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Cultura & Espectáculos

“Lo que lamento es no tener miedo”: Fernando Soto Roland, autor de "El lobizón de Carlos Casares"

Fernando Jorge Soto Roland investiga las tradiciones populares y la mitología de los pueblos. Se dedicó al caso del lobizón que apareció en Carlos Casares, un pueblo del interior de Buenos Aires, ese mito guaraní del séptimo hijo varón que se convierte en lobo como Nazareno Cruz. Trató el caso como investigó “el caso del hombre gato, apariciones de extraterrestres en Capilla del Monte, (el caso de) un vampiro en las cercanías de esta ciudad de Córdoba”, alejado del esoterismo y posicionado como historiador y periodista.

Soto Roland es Profesor de Historia de la Universidad Nacional de Mar del Plata, presenta su nuevo libro, “El lobizón de Carlos Casares”, parte de la colección LA MARCIANA, publicada por el Centro de Investigaciones Fantásticas Editoriales (CIFE) el próximo 3 de abril en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

El lobizón, fantasmas y otras yerbas

A los monstruos los miramos con miedo pero nos gana la fascinación. Ocupan el lugar de lo que no queremos ver pero al mismo tiempo no podemos dejar de contemplar. “Marzo del ‘73, había un lobizón rondando por la zona”, dice el periódico El Oeste, al que Soto Roland se remite para su ensayo. Aunque a su mirada esté mediada por su disciplina, “el lobizón siempre irrumpía”.

“La historia del lobo empezó hace 50 años, mientras vivía en la ciudad de Bolivar, al centro de la provincia de Buenos Aires” rememora Soto Roland en una entrevista para Diario Con Vos, y se detiene para invocar la infancia en el interior. “La memoria es tan maleable, se va modificando con el paso de los años”, cuenta mientras evoca imágenes de esos años.

De nene pasó sin dormir 15 noches. El chiquito Fernando se tapaba la cabeza abajo de las sábanas, “la sola idea de pensar que había un hombre lobo dando vueltas cerca de mi casa me generó un terror enorme”.

“La frutilla del postre la generó el padre de un amigo mío”, el autor dice que era músico y que pasaba los fines de semana recorriendo los pueblos de la zona; cuando Héctor Crespo, padre del amigo Danielito tiró en la mesa del comedor el periódico El Oeste, un medio local con una extensión que variaba entre 1 y 2 páginas, que salía tres veces por semana, y le dijo, más serio que nunca, “no, no es mentira, es verdad”, al niño el terror lo inundó.

Soto Roland se encontró con el identikit del ser en primera plana: “ahí fue la primera vez que supe el lugar exacto donde el monstruo había aparecido” y cuenta que el terror lo inundó. La amenaza ahora era real. “Guardaba un falso recuerdo de ese dibujo, yo lo recordaba muy parecido a las imágenes de las películas de la Hammer, la productora inglesa, se me mezclaba con las imágenes del actor que hacía de hombre lobo en Hollywood”.

Igual, reconstruye Fernando a través de los testimonios de los vecinos con los que se pudo comunicar, “hubo muchos testigos que juraron haberlo visto, dar saltos impresionantes, saltos que permitían que la criatura llegara a un techo de una casa y se perdiera en la oscuridad, que por entonces se hacía aun más oscura por los tiempos que Carlos Casares estaba viviendo”.

Inseguridades reales

Quise saber si la identidad del lobizón se había revelado, si alguna vez el pueblo había sospechado de alguien o si sospechaba ahora. Me respondió que “el dibujo existía, el dibujo existe, el identikit es un dibujo que te diría tiene una cierta cuota de inocencia. A mis 10 años, ver a un hombre lobo en dos patas, caminando por un cañaveral, me generó un miedo tremendo”.

Todas las hipótesis parecen coincidir en que “el lobizón no era otro que el fotógrafo del periódico, Raphael “el Loco” Testa, un personaje que despertaba carcajadas en la gente, un tipo en extremo simpático, entrador, muchos decían que lo había armado en contacto con los dueños del diario para vender más ejemplares”, aunque, sobre esta idea, el autor afirma “yo no estoy tan seguro”.

Cuando tuvo la suerte de contactarse con Raphael, dijo que “siempre se mostró irónico, no me respondió ninguna de las preguntas”. El sospechoso lo saludó, después de sus agradecimientos, diciendo “no lo abrazo porque lamentablemente me están creciendo las uñas”. No vivía más en Casares, “lamentablemente falleció, sigo en contacto con la hija y voy a tener la suerte de que el lunes 3 ella este acá en la presentación del libro”.

