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Columnistas

Sorteos y beneficios de la patria cuponera

Algo quedó de aquellos Patacones y Lecops. Una especie de memoria colectiva del Club del Trueque fue ganando los modos de las grandes cadenas de supermercados, bancos y shoppings: los cupones de descuentos y beneficios.

“Llevando dos unidades iguales te devolvemos el 30% en la segunda unidad” es el encabezado de un extenso texto escrito en diminutas letras –marginadas por la oftalmología- que dejan al cupón al borde de su refutación. Son tantas las excepciones que será casi imposible ganar algo. La letra chica de los contratos tiene su equivalencia en el relato acelerado de los avisos de la radio: “PromociónválidasóloparasucursalesdeCapitalyGBAlosdíasmartes10a10:30llevando3omásproductosdelamismamarcahastagotarstock”.

Una especie de memoria colectiva del Club del Trueque fue ganando los modos de las grandes cadenas de supermercados, bancos y shoppings.

Los relatos de las promociones constituyen un nuevo género literario en el que el eje del conflicto lo marca la pareja antagónica de La Regla y La Excepción. Es en torno a esas figuras como sucede la acción. Un discurso estridente y prometedor es atenuado por otro que pretende transitar con disimulo y rapidez. Funciona.

Después de todo, los premios solitos se encargan de exhibir sus propias limitaciones: un Spa Day en un paraíso demasiado doméstico o la depilación definitiva de una pierna a elección pueden ser algunos de los tentadores beneficios que se presentan con la apariencia –siempre fantasmal- de la promesa.

Los cupones se acumulan para ser usados en una ocasión que nunca llega, en un día improbable (que seguro ya pasó). Pero a veces las promesas de beneficios no son impresas, sino digitales. Cada vez más las redes sociales funcionan de plataformas para las promo. La letra chica fue reemplazada por el algoritmo.

La letra chica fue reemplazada por el algoritmo.

Hace pocos días, un chiste digital por el Día de los Inocentes le salió caro a la fábrica de alfajores Havanna (cayó su cotización en la Bolsa, fue imputada por Defensa del Consumidor y debió reparar su error regalando cientos de cajas con delicias a los usuarios más crédulos). Si la promo fallida hubiera sido de cupones, hoy no estaría escrita esta línea. Pero el efecto multiplicador de las redes también multiplica el tamaño de los errores. Y acá estamos. Clink caja… de alfajores.

No sólo se trata de ofertas de ocasión, también hay programas que premian la fidelidad del cliente, esa forma solemne de llamar a la recurrencia en el consumo.

Aquella máxima tántrica sobre la postergación del deseo fue tomada muy en serio por los programas de beneficios de las empresas. Se trata de acumular puntos para llegar a las máximas aspiraciones. Y tras haber gastado casi medio millón de pesos con la tarjeta de crédito ya se pueden canjear los puntos por un set completo de repasadores; una metáfora textil de que el cliente ha quedado seco.

Esa forma clientelar de la fidelidad desplazó del centro de la escena al Premio. ¡Antes existía el premio, señores! Ya sea por mérito o por azar se obtenía algo a cambio. Pero aquello fue reemplazado por el beneficio, heredero dilecto de la ventaja.

Tras haber gastado casi medio millón de pesos con la tarjeta de crédito ya se pueden canjear los puntos por un set completo de repasadores.

El peso específico del premio fue diluido en un caldo de pequeños beneficios: miles de cupones y cuponcitos que se prenden y se apagan según las circunstancias intermitentes del calendario o de cualquier otro capricho. ¡Ahora ganamos todos! En la Patria Cuponera no hay un podio para pocos, sino una extensa llanura en la que todos –a un mismo nivel- esperan una ventajita con el rostro ansioso y bobo, propio de quien está a punto de recibir una muestra gratis de lo que sea. Una oportunidad imposible de desperdiciar.

¡Felicitaciones! Si llegaste hasta este punto de la lectura te hiciste acreedor a un 50% de descuento de algo que todavía no existe.

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