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Columnistas

¡Libertad, igualdad, austeridad!

Antes las revoluciones eran otra cosa. La épica de una batalla o del cruce de la Cordillera de los Andes para liberar a un pueblo hermano era coronada con una arenga que exaltaba el espíritu patriótico y contagiaba entusiasmo.

Pero ahora la aspiración de los héroes contemporáneos no es dejar una marca en los libros de historia. A lo sumo en las historias de Instagram. Quizás alguna gloria express de 24 horas de duración. 

Lo que en otros tiempos hubiera sido una mueca de vergüenza, hoy es una idea rectora: “¡Seamos austeros, que lo demás no importa nada!”. Y eso que todavía no llegaron las cuentas de la luz y el gas con la quita de subsidios.

La creación y la distribución de la riqueza son dos asuntos que se repelen entre sí en los discursos políticos. Si se aborda uno se omite el otro. Y sobre esa idea renga se monta el discurso de la austeridad. 

Gastar menos es una idea naturalizada en todos los presupuestos, un talle universal que les queda pintado a los economistas de la televisión que recitan el mantra de bajar el déficit fiscal y achicar el gasto “como lo haríamos en nuestras casas”. Apagá.

Asistimos a un coaching de la pobreza, en el que los gurúes de la austeridad presentan casos conmovedores de particulares que han logrado bajar sus gastos. “Si ellos pudieron hacerlo”… la frase se completa sola.

Si se ahorrara luz apagándola, tendríamos un excedente de luz ahorrada en alguna parte y disponible para iluminarnos en cualquier momento.

Pero las confusiones más flagrantes pasan por sutiles: reducir el gasto no es lo mismo que ahorrar. No gasta el que no tiene. Y ahorra el que tiene algo para ahorrar. Sin embargo, la figura del ahorro se coló en el discurso de la austeridad.

Si se ahorrara luz apagándola, tendríamos un excedente de luz ahorrada en alguna parte y disponible para iluminarnos en cualquier momento. De tanto insistir con aquella falacia de que “gobernar un país es como administrar una familia”, se mezclaron todas las variables de la macroeconomía entre los asuntos domésticos del día a día. Un ejemplo de este colmo es el mercado paralelo de figuritas que surgió ahora por la hiperdemanda de los adhesivos de Panini que cotizan a valores blue. Total normalidad. ¿Tardará en llegar a las verdulerías la palta contado con liqui? ¿Para cuándo el Riesgo Asado en las carnicerías?

Un dimer fue bajando la luz y, casi sin darnos cuenta, nos quedamos a oscuras. De tanto andar mirando los índices de la macroeconomía dejamos de entender lo inmediato, y de proyectar el deseo en alguna dirección no restrictiva. A nadie entusiasma librar una batalla levantando la bandera de la merma. Ser austero nunca fue una cualidad de aspiraciones épicas, pero ahora es un fin en sí mismo. “¡Libertad, Igualdad, Austeridad!” grita alguien en voz baja, porque hasta eso se ahorra.

Todos los gestos son valorados: una mañana cualquiera alguien se sentirá orgulloso por haber hecho rendir tres tazas a un saquito de té. No es gran cosa, pero cualquier esfuerzo suma cuando el horizonte es corto. Ya habrá tiempo para ahorrar en miserables.

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