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Sociedad

Estafadas por la feminidad: la belleza como herramienta de sometimiento

Lala Pasquinelli, autora de La Estafa de la Feminidad, cómo la belleza nos educa para ser sumisas.

Abrís Instagram y ahí están: un chorro de imágenes de influencers, actrices y otras “maestras” de la belleza cuyas poses forzadas y cuerpos expuestos se premian con miles de likes. Tampoco faltan las fotos de cirugías estéticas, las recetas de dietas mágicas o los videos de niñas que incluso antes de cumplir los 10 muestran sus rutinas de skincare desde cuentas administradas por sus padres.

¿Cuál es el hilo que conecta todas estas cosas, en apariencia superficiales y nacidas de la libre voluntad? Un mandato de belleza que, lejos de agotarse en la apariencia, entrena a las mujeres y las niñas en un rol político de sumisión, obediencia y tolerancia de la violencia. Así lo expone Lala Pasquinelli al destejer lo que ella misma llamó “La estafa de la feminidad”, concepto que da nombre a su último libro.

Empezó mucho antes. Te dijeron que hagas dieta “por tu bien”, porque “gorda nadie te va a querer”. Te dijeron que no hicieras tal o cual deporte porque tu cuerpo se iba a “masculinizar”, que no corrieras, que no gritaras, que trataras bien a cualquiera y a cualquier costo. Entendiste que sin molestar ni incomodar serías recompensada, querida y hasta feliz, o que al menos estarías a salvo. “¿Qué pasa si yo no elijo lo que elijo?”, se pregunta Lala Pasquinelli en diálogo con Diario Con Vos.

La Estafa de la Feminidad, por Lala Pasquinelli. - Belleza
La Estafa de la Feminidad.

La activista y abogada tiene práctica de sobra en el arte de preguntar. “¿Me van a seguir tratando bien igual? ¿O me van a decir ‘andá a cortarte el pelo, andá a maquillarte, andá a depilarte’?, o ‘¿Como que no querés tener hijos?’, ‘¿Cómo que te gustan las mujeres?’. ¿Voy a seguir teniendo los mismos amigos? ¿Voy a seguir teniendo el mismo trabajo? ¿Me va a querer mi familia? Si vos nunca te hiciste esas preguntas, vas a seguir sosteniendo que vos elegís porque todavía no te diste cuenta que, cuando no elijas lo único que podés elegir, vas a ser sancionada”, observa.

Desde el proyecto que fundó en 2015, Mujeres Que No Fueron Tapa, se dedica a lanzar muchas preguntas como estas. Preguntas que sirvieron de punta para un proceso de autoconciencia a miles de mujeres, y de alguna manera también a ella misma. Creció en una familia donde no enfrentó tantas restricciones manifiestas y se crió al calor del carácter de su mamá, “una persona extraordinaria, una mina que no terminó el secundario y es un tren, tiene una empresa, fue aprendiendo a hacer todo lo que hace ahora sola”. Sin embargo, como siempre termina sucediendo, los estereotipos de lo que deben ser y hacer las mujeres no tardaron en caerle encima.

Lala Pasquinelli, autora de La Estafa de la Feminidad (cómo la belleza nos educa para ser sumisas).
Foto: Alejandra Lopez.

La depilación a edad tempranísima, ser puesta a dieta porque se venía el cumpleaños de quince, los intereses intelectuales que la llevaron a ser “la única mujer en el centro de estudiantes a los 14 años”, pero que no la escucharan porque “los que eran unos capos eran los chabones”; que su jefe la acosara en el trabajo, encontrarse con otras compañeras de la facultad que pasaban por situaciones llamativamente parecidas.

Aunque lo intentó, nunca se sintió a gusto dentro del molde. “Quería tener una vida donde pudiera expandirme lo máximo posible y darle rienda suelta a un deseo y una libido voraces, que no tenían que ver con lo sexual, tenían que ver con mi deseo de salir al mundo, de vivir, de hacer cosas que sentía que me eran retaceadas. Tiene mucho que ver conmigo esto de sentirme estafada por la feminidad, porque no es que no hice el esfuerzo de encajar al mismo tiempo, ¿no? (Con) el dolor que implica, el arrasamiento subjetivo que implica intentar ser otra que no sos todo el tiempo”.

“La belleza es la forma de producir un cuerpo dócil”

Lala Pasquinelli reconoce que hacerse la clase de preguntas que ella plantea no es tarea sencilla: “Llegar a estas conciencias, muchas veces, implica un trabajo o implica dártela de frente contra la pared, y no es tan fácil”. La feminidad, consistente en toda esa serie de estereotipos sobre lo que se supone que somos o deberíamos ser las mujeres, se impone a través de “una educación que funciona”, en palabras de la autora.

