Hacía mucho que no lloraba. Estábamos en la cama, a punto de irnos a dormir y a raíz de una situación en donde había actuado con mi hija desde el enojo, le pedí disculpas y le dije: “perdoname, me equivoqué. Me equivoco muy seguido”. Ella me dijo: “Sí, ya sé, pa. No pasa nada”. En ese “no pasa nada”, sentí su comprensión y su amor hacia mí. Me emocionó tanto que empecé a lagrimear. Entonces mi hija me acarició el cachete con una dulzura única.
En la niñez, el llanto está muy presente. De hecho, suele suceder apenas llegamos al mundo. Es la forma en la que el bebé indica que algo está mal: un estómago vacío, un pañal mojado, unos pies fríos, cansancio o la necesidad de ser abrazado. Luego, está presente cuando el niño o la niña se caen, se frustran, etc, etc, ect.
Siento que los adultos a veces se ponen una coraza y no se permiten llorar frente a sus hijos o hijas. Supongo que tiene que ver con una idea de no transmitirles una tristeza propia, como protegiéndolos de nuestro estado de fragilidad. No nos queremos mostrar débiles. Nos da culpa. Solo basta con recordar las veces que vimos llorar a nuestros padres y no creo que sean muchas. Reprimir un llanto nunca es bueno. Y hacerlo creyendo que no es correcto que nuestros hijos nos vean así no es una justificación razonable.
Creer que no llorar frente a ellos les da una imagen de seguridad es erróneo. Más bien, si nunca lo hacemos nos veremos como una máquina. Por el contrario, si nos permitimos expresar ese tipo de emociones en su presencia, les estamos mostrando que en cualquier instante de la vida podemos tener momentos de fragilidad. Nos acerca emocional e íntimamente a los seres que más queremos. Y, para nosotros, es un regalo que nuestros hijos e hijas nos abracen en esos instantes en donde más lo necesitamos. Estarán practicando una acción de compasión desplegando su capacidad de protección y de empatía. Es amor puro. Para nuestro corazón y para el de ellos y ellas. Y será beneficioso para su crecimiento emocional.
Claro está que cuando me refiero a que nos permitamos expresar nuestra emoción de tristeza a través de un llanto, no estoy hablando de un momento de depresión. Ahí la situación pasa por otro lado, que tiene que ver con hacernos cargo de nuestro estado anímico para trabajarnos internamente.
También creo que es clave el diálogo que acompañará a esa situación. Compartir la razón de nuestras lágrimas. Probablemente recibiremos unas sabias palabras de nuestros hijos como también será interesante el mensaje que ellos recibirán acerca de los motivos que pueden llegar a generar tristeza a lo largo de la vida. Que sepan que ser adultos no significa estar alejados de las emociones. Que es válido y sano expresarlas. Que muchas veces solo no podemos y se necesita ayuda. Y que esa ayuda puede ser simplemente un abrazo contenedor, comprensivo y amoroso.