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Columnistas

Diagnosticracia

laura di marco

La salud mental no existe, apenas, a veces, nos acercamos a un horizonte menos sufriente. Dice Alejandra Pizarnik: “No es lo mismo decir buenos días/ que decir buenos días”. Parafraseando a la poetisa argentina, hacer diagnósticos no es lo mismo que hacer diagnósticos. Para encausar un modo de hablar y decir lo referente a la salud mental de las personas, de ninguna manera podemos suponer que la persona es un hecho aislado o una consecuencia directa de las experiencias y prácticas familiares. Aún hoy, a pesar de todas las búsquedas científicas, no está probado que haya una causa específica de las conocidas como “enfermedades mentales”.

Lo cierto e inevitable es que no puede haber diagnósticos específicos sin considerar los modos en que las personas habitan el mundo. ¿Puede alguien negar que las mujeres transitan las calles con miedo? ¿eso es por haber sufrido una relación familiar traumática o por correr un cierto riesgo? ¿el riesgo es por la mujer y la calle o por la potencial amenaza de abusos y violencias de todo tipo dentro y fuera de los hogares? ¿A que llamamos violencias? ¿A qué llamamos consentimiento? Algo de la desesperación, algo del agobio, algo siempre es personal y es político. No existe algo parecido a un desencadenante puro en relación con una consecuencia claramente identificable, incluso, a veces, lo que ubicamos como causa y es dicho como causa, puede ser la expresión de consecuencias de lo imposible de saber.

En el ejercicio de la clínica (en los modos de ejercer el oficio de “psicóloga/o/e) hay dos principios fundamentales: la abstinencia y la neutralidad, algo así como que de ninguna manera, pero de ninguna manera, mis intereses personales deben ni pueden sacar provecho de la delicada relación que se establece con un/a/e consultante, y que de ninguna manera mis valores morales deben imponerse ante la persona con la que se está trabajando. Incluso, en el marco de la privacidad y el secreto profesional, el paciente debe dar un consentimiento explícito al tratamiento propuesto (aunque sabemos que hay padecimientos donde la persona puede estar tomada por sufrimientos y padecimientos que no logran anclar con la posibilidad de dar consentimiento).

Entonces, si en un marco profesional es imprescindible la neutralidad, la abstinencia, los derechos de las personas ¿Por qué un medio de comunicación se auto otorga la facultad de diagnosticar, evaluar, ejemplificar, difundir, especular y manipular información acerca de “personajes públicos”, como si habláramos de cosas, de vestidos, de objetos de observación?
Parece que hasta el “me gusta” y “no me gusta” es más responsable que el hecho de adjudicarse la supremacía de “la verdad”.

Entonces no se trata, de ninguna manera, en esos casos, de compartir información necesaria en carácter de cuidados o acompañamientos a personas que pudieran sufrir una problemática, se trata de envilecer la palabra y hostigar vidas para estigmatizar personas, se trata del poder. El poder intentando demonizar y someter a quienes pudieran estar por fuera de ese papel impuesto de “la obediencia debida y punto final” de los comunicadores mediáticos.

Con fragmentos de vidas reales, de datos falsos y de colonizaciones conceptuales, la tendencia a la opinología establece una diagnosticracia, un grupo de poderes de alto alcance destructivo que simulan libertad de expresión. Como una bomba atómica que dice explotar en nombre de la paz, una usina hedionda de confusiones que se parecen más a “la santa inquisición” que a un discurso sobre lo que nos enferma, nos enloquece y nos mata.

Profesiones, familias, amigues, comunidades, saben y desconocen las múltiples posibilidades de ese transitar, pero algo distingue, por sobre todo concepto teórico y especulación, unas intenciones de otras: por un lado quienes se crean una fantasía que los ubica en la realeza de los “tira posta” sin importar el daño que eso haga y por otro, los respetos, tiempos, derechos,y ternuras, donde la ternura tiene un lugar, la vida se abre paso, cuando lo que diagnostica es lo odiante, no hay posibilidad de diagnóstico, solo hay odio.

Constanza Banus es Licenciada en Psicología con especialización en Arteterapia, poeta y gestora cultural.

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