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Columnistas

Una pasión parecida al miedo: una novela delicada en Berna

¿Qué es lo que hace que la gente se enamore? Mary Ann Clark Bremer se lo pregunta desde el inicio del libro. Dos extranjeros se conocen casualmente, adultos y viudos; mismo país de origen, puntos en común, cercanía. Nieve que pisan al unísono. Historias paralelas que se cuelan, se superponen, y se anulan. Futuro previsible. El amor como barrera, como imposibilidad, deseo trunco o historia consumada.

“Los rusos cultos como nosotros tenemos pasión por los problemas que nunca se han podido resolver. Habitualmente se poetiza sobre el amor, se lo hermosea, pero nosotros, los rusos, nos empeñamos en condimentarlo con problemas eternos”.

Dos extranjeros y el frío que decora el encuentro. Dos, en Berna, invierno, invierno de nieve y caminata. El trayecto hasta el hotel y la soledad arman el escenario. Dos rusos, frío, soledad y silencio. Dos rusos y el amor. El amor de los que nada esperan del amor.

Ella viuda y huérfana de Saúl, a la vez, sin que sea claro cuál de las dos situaciones era la que primaba. Añorando aquel amor primero y desaparecido. Recuerdos que protegen contra los fantasmas, la sorpresa y las fantasías peligrosas. Él, viudo con esa laceración de esposa muerta en campo de concentración. Viudos los dos, con soledades abrasadoras, endurecidas, rocosas.

Él le habló en ese trayecto, con la templanza y delicadeza que ella necesitaba para enamorarse nuevamente, luego del dolor del amor-muerte de su vida-viva anterior. Le habló de tal modo que abrió en ella el miedo a las heridas que nunca cerrarían. Evocar el recuerdo anterior era una garantía de distancia, esa que necesitaba para que las palabras, durante el camino, no la entregaran al riesgo de perderse en el deseo.

Al llegar al hotel, que casualmente compartían, se miraron y abrazaron con cercanía, pero también sus fantasmas fueron parte del abrazo, y ellos son el ropaje de la soledad. Ellos lo saben todo de nosotros y, como si fuese poco, ni la muerte los frena: nada los apabulla.

Se sucedieron varias noches en las que, como Sherezade, él le narró sucesivamente historias de amor, terror y venganza

Ambos perdieron el pasado, y ambos se perdieron en él desde ese instante. Se sucedieron varias noches en las que, como Sherezade, él le narró sucesivamente historias de amor, terror y venganza. Historias pequeñas, cortas historias de amor, de dolor, pérdidas y encuentros. Sutiles, repletas de silencios y finos detalles; deliciosas en su humildad, contadas con leves modulaciones, a lo largo de varios días, todos los que duró el encantamiento bajo la nieve de Berna.

El tiempo se detuvo en el país de los relojes. Se llenó de vida la vida de dos solitarios.

Pero el amor asusta, paraliza.

Y el olvido es la cosa mejor compartida del mundo.

Mary Ann Clarke llena las frases de silencios.

Y ella, viuda y paralizada, lo necesitaba cerca pero no lo sentía necesario. Aunque la vida que anhelaba estaba en él, no estaba en condiciones, ya no, para entregarse a lo imprevisible. Nunca nadie está preparado para eso.

“Ya no podría amar nuevamente. Siempre declaré ante el tribunal de los hombres ansiosos de mi boca y de mis ojos que ninguno de ellos sustituiría, en mi corazón, a mi esposo muerto. Pero a D. lo amé como pocas veces se ama a alguien, con una paradójica serenidad, con una pasión contenida y parecida al miedo: que me paraliza”.

El miedo a lo desconocido asusta, el miedo a lo ya conocido, y perdido, estremece. Estremece y congela, como la nieve en Berna.

Porque luego de esa semana de historias de las mil y una noches del amor, creyó que alguien podría sustituir a Saúl “el muerto” y sintió miedo. Otro miedo más. Porque luego de esa semana de historias de hotel sin sexo, también él sintió que enamorarse luego de enviudar en un campo de la muerte era una herejía que su amor anterior no merecía.

Todas las historias de amor que caben en una semana de Berna no alcanzan para calentar la nieve, para deshacer el hielo.

Y, poco a poco, fueron trasladándose hacia sus realidades, como sonámbulos. Se tomaron del brazo y caminaron hacia la cafetería por última vez. Eran la misma historia, una luz desvanecida, la misma carne, la misma derrota.

Una novela cargada de silencios, en la que los registros están al costado de las frases y al margen de las palabras. Una novela delicada. De perdedores.

Clark Bremer, Mary Ann, Una pasión parecida al miedo, Editorial Periférica, Madrid,

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