Cuando le pregunté cómo se había acercado al caso me contó que en internet “no había absolutamente nada del lobizón de Carlos Casares, únicamente había una notita de unas maestras del pueblo que […] habían hecho como una recopilación de recuerdos de sus abuelos”. Me dice, “habían hecho un trabajo, se lo pedí”. El trabajo consistía en que en el colegio reavivaran la leyenda del lugar. “Nunca me lo mandó”.

Los pueblos retienen sus mitos si quieren. A la maestra, dice Soto Roland, cuando había ido al diario a buscar más información, “le habían comentado que el archivo se había perdido y no tenían absolutamente nada”. Buscando respuestas, contó, “empecé a hablar con vecinos y fueron los que más o menos me reconstruyeron parte de la historia, la memoria es flaca”. Las anécdotas eran erráticas y fragmentarias, “cuando tuve acceso al diario me di cuenta de que nada tenía que ver con lo que me habían informado”.

Pueblo chico, infierno grande

El lobo apareció en el nuevo barrio Martín Fierro, un barrio del Bajo, una construcción de emergencia para alojar a la gente con la casa y los campos inundados. “El deambular del lobizón en Casares no se extendió más de 15 días” y “a medida que fueron pasando los días y las publicaciones del Oeste, todo parecería indicar que el miedo no solo lo sentí yo en Bolívar sino que lo empezaron a sentir muchos habitantes de Carlos Casares, especialmente cuando los relatos parecían estar atravesando las vías del tren”.

Dice Rosemary Jackson que lo fantástico funciona porque este mundo, el mundo real, recombina sus piezas y produce algo extraño, algo completamente otro, pero siempre anclado al momento histórico que lo construye. Soto Roland sostiene, “en todos los pueblos las vías del tren son como una especie de frontera que marca no solamente diferencias sociales sino también imaginarios distintos”.

Observa que de un lado de las vías está el centro, del otro los suburbios, esos barrios obreros y humildes, como el barrio en el que nació el monstruo. “Por supuesto que hay una mirada clasista, la había, no se si ahora sigue existiendo, pero el más allá de las vías yo te diría que es una constante en casi todos los pueblos”. Cuando el deambular del lobizón “atravesó los rieles, ahí parece que la cosa empezó a espesarse”.

El miedo se fue propagando, a veces silencioso, a veces con violencia. “Mucha gente salió armada, se corría el riesgo de que algún inocente que estuviera caminando a la noche fuera alcanzado por los tiros, el diario tiene fotos de personas arriba de las camionetas armadas con palos”.

A mi pregunta de si cree que al monstruo lo creó la histeria colectiva para, de alguna manera, purgar su contexto, Soto Roland me dijo, “había una gran inundación, una gran crisis, la gente, digamos, se obsesionó con este ser que en mi opinión no es otra cosa que un producto del imaginario colectivo; lo cierto es que El Oeste se encargó de alimentar ese miedo, de un miedo, digamos, a lo sobrenatural, que con el paso de los días se convirtió en un temor más terrenal”.

Las fotos con los palos y las armas lo comprueban. “En determinado momento la cosa se empezó a salir de su carril y el diario tuvo que bajar el tono con el que había dado la primera noticia”, la gente desconfiaba del desenvolvimiento de la policía, los vecinos actuaban ellos.

Me dijo que lo importante “es tener en cuenta el contexto, el de aquellos días era complicado, no solo a nivel nacional, un país que estaba sumido en la violencia política, en una crisis económica mundial tremenda, con devaluaciones, con inflación, y con un presidente que había estado 18 años en el exilio (Perón), que regresaba al país generando las esperanzas de más de la mitad del país”.

En el pueblo esa crisis general estaba acrecentada por una de las inundaciones más fuertes que había sufrido Carlos Casares, “era una situación de mucha tensión y eso colaboró con que estos monstruos asomaran la cabeza”.

Los monstruos son imágenes

La crisis tomó un cuerpo, “tomó una forma concreta, mas fácil de combatir”. “Esos bichos suelen aparecen en momentos críticos”. Emergen en los momentos “de transición”, “especialmente de dictaduras a democracias”, cuenta el autor, que también recuerda “el caso del hombre gato de Brandsen”, que nació en un período parecido.

¿Operación oportunista del diario o fruto de la construcción colectiva?, me pregunto, y Soto Roland responde, “no creo que haya sido una operación del periódico”. “Se dio de una manera ‘natural’. Sin spoilear el libro, “el lobizón hizo su primera aparición un día antes de las elecciones presidenciales del año ‘73” y la publicación del triunfo de Cámpora y del triunfo histórico del justicialismo, se ganó la segunda página. La primera plana tenía al lobizón, que “aterraba al pueblo de Casares”.

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