Carmen Amaya es una bailarina de flamenco cuyo nacimiento habría sido un día como hoy pero de 1913, aunque por la falta de registros oficiales algunas fuentes ponen en duda la precisión de la fecha. Criada en un barrio sumamente pobre de Barcelona, entre música y danza, se consagró en el flamenco y se convirtió en un ícono del género en todo el mundo.

“El Doodle de hoy, ilustrado por la artista invitada Genie Espinoza, radicada en Barcelona, ​​rinde homenaje a la bailarina romaní española Carmen Amaya”, escribieron desde Google hoy para explicar su homenaje, que consiste en un dibujo que recrea los característicos movimientos de la española.

“Considerada una de las mejores bailaoras de flamenco de todos los tiempos, la energía y personalidad ilimitadas de Amaya se manifestaban en cada uno de sus movimientos”, se lee también en el texto que acompaña al Doodle.

El barrio en el que se crió Carmen, en el que según palabras de medios catalanes las personas vivían en “condiciones inhumanas”, ya no existe. En su lugar, hoy se extiende uno de los espacios más turísticos de Barcelona. Sin embargo, durante la infancia de la bailarina se erigía allí una serie de barracas en lo que se conocía como la playa del Somorrostro.

En la número 48, Carmen creció bajo la influencia de un padre guitarrista y una madre que se dedicaba a bailar, aunque no de forma profesional. La reconocida artista bailó desde sus cuatro años al ritmo de la guitarra de su padre, hasta que un productor la vio en acción y la contrató para protagonizar espectáculos en el Teatro Español de Barcelona y el Teatro Palace de París.

Desde 1929, Carmen Amaya giró por España y Portugal con algunos de los bailarines de flamenco más aclamados de la época. Así, empezó a destacarse por lo enfático de sus movimientos, en los que todo su cuerpo estaba presente con especial presencia de sus pies, los cuales movía a alta velocidad.

Con el avance de su carrera como bailaora, Amaya construyó gran popularidad en América Latina, al punto tal que vivió un tiempo en Buenos Aires y otro en México.

Sus giras la llevaron a Cuba, Brasil e incluso Nueva York. Centró el final de su carrera en Hollywood y actuó en películas como La Historia de los Tarantos, y en la década de los ’40 llegó a interpretar una versión de El Amor Brujo de Manuel de Falla ante 20 mil personas en el Hollywood Bowl con la Orquesta Filarmónica.

Tras su regreso a España, murió de una enfermedad renal a los 45 años causando gran conmoción y tristeza en todo el mundo, pero el reconocimiento y la memoria de su arte perduran hasta hoy.