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Columnistas

La soledad está mal vista

La soledad está en todas las actividades que le son convenientes. Soledad está en la lectura, en la contemplación de un cuadro y en la creación. Está cuando escribimos, cocinamos, pensamos, trabajamos y estudiamos. La soledad está cuando vemos una película en el cine, aunque mediemos con otros, butacas. Está en la brazada del nadador, en el horizonte marcado en los ojos del corredor.

“Soledad es armar un biplano de madera balsa”. Soledad es tomar un tren con destino incierto y viajar sin tiempo. Soledad es la del conductor que va en la ruta. La soledad habita en aquel perro que espera largas horas a su dueño, la soledad está en el sueño, en el insomnio despierto, en la hoja que se desprende del árbol y en el árbol quieto.

La soledad está en la existencia, pero según el contexto y quien la porta, es COSA JUZGADA.

Contexto

Domingo de otoño, larga fila para comer en un restaurante de la calle Thames.
Veo a Esteban, un conocido que enviudó hace un par de años.
— ¿Cuántos van a ser? — pregunta la persona encargada de la lista de espera.
— Uno — responde Esteban.
— ¿Uno? — Vuelve a preguntar la persona encargada de la lista de espera.
— ¡Sí!, uno, solo yo.

Y un sinfín de murmullos condenan a la soledad.
“Pobre. Está solo. ¿No tiene nadie con quien almorzar un domingo? Qué raro, un hombre jóven, porque a los hombres les cuesta estar solos.”
No basta con serlo, sino con parecerlo, dice un antiguo refrán.
No es raro ver a un hombre solo de noche, en la barra de un bar, tomando un whisky o un trago. Pero sí, genera confusión o interrogante ver a una mujer.

— ¿Qué está buscando? ¡Está sola!
— ¿Será turista? O ¿es rara?
— ¡Es rara!

La soledad está mal vista y carga con mala fama.

Cuántas veces oímos decir: “si está solo/a, por algo debe ser”, Y este es un prejuicio que ya podría haber sido reformulado, eliminado o mandado a guardar.
Lo que no se conoce, pero se teme.

Esteban cuenta -con ternura y gracia- que una vez se encontró con una familia amiga, en un restaurante. “Fue tanta la insistencia de agregar un lugar en la mesa, para evitar que yo comiera solo, que por no hacerlos sentir mal, ¡tuve que aceptar!”.

La soledad está malentendida, una cosa es estar solo/a, otra cosa es sentirse desolado/a y otra cosa es estar aislado/a.

¿Qué es lo que se cuestiona?
¿La independencia? ¿la libertad? ¿el tiempo elegido?
Somos seres sociales, nos gestamos a partir de un otro, desde un vientre, y/o por la voluntad de alguien más. Es al nacer, cuando sentimos la primera soledad, así de golpe y como venga la vida. Crecemos en familias, o a cargo de un tutor que nos asiste, de lo contrario, ¡no sobreviviríamos!

Somos la especie con mayor nivel de conciencia para evolucionar, nos protege la ciencia y nos asiste la tecnología, pero nos condiciona, limita y hasta nos mata, la cultura adquirida.

El deber ser.

¿Cuántas veces elegimos relaciones porque cumplen con los patrones que nos fueron dados o porque nos son convenientes? Y ¿cuántas otras nos traicionamos, idealizamos, o negamos, con tal de no quedar excluidos y en soledad?

Basta con mirar a nuestro alrededor, para observar que el formato de familia — establecido culturalmente — fracasó. Y hoy son muchos, los que pisando los cuarenta o cincuenta años, vuelven a la soltería.

¿Soltería y agonía? O ¿soltería y alegría?

Mejor soltemos, la soledad no tiene que ver con la soltería.
Tal vez nos transmitieron la soledad como castigo, como desgracia y hasta como correctivo. Quizá no tuvimos oportunidad de experimentarla, tal vez fue más grande el miedo y más fácil estigmatizarla, que transitarla.

No quiero ver lo que surge en mis pensamientos.

Soledad desesperada, soledad asustada, soledad enviciada, soledad rechazada, soledad aburrida y soledad renegada, como la soledad que lleva un amigo, que dice que cuando por trabajo viaja, y se queda solo, siente que se convierte en nada.

Pero ¿qué hay con la soledad esperada, la soledad creativa, la soledad elegida, la soledad bien llevada y la soledad que habita en cada alma?

La soledad como aliada.

No todo el mundo busca o quiere estar constantemente en una relación, a veces pasa y a veces por mucho tiempo no se produce un encuentro que valga. No siempre nuestras amistades están disponibles, y no todo tiene que ser compartido, o expuesto, para existir.

Soledad gestionada.

Ya hace tiempo que mucha gente viaja sola y tanto mujeres como hombres, se desenvuelven con soltura por el mundo. —Pero “cuando sos local, la mirada es distinta, y nos juega en contra el qué dirán”—comenta Sofía.

“Después de veinticinco años de casada me separé. Prácticamente me quedé sin amigos. Teníamos un grupo enorme en común con mi ex, retomar la vida social fue todo un tema. Me asusté, porque noté que me estaba aislando. Entonces actué a la inversa, dejé de preocuparme por buscar con quien salir, y empecé a enfocarme en donde a mí me gustaría ir.

Armando plan.

“Al principio me costó un montón, sobre todo asumir el compromiso conmigo misma, ya que podía cancelarme. Además me daba vergüenza ingresar sola a un recital, o a un boliche, me sentía observada. Para peor siempre alguien me preguntaba ¿viniste sola?, muchas veces mentía, decía que mis amigas se habían ido, o que me perdí del grupo. Con el tiempo fui ganando confianza y seguridad, y ahora cuando me preguntan si estoy sola, digo:
— No, no estoy sola ¡estoy conmigo! y ¿vos?

Y eso hace que el otro se detenga, relaje y pueda mirar también, su propia soledad.

La soledad no la sufre quien la explora y transita, sino quien la ignora y evita.
Una vez que comprendemos y respetamos el valor de la soledad (tanto la nuestra, como la de los demás) ya no buscamos ni convocamos a otros por necesidad, sino por elección, y eso nos hace libres, y también honestos/as.

Somos seres sostenibles y podríamos ser sustentables.
Poder estar en soledad, es un valor ligado a la profundidad del ser, a los susurros y hallazgos que se dan en el silencio. Ese silencio ganado, ese diálogo interno, se vuelve curiosidad, instinto, ánimo y pensamiento.

No es en la mirada ajena en la que hay que centrarnos, sino en la propia.
La soledad carga con mala fama, tiene mala prensa y es cosa juzgada. Pero ¡qué importa!, yo la llevo, al igual que Sofía y Esteban. Hasta volver a descubrir y conquistar el deseo, que está muy cerca, y si no me equivoco, es en la próxima parada.

La soledad debería ser integrada, valorada, respetada y concientizada. ¡Que sea ley!

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Está pasando