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Columnistas

Mujeres en la línea de fuego en nuestra historia: cuidadoras, combatientes y coronelas

Por AAIHMEG

La participación de las mujeres como soldadas ha sido excepcional a lo largo de la historia y han llamado la atención por el vínculo directo con las armas, desde las combatientes anarquistas en la guerra civil española (siglo XX) hasta las brigadas femeninas de las milicias kurdas que enfrentaron al Estado Islámico en medio oriente (siglo XXI).

Sin embargo, analizar la vida cotidiana durante la guerra permite poner el foco en la logística de la alimentación y cuidados básicos concibiéndolos como imprescindibles para sostener los ejércitos. El tardío reconocimiento social a las mujeres que participaron como enfermeras en la guerra de Malvinas, realizado en los últimos años, es un indicador de ello.

La revolución de mayo de 1810 abrió la década revolucionaria y desencadenó enfrentamientos bélicos. Se constituyeron milicias, ejércitos y guerrillas en las ex Provincias del Río de la Plata, constituidos por varones de los sectores populares y por oficiales de diferentes sectores sociales. Estaba establecido que no se aceptaban la participación de mujeres en ellos.

Garantizar la supervivencia: gestión del hambre

Un número importante de mujeres fueron a la par de las tropas; eran parejas, esposas o familiares de los soldados y marchaban acompañándolos; se trataba de mujeres de los sectores populares, al igual que los soldados. Fue “un ejército paralelo”. Mirada con malos ojos por la oficialidad y las elites socio-políticas de las Provincias Unidas del Río de la Plata, ellas garantizaron la logística de la alimentación y cuidados en los ejércitos. Su presencia fue permitida o tolerada por jefes y oficiales porque disminuía la deserción de los soldados, una problemática grave durante la guerra de independencia.

Ésta práctica se produjo en toda América Latina, recibiendo diferentes nombres según el territorio, conocidas como rabonas (Perú), soldaderas o adelitas (México), gulangas o juanas (Colombia y Ecuador), tropeñas (Ecuador), troperas (Venezuela), mambisas (Cuba), cantineras o vivanderas (Chile). Hay quienes sostienen que se trata de una costumbre propia de la población indígena, no de otros grupos étnicos, como blancos y afrodescendientes.

: Pintura de José María Espinosa, Batalla de los Ejidos de Pasto. Museo Nacional de Colombia.

Las soldaderas realizaron tareas domésticas: garantizaron la alimentación (desde el abastecimiento hasta cocinar), lavaron y remendaron la ropa, cuidaron y satisficieron sexualmente a varones. A su vez, en los enfrentamientos armados llevaron agua a los soldados y, en algunos casos, oficiaron de enfermeras.
Estos ejércitos paralelos supuestamente ubicados en la retaguardia, muchas veces se convirtieron en una ‘vanguardia’: se adelantaban varios kilómetros –evidenciando conocimiento del terreno- y cuando los soldados arribaran encontraban en el campamento la comida lista. De esta manera, tareas que se mantienen dentro de estereotipos de género, sin embargo, ocupan un lugar vinculado al “proveer”. En algunos casos, fueron nombradas por los soldados con grados militares (aunque no reconocidos oficialmente), como “tenienta” o “coronela”, no en la batalla, sino en la tarea clave de garantizar la alimentación. De esta manera observamos la relevancia de tareas domésticas ahora en el frente militar.

Las combatientes

¿Qué mujeres combatieron? Cuando el Ejército del Norte iba atravesando las provincias, algunas mujeres intentaron sumarse como combatientes. Es el caso de Juana María y Juana Agustina Gonzáles, quienes para disimular su género se vistieron como varón y fueron en sus caballos. Sin embargo, fueron descubiertas, no se les dejó continuar en el ejército y fueron encarceladas en el Cabildo de Córdoba.

Entonces, las mujeres que combatían en el frente de batalla lo hicieron en contextos muy puntuales. Dentro del Alto Perú (actual Bolivia) se utilizó como estrategia militar la guerra de guerrillas, una estructura más informal en un territorio que estaba siendo ocupado por realistas. Allí sí conocemos mujeres que combatieron y comandaron, ellas aparecen en los márgenes, donde las estructuras militares tuvieron que ser más flexibles.

Una de ellas fue Gregoria Batallanos, una joven mestiza o chola y conocida como la Goyta, quien en los enfrentamientos se vestía como varón y usaba sable, incluso era nombrada como Comandanta y ocupó lugares de mando. Perteneció a la formación militar del insurgente Julián de Peñadera, quien era su pareja. En disputas por el accionar de la guerrilla fue agredida por él (en la actualidad sería considerado violencia de género). Entonces, por un lado, observemos una subversión de los roles de la época al combatir y decidir vestirse como varón, que le permitió acceder a libertades y derechos reservados para ellos. Pero a la vez, las jerarquías y relaciones de poder entre géneros se mantenían.

El caso estrella es el de Juana Azurduy quien fue reconocida por los altos mandos del ejército rioplatense, Manuel Belgrano la nombró Teniente Coronel del Ejército de los Decididos del Perú. Ella perteneció a una de las guerrillas más importantes del Alto Perú y ocupó lugares de mando y conducción militar. La organizaron en conjunto con Manuel Padilla, su esposo y quien comandaba. Juana era mestiza y hablaba quechua, aspecto clave para sostener un diálogo fluido con indígenas que solo hablaban esta lengua y formaban parte de los batallones insurgentes. De hecho, una de sus actividades militares fue reclutar soldados indígenas para la primera expedición rioplatense al Alto Perú.

Las descripciones sugieren que Juana vestía como comandante, es decir con ropa masculina y de jerarquía: “pantalón blanco de corte mameluco, chaquetilla escarlata o azul con franja doradas y una gorrita militar con pluma azul y blanca, los colores de la bandera de Belgrano”. Azurduy lideró un grupo exclusivamente de mujeres combatientes conocidas como Amazonas, compuesto por mujeres mestizas e indígenas; esto es bastante excepcional, ya lo es mujeres combatiendo de manera individual, organizadas colectivamente lo es aún más. También ocupó el lugar de jefa de caballería al liderar el escuadrón Los Leales, compuesto por varones. Continuo su carrera militar hasta la declaración de independencia de Bolivia, dentro del Alto Perú y Salta.

La intervención de las mujeres estuvo en los márgenes porosos de la legalidad y la legitimidad. Tensiona el imaginario sobre las mujeres como el sexo débil y sin vínculo con la violencia, dejando de lado estereotipos dicotómicos de lo femenino versus lo masculino, o de la violencia versus los cuidados.
La participación de las mujeres en el ámbito militar -en el frente doméstico o con arma en mano- nos permite, por un lado, revalorizar las tareas domésticas como un aspecto central para la gestión de la vida, de la supervivencia, tanto en la guerra como en la sociedad actual. Y, a la vez, evidencia que las mujeres quieren y pueden realizar tareas consideradas estereotipadamente como “masculinas”, cuando el contexto histórico no cercena esa opción, como en momentos de insurgencia donde se amplían los márgenes de lo posible.

Por Yael Sol Ortiz (UNC – AAIHMEG)

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