Lo personal es político, una frase que resonó mucho hace un tiempo, condensa los pensamientos de una amplia gama de mujeres, feministas que escribieron hace años y cuyos saberes se hacen presentes en los proyectos de Lala Pasquinelli. “Las otras son todo”, dice con la voz cargada de cariño y se refiere, también, a las mujeres que conoció a través de su activismo. 

La idea apunta, a grandes rasgos, a que nada de lo que hacemos, sufrimos y deseamos surge por arte de magia o se limita a razones individuales: es el resultado de una historia y de una situación social, política y económica. Y si lo personal es político, la belleza y la feminidad también lo son. Los mandatos que cuestiona Lala no se agotan en simples estereotipos sin trasfondo, sino que fijan a las mujeres en una posición de sometimiento y explotación, en términos políticos y económicos.

A mí me interesaba mucho establecer esos links en el libro, unir esos puntos entre sistema económico, patriarcado, explotación de las mujeres, belleza”, asevera. “Hoy ser mujeres en este mundo implica hacer el trabajo doméstico gratuitamente, voluntariamente, adentro de tu casa, hacerlo lo mejor posible. Implica cada vez más obligaciones en términos de la crianza y en términos de los cuidados”, a las cuales se añade una altísima cantidad de tiempo y energías destinadas a encarnar el ideal de belleza, a pesar de que nunca sea suficiente.

Otro señalamiento clave en La Estafa de la Feminidad es la forma en que, aún ocupando roles antes reservados a los varones, las tareas de cuidado y reproducción de la vida siguieron recayendo sobre las mujeres. “Lo dimos todo para ir subiendo en la escala, y para acceder a espacios de poder. Llenamos las universidades, nos graduamos, hicimos posgrados, másteres, doctorados, y aún así no ocupamos los espacios de decisión”, indica la autora. ¿El resultado? Millones de mujeres extenuadas porque, al trabajo productivo, se suma el viejo trabajo doméstico que, a pesar de no ser valorado socialmente, representa más del 15% del PBI nacional.

La heterosexualidad es un lugar desjerarquizante para las mujeres, es una ideología que nos pone en un lugar de servicio.

“¿Cómo se convence a un grupo social tan amplio como el de las mujeres, a un sujeto político como el de las mujeres, de aceptar voluntariamente esa vida en condiciones de explotación, que trabajes sin que se te pague, ni siquiera que ese trabajo se reconozca, que vivas al borde de la extenuación, que te enfermes por ser explotada? Se necesita un dispositivo para convertir los cuerpos en dóciles, para que acepten esos niveles de explotación”, analiza la abogada.

“Para mí, la educación es la belleza logra eso, por lo menos son como las primeras materias, ¿no? Porque después vendrá el amor romántico y heterosexual, y la maternidad, por supuesto. La belleza, para mí, es la forma de producir ese cuerpo dócil, porque el que se va a exponer a la crueldad, a la violencia, al dolor, a la humillación va a ser ese cuerpo”, redondea no sin antes mencionar el trabajo de "disponibilidad sexual" que les demandan a las mujeres los vínculos heterosexuales.

Belleza y supervivencia en tiempos digitales

Las redes sociales pasaron a ocupar un lugar con una capacidad de condicionamiento exponencial en relación con lo que eran antes los medios de comunicación, o los contenidos a los que nosotras podíamos estar expuestas las generaciones previas. Hoy, ¿cuántas horas tiene una adolescente de consumo redes sociales?”, se pregunta Lala Pasquinelli. Los sondeos publicados en estos últimos años responden que ese tiempo va desde las cinco hasta las 10 horas diarias.

Hoy día “nos encontramos con niñas de cinco años o seis años que tienen bulimia y anorexia, y esto tiene que ver con los contenidos a los que están expuestas”, agrega. En La Estafa de la Feminidad, la autora describe con lujo de detalles la proliferación de contenidos que muestran a las niñas en poses sexualizadas, exhibiendo rutinas de skincare e incluso comportándose como abnegadas amas de casa para YouTube. También señala cómo, mientras las niñas son de esta manera “adultizadas”, las adultas somos recurrentemente “infantilizadas”.

