensador´ - me aclaran que no existe el ‘Libre pensador’, pues nadie piensa en libertad absoluta- Me sorprendo porque nunca escuché en vida ese concepto.

Siguen. “Le robó el corazón a Susana, quién nunca pudo olvidarlo. Además, un partido de Chinchón a su finada abuela Porota, aprovechando una casi ceguera provocada por diabetes, y un frasco de berenjenas al escabeche al chino de la vuelta de su último domicilio. El local se llamaba ‘No te des por vencido ni aún vencido’ y tenía una especie de marquesina con un pote de yogur gigante en el frente.

Sabemos todo y más de usted. No hace falta seguir. Hágalo bajar, querida Moria”.

Me doy cuenta qué quién ha leído mi condena al infierno es ni más ni menos que un artista popular para Grandes y chicos llamado “Chiqui Topa”. Es amable y carismático, pero a su vez consiguió hace tiempo la concesión del ‘Pungatorio’, y tiene en sus manos la potestad de decidir quién desciende y quién no.

“Ojo los Scalonis acá, aunque más muerto de lo que estás no se puede” Me dice “La One” mientras ríe a carcajadas.

El infierno no es más que un director técnico de fútbol anunciando sobre una mesa que la felicidad muy probablemente no exista más, y que mientras él piensa, deberás arder en la espera. No hay tridentes ni demonios, pero tampoco tres estrellas ni muchachos.

El infierno es la esperanza.

Sí, la esperanza, por etimología, es insoportable, como cuando quien amás te pide un tiempo, o le pedís tiempo a la A.F.I.P. Eso es el infierno, es un no te vayas constante.

No es que si soñás que te morís te morís, afortunadamente.

Puedo decir, ya delante de un café con leche y una galletita sonrisa que no sólo no sonríe, sino que hace puchero, que cuando soñás que te morís descubrís que el día más feliz y el más triste de tu vida puede ser el mismo.

Entenderlo es resbaloso, confuso, pero les juro por mi colchón de resortes que definitivamente es así.

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