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Columnistas

Corazones que van como piña

Leandro Sívori, un artista argentino que esculpe al corazón.

Buenos Aires quemaba febrero y la leyenda de San Valentín conspiraba en amor. Y ¿qué es el amor?, sino un golpe de fe, sin razón alguna.

Pero ¿el santo del amor murió?, o ¿se fue con la muerte?

Corazones desencontrados

Barrio de Almagro, portón negro, que remite a corazonada. Siento base en un garaje, que comanda un taller de arte en el que se fabrican corazones, que se replican a sí mismos, como en un esténcil, que deriva en patrones y arquetipos, de los cuales Sívori es piloto y capitán.

El símbolo plano del corazón no es el formato que toma el artista, y su inspiración no necesariamente es el amor enamorado, sino también el desencuentro y la complejidad del amor, como si su arte fuera oxígeno al ofrecerlo. Como una forma de exorcizar el terror que le producía, desde su infancia, la debilidad coronaria de su padre. Una búsqueda constante de posibles latidos visuales que explotan en colores y texturas, y que hacen vibrar la raíz de la angustia y el temor, dando vida eterna al corazón.

El corazón es un órgano liviano que impulsa la sangre por todo el cuerpo, marca el principio y el final de la vida, y es el lugar desde donde vibra el yo.

En el antiguo Egipto creían que solo los médicos ilustrados eran capaces de entender y descifrar el lenguaje del corazón, a través de sus latidos, y cuando la quietud y el silencio llegaban, les tocaba a los jueces pesar el órgano sin vida, para determinar, a partir de una performance devota, el destino final del difunto.  Si un corazón pesaba mucho, significaba que la persona cargaba con demasiadas culpas, por lo tanto, no aplicaba su ingreso al paraíso. Una fábula divina, pero falsa.

Corazones que penden de un hilo.

La cultura nos dijo: Ama a tu prójimo como a ti mismo, y este dogma universal, parece anteponer al otro, por sobre nosotros mismos. Y en todo caso, amar o que te amen bajo ese concepto, no garantiza el buen amor.

Terapia perpetua

¡Nadie te querrá como tus padres!, y la condena del mal amor, esclavizaba hordas, mundos, personas, nosotros, y a toda relación. 

Tal como afirma Sívori: Las relaciones amorosas podrían ser una compensación sobre la carencia del otro, es decir, una necesidad y hasta a veces un capricho, donde pretendo que el otro me dé lo que no me doy a mi mismo.

Es entonces el corazón que pende de un hilo, y no el hilo rojo del mito de las almas gemelas, el lazo frágil donde pongo en manos del otro la levedad de mi ser y también el propio vuelo. Más que un hilo, una correa.

Hoy en día, existen relaciones que resuelven una pronta convivencia, porque la situación económica obliga a compartir el espacio, para alcanzar la primera independencia y quizá, a estas yuntas, no los una el amor, sino el espanto.

Muchas parejas se desvanecen, no por falta de atracción, sino porque no se saben vincular y es ahí, cuando amar y dejarse amar, cuesta trabajo. Y si dos no quieren, uno no puede. 

Varios son los que dilatan y sostienen relaciones agotadas y otros, que confiesan, ya haber tirado la toalla.

Pero el amor está en todo lo que hacemos y también en lo que soltamos.

Estamos condicionados por la cultura del tiempo en que nacimos, y hoy toca la deconstrucción | deshacer, para crear de nuevo.

El corazón es nuestro centro, así lo traduce y promueve la disciplina Yogui.

Y conversé con Martina Marré, instructora de yoga quien cuenta, desde su conocimiento y experiencia, que la práctica del yoga nos da el tiempo y la posibilidad de conectar con lo que se llama interocepción, que es el sentido que nos permite percibir lo que sucede dentro de nuestro cuerpo, por lo tanto, entrenar la conciencia interoceptiva, es lo que nos puede dar el sostén para cambiar ciertos patrones adquiridos.

Este es un sentido que se cultiva hacia adentro y que indefectiblemente repercute en el exterior, ósea que en la medida que conectás con vos, podés conectar con el mundo.

Conócete a ti mismo, y una vez allí, ama.

Y continúa Martina, cuando tomamos registro de la sensación interna, sin la obligación de ponerle nombre, sin juzgar, ni tener que resolver, vas despejando capas (rompiendo la coraza, diría Sívori), y empezás a conectar con quien sos realmente, a partir de allí, podés saber que es lo que estas necesitando. Si en cambio, cortás el sentido interno, y te quedás solo en la parte funcional, vas a conectar con el mundo, desde un lugar de uso. Una vez que entendemos quienes somos, empezamos a conectar con el amor, que no se trata solo de amor propio, autoestima o mística, que no están mal, pero la conexión va más allá y es el amor universal.

La inteligencia de la naturaleza

Martina también relata, que cuando ella se ve apretada por una situación, suele admirar el comportamiento de su jardín, o las nubes en el cielo, que se mueven con certeza, entiende que ella también tiene esa inteligencia, pero que el ruido mental de ese momento, no le estaría permitiendo ver posibilidades.

“ Quiero al pájaro sabio en amor, el único libre …”  Decía Pizarnik.

Observar desde “La zona de silencio virgen”, y trabajar a partir de técnicas o disciplinas, que cada uno encuentre para conectar, hará que el corazón amplifique su voz, y también su razón.

Y al final, más que con San Valentín, conecté con Sankalpa, un deseo que tiene que ver con la voluntad de ir hacia el corazón. Activar el ojo de la conciencia amplia, permanecer en la incomodidad hasta que cede, transmutar patrones rígidos en permeables, que el corazón se prenda fuego, que transforme  y se vuelva sustentable.

Un corazón  abierto, que permita que le entren las balas,  diría Sívori.

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