De hecho, buena parte de lo femenino, apunta Lala, consiste en “la ingenuidad y la infantilización de las mujeres adultas”, cosa que queda crudamente evidenciada en las categorías más visitadas de las webs porno. “Lo más consumido tiene que ver con este rol de la colegiala, la que es inocente, la que no se da cuenta que está siendo usada y violada. Esto funciona en la construcción de nuestras identidades, nosotras vamos a ser educadas en la ingenuidad como una gestualidad, siempre con esta cosa del beboteo, que tiene que ver con una tradición histórica” visible ya en los famosos sketchs de Francella o incluso Olmedo y Porcel, por poner un solo ejemplo.

Lo más consumido tiene que ver con este rol de la colegiala, la que es inocente, la que no se da cuenta que está siendo usada y violada

De la mano de todo esto, la proliferación de plataformas de venta de contenido online que se alimentan de la cosificación de las mujeres. El mandato de belleza, dice la escritora, “no es un tema banal y no es un tema que es para gente que tiene la panza llena nada más, sino que es algo que sobre todo va a afectar a las mujeres de las clases populares o de los sectores más económicamente desfavorecidos: por un lado, la exigencia del ideal de belleza es racista y clasista, o sea, las características físicas que se exigen en la belleza son las que corresponden a las clases altas. Y esto te deja fuera los laburos, y te deja fuera del mercado del amor y el deseo, que también es un ámbito de movilidad social para las mujeres”.

“Son las mujeres que se sometan a marcar sus cuerpos para encajar en ese ideal las que van a ser elegidas para los trabajos, las que van a ser visibles en redes sociales y eso les va a traer reconocimiento económico”, porque “por supuesto siempre hay plata atrás”, continúa. “Lo mismo pasa con estas plataformas y no sólo eso, sino que, además, son otra vez nuestro cuerpo y encajar más o menos en el ideal de belleza lo único que nos permite tener un trabajo o acceder a tener algo de guita”.

Lejos de juzgar decisiones individuales, Lala apunta hacia el contexto social y económico. “Vivimos en un mundo que desprecia a las mujeres, donde las mujeres somos las más pobres entre los pobres, o sea, hacemos lo que podemos para comer y para pagar el alquiler y para vivir y para darle de comer a nuestros hijos”, y “de esa pobreza y de esta cosificación normalizada el sistema encuentra todas estas formas de explotación y de extractivismo”.

"Hermana, soltá la estafa"

Con la taza del cortado vacía hace rato sobre la mesa, la autora sugiere que “una conversación que hay que dar, sobre todo con las feministas más jóvenes, es que nosotras somos feministas y damos estas batallas no sé si porque esperamos vencer. En general hacemos lo que hacemos porque es una forma de vida, es lo que dignifica nuestras vidas más allá de que no vamos a ver los avances concretos. Por lo menos yo, en lo que trato de poner el foco para no desanimarme, es en eso, que esto hace que mi vida sea muchísimo más digna que la obediencia o que bajar los brazos”.

Cuando escribió La Estafa, Lala no tenía intención de morir en el diagnóstico y así lo refleja el resultado. Al final de cada capítulo, una serie de preguntas pretende disparar en las lectoras algunos cuestionamientos de su propia experiencia vital: “¿Qué cosas podés identificar que hiciste a lo largo de tu vida para ser querida y aceptada?”, “¿Tenés naturalizadas prácticas sobre tu cuerpo que son dolorosas, pero que las hacés igual porque es lo que se espera de las mujeres?”, “¿Te da miedo ‘quedarte sola’ si no encajás en el ideal de belleza?”.

Y, para rematar, todo el último capítulo es una exposición de algunos “aprendizajes colectivos” para empezar a liberar nuestros cuerpos de “los cautiverios -expresión tomada de la feminista mexicana Marcela Lagarde- de la feminidad”. Hacerse preguntas, buscar y generar espacios seguros con otras, actuar a pesar del “miedo, la culpa y la vergüenza”, porque no existe un “clic” definitivo que despierte conciencias de una vez y para siempre.

El devenir cálido, cercano y a la vez contundente y revelador de La Estafa de la Feminidad termina con una invitación a “volver al cuerpo”, un cuerpo que se disciplina, primordialmente, para agradar y servir a otros. Lala Pasquinelli propone así “desactivar la idea de que el cuerpo es un mecano que podés armar como te guste, que es el ‘capital humano’ que producís y moldeás de acuerdo a lo que el mercado te dice que más rinde”. Porque, “si nos desconectamos de él, dejamos de sentir y reconocer el malestar o el peligro, y si dejamos de reconocer eso” entonces “nos perdimos” a nosotras mismas.

 Y porque “la opresión se siente en el cuerpo”, pero “la liberación también”.

Portada: Alejandra Lopez.

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