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Columnistas

¿Quién fue Muñiz, el médico, militar y paleontólogo con cuyo apellido bautizaron un hospital?

Francisco Javier Muñiz nació el 21 de diciembre de 1795 en lo que es hoy en día el partido de San Isidro. Con tan solo 11 años integró el Regimiento de Andaluces que defendió a Buenos Aires de la segunda invasión inglesa de 1807, batalla en la que recibió un disparo en su pierna derecha. Le extrajeron la bala en el convento de San Francisco, donde tuvo su primer contacto con una de sus pasiones: la medicina.

En 1814 junto a otros 9 estudiantes, ingresó al Instituto Médico Militar fundado algunos años antes por Cosme Argerich, quien fue uno de sus profesores. Si bien se recibió algunos años más tarde ―el instituto ya formaba parte de la UBA―, presentó su tesis en 1844 y recién en ese año recibió su doctorado.

En 1825 fue nombrado Cirujano de la Guardia de Chascomús, en la cual tuvo como tarea principal organizar el hospital de campaña. Durante esta instancia tuvo sus primeras experiencias como naturalista y paleontólogo, ya que se dedicó a investigar la flora y fauna del lugar e hizo varias excavaciones en las barrancas del río Luján.

En estas expediciones encontró restos fósiles de Gliptodonte y de Gran Armadillo o Tatú, pero no publicó estos hallazgos porque no estaba familiarizado aún con los mecanismos de esta área de investigación. Tiempo después, un francés de apellido D’Orbigny se adjudicó el descubrimiento del Gliptodonte.

Al año siguiente, estalló la Guerra del Brasil y a Muñiz lo nombraron Teniente Coronel y Médico Cirujano del Ejército. Durante la campaña supervisó un servicio integrado por más de 30 carros cubiertos y equipados para funcionar como hospitales y ambulancias. Tuvo una actuación especialmente destacada en la Batalla de Ituzaingó, en la que atendió entre otros a Juan Lavalle, herido en el muslo por un disparo.

Después de ejercer como docente universitario durante un breve lapso, en 1828, se casó con Ramona Bastarte y se radicó en Luján, en donde Juan Manuel de Rosas lo nombró Médico de la Policía. Su estancia en esta localidad le permitió combinar su carrera médica con la práctica paleontológica que tanto le apasionaba, además de criar a sus 8 hijos, en lo que sería la época más pacifica y feliz de su vida.

En las vecindades del río Lujan encontró restos fósiles de varios mamíferos gigantes como megaterios (perezosos gigantes), caballos primitivos, mastodontes y tigres fósiles (estos últimos los publicaría luego).  Muñiz entregaría la mayoría de estos huesos a Rosas en el año 1841, que se las regalaría a su vez al almirante francés Dupotet para demostrar que en su país también se hacía ciencia.

El primer vacunador

Una de sus tareas en lo que respecta a su labor médica en Luján fue la de encargarse de la vacunación contra la Viruela de las 6000 personas que habitaban la localidad, además del control de una epidemia de escarlatina ―enfermedad sobre la que publicó varios trabajos―. Para esto, Francisco dejaba carteles con esta leyenda por los locales del pueblo: “A todos los pobladores del departamento. Quien padezca viruela o escarlatina puede comunicarse con el Doctor Francisco Muñiz, de la Villa de Luján, quien le atenderá y entregará asimismo las medicinas que necesite, gratis”.

En ese entonces, la inoculación del virus de la viruela se hacía de persona a persona, es decir, frotando el brazo del sujeto que se quería vacunar con el pus de las ampollas de otro que ya había sido vacunado y estaba cursando la enfermedad de manera controlada. En estos casos el virus que se transfiere está “atenuado” es decir que no tiene la misma capacidad para desarrollar una infección grave.

Muñiz llegó a tal grado de conocimiento de las técnicas de vacunación de la época que le permitió hacer algunos avances útiles para ese entonces. En las épocas que hubo inconvenientes para importar la vacuna de Europa, él investigó con vacas locales para su reemplazo. Incluso en una ocasión en la que faltaban vacunas en la capital, se trasladó hasta allí con una de sus hijas que ya estaba vacunada y le extrajo líquido linfático que utilizó para inocular a los que lo necesitaban.  

Estos trabajos le valieron reconocimiento global a tal punto que fue nombrado miembro de la Real Sociedad Jenneriana de Londres, llamada así en honor al médico rural Edward Jenner que oficializó la utilización de la vacuna en 1796.     

En 1844 publicó su hallazgo paleontológico más importante, el Muñifelis bonaerensis, hoy en día conocido como Smilodon bonaerensis o Tigre dientes de sable. Más adelante en nuestra historia ―en 1885―, Sarmiento editaría un libro con sus trabajos pioneros para Argentina en esta área de investigación.

Alcanzó un reconocimiento tal, que el propio Charles Darwin le escribió varias cartas consultándole sobre algunos de sus trabajos realizados en esa zona, que utilizó en la redacción de uno de los libros de mayor tiraje de la historia: El Origen de las Especies (1859).

Intercambio epistolar Muñiz-Darwin

Este intercambio epistolar comenzó cuando Darwin le envió una carta con unos cuestionarios sobre la vaca ñata, una especie de rumiante que acababa de extinguirse en la sequía de 1829. El científico inglés quedó asombrado por la devolución del argentino que sugería que esta especie había sucumbido por la forma de su mandíbula, que no le permitía comer de los árboles, la única fuente de alimento de estos mamíferos durante la sequía.

En 1848, tras 20 años de servicio en Luján, regresó a Buenos Aires en donde fue el médico personal de Rosas y lo trató de una afección prostática. Por estos tiempos retomó su actividad docente, haciéndose cargo de la cátedra de Obstetricia de la UBA. También en este campo introdujo avances, como la utilización de éter y cloroformo en los partos, una novedad a nivel mundial en aquel momento.  

En los años que siguieron ocupó cargos en el Estado, terea que interrumpía para asistir a los conflictos bélicos eventuales. En 1853 fue electo diputado del Estado de Buenos Aires y un tiempo después, senador. Entre 1858 y 1862 ocupó la presidencia de la Facultad de Medicina de la UBA.

Mientras tanto y a pesar de su edad, asistió a las batallas de Caseros (1853) y más tarde de Cepeda (1859). En esta última fue herido y tomado como prisionero por los de Justo José de Urquiza, quien decidió liberarlo por el prestigio internacional que Muñiz había cosechado. También marchó hacia el norte para oficiar de cirujano en la Guerra del Paraguay y perdió a su hijo Javier Francisco en la batalla de Curupaytí.

El día que murió ―8 de abril de 1871― ya estaba retirado, disfrutando de su quinta en la localidad de Morón. Colaborando cómo médico voluntario en la epidemia de fiebre amarilla, se contagió atendiendo a un joven que acababa de perder a toda su familia. Falleció a los 75 años, fiel a sus costumbres. 

En homenaje a su vida, una calle de la Ciudad de Buenos Aires lleva su nombre, además del hospital de enfermedades infecciosas de esta capital. En el Cementerio de La Recoleta, un gran mausoleo custodia sus restos.