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Sociedad

¿Sirve la hipnosis?

Se usó como terapia a fines del 1800. Freud y el psicoanálisis ortodoxo descreyeron de su eficacia. Para otros, sirve para curar traumas, ansiedad y adicciones. La experiencia de una redactora en el show de John Milton, el hombre que hipnotizó a Carmen Barbieri en TV.

Mi interés por la hipnosis se despertó cuando en la sala de espera del dentista una mujer me contó que para sacarle una muela la habían hipnotizado. “¿Sin anestesia?”, pregunté. “Claro”, me respondió –con el gesto que se suele usar cuando se responden las cosas obvias– y se excusó diciendo que no me podía contar más porque no recordaba nada. “¡No puede ser! –pensé–. Imposible”.

A los pocos días, mirando la TV a la mañana, me topé de nuevo con el tema: estaba en el país un hombre supuestamente famoso por hipnotizar a muchas personas a la vez. Frente a cámara, en el estudio, hizo dormir a la mismísima Carmen Barbieri que, cuando recobró la conciencia, dijo que sintió como si hubiera tomado un frasco de sedantes. El hombre es John Milton y está presentando en el Auditorio de Belgrano un show que se llama “Duérmase” (no es casual, la palabra hipnosis viene del griego ὕπνωσις, que refiere al proceso de dormir).

Cuando comenzó la función en el teatro de la calle Virrey Loreto, recordé al histórico Tusam: un personaje que veía de chica en la televisión y que prevenía con un  “puede fallar” antes de someter a alguien a alguno de sus trucos de hipnotismo. Pero este showman tenía un estilo distinto: nada de solemnidad, todo bastante chistoso. Hizo subir al escenario a unas 50 personas -entre ellos, varios chicos- que decían “no creer”. La propuesta era clara: respirar intensamente por la boca en sincronía con el resto de la gente, no pasar saliva ni cambiar el patrón y siempre “pensar y creer”. 

Con un contador en pantalla que marcaba el paso de los minutos, Milton indujo a las personas a cerrar sus ojos, mencionó por primera vez el término “sugestión” y anunció que sucederían alteraciones bioquímicas en el cerebro de los incrédulos. 

Milton indujo a las personas a cerrar sus ojos, mencionó por primera vez el término “sugestión” y anunció que sucederían alteraciones bioquímicas en el cerebro de los incrédulos. 

Algunos terminaron acostados en el suelo.

También reprodujo en la pantalla una escena en donde, en uno de sus actos, él le atravesaba la mano a un hombre con una aguja bastante gruesa sin que este sintiese nada: es más, se lo veía muy descansado. De ahí en más comenzó el show. Se apagaron las luces y la propuesta se extendió al resto del auditorio que, en sus asientos, debía hacer lo mismo: respirar según las indicaciones y poner sus manos en la nuca.

Debo confesar que bostecé un poco, pero hice trampa y me quedé mirando qué le pasaba al resto de los espectadores. Muchos mostraban expresiones relajadas y a unos cuantos -que supuestamente habían entrado en el estado hipnótico- se los invitó a subir al escenario nuevamente. Después, todo se convirtió en un espectáculo en el que me fue imposible dilucidar si lo que estaba sucediendo era cierto. No me pude dar cuenta si los hipnotizados sabían que estaban actuando esas escenas dirigidas por Milton o si simplemente se habían entregado a la parodia. Conclusión: si la risa es sanadora, puede que la intención de aliviar los síntomas de angustia haya dado resultado. No puedo decir lo mismo de aquellos a los que se les prometió perder los kilos de más que tenían. Habría que buscarlos y preguntarles. 

Pero algo no me terminaba de cerrar. Yo sabía que la hipnosis era un método cuestionado por psicoanalistas ortodoxos y ponderado por otros especialistas de la salud mental. Y que se seguía considerando entre los tratamientos valiosos para curar ciertas patologías. Inclusive, el best seller Muchas Vidas, Muchos Maestros -donde una paciente, mediante la hipnosis, se retrotrae a vidas pasadas y destraba ciertos traumas- estaba en la biblioteca de mucha gente conocida. O sea, por más que Feud la haya desestimado, muchas personas seguían recurriendo a la hipnosis para tratar temas serios. Así fue cómo terminé hablando con el psicólogo Carlos Malvezzi Taboada, director del Instituto Gubel de Asistencia, Investigación y Docencia de Hipnosis, que me describió a la hipnosis clínica como “una vieja dama de la medicina que sigue existiendo”. Pero me sugirió que no tratara de entenderla como esa vieja terapia que practicaban a fines del 1800 en el Hospital de la Pitié-Salpêtrière, ni como la que exhiben en la tele (no, no le conté de mi experiencia en el teatro).

Distender, aliviar y modificar 

Pero, para ser sincera, a mí me seguía inquietando aquella anécdota de la extracción de muela. ¿Es posible no recordar algo así? Al respecto, el especialista aseguró que sí se puede recordar lo que sucede durante el proceso hipnótico en la medida que el paciente lo necesite. “Es un reposo en alfa con picos de beta”, describió y lo comparó con los estados que alcanzan los yoguis cuando meditan “Es para que aumente la receptividad, sin tantos mecanismos de racionalización”, simplificó y agregó que es en esos momentos donde el profesional intenta modificar la creencia del paciente con un discurso positivo sobre su tema. Por ejemplo, si un niño se orina mientras duerme, durante esa sesión el médico le habla acerca de su capacidad de retener esfínteres.

Así es como los terapeutas trabajan sobre problemas como la ansiedad, el síndrome de intestino irritado, enfermedades de la piel, adicciones o con mujeres que no consiguen quedar embarazadas.

La sugestión es la aceptación de lo que dice el otro sin crítica: esa necesidad de ‘ligarnos’ es inherente al ser humano.

Carlos Malvezzi Taboada, director del Instituto Gubel de Asistencia, Investigación y Docencia de Hipnosis

Otro de los inconvenientes que denunciaba Freud era que, después de lograr que el síntoma se aliviara, este regresaba. Pero Malvezzi no está de acuerdo: “Esa es otra de las viejas concepciones”, dijo. Según él, los cuestionamientos del psicoanálisis más ortodoxo tienen que ver con “cierta ignorancia”.

Sujetos sugestionables

Malvezzi trae al método más acá y lo describe como “un modo comunicacional entre dos o más personas”, que no es rígido y que  ha ido ajustando sus pautas a las características culturales de las épocas. Según me contó, hoy se incorporan a la práctica modelos más “flexibles y criteriosos” desarrollados por Milton Ercikson en el siglo pasado.

Todo se convirtió en un espectáculo en el que me fue imposible dilucidar si lo que estaba sucediendo era cierto.

Freud encontró que la hipnosis sólo resultaba efectiva si el paciente tenía absoluta confianza en el hipnotizador y lo reconocía como una gran autoridad. Para él, eso era un inconveniente. Al respecto, Malvezzi me explicó que, efectivamente, llegó un momento en el que el psicoanálisis tuvo que sumar algo de la sugestión para que sea “maleable”. “La sugestión es la aceptación de lo que dice el otro sin crítica” y, según él, “esa necesidad de ‘ligarnos’ es inherente al ser humano”.

Jean-Marie Charcot demuestra la terapia de hipnosis en el Hospital de la Pitié-Salpêtrièreen, 1885. Foto tomada por Sigmund Freud.

Así que, una vez más, nos encontramos con el viejo y remanido dilema: creer o reventar. Pero, como reventar es un montón, yo prefiero la receta: creer o reír. Qué otra cosa se puede hacer.

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