Una de las primeras grandes mentiras que reciben los niños y niñas tiene que ver con la Navidad. Se les suele decir que hay que escribirle una carta a Papá Noel pidiéndole un regalo, justificando el merecimiento del mismo por haberse portado bien durante el año. Cuando llega el 24 de diciembre misteriosamente aparecen los regalos debajo del arbolito y en algunos casos todo esto está apoyado por alguien que se disfrazó de Santa. Así la mentira es completa. Por supuesto que hay buenas intenciones, pero no deja de ser una gran mentira.
Y cuando el niño tiene ocho o nueve años de edad, descubre que todo era una farsa y en muchos casos los padres ni siquiera les hablan acerca de la no existencia de Papá Noel. Se enteran por un tercero ya que es difícil dar la cara y decir: “Era mentira”. Mentimos porque todos lo hacen. Porque nos mintieron a nosotros y nunca nos preguntamos que nos provocó cuando descubrimos que todo no era cierto.
Y si alguien quiere o intenta deschavar la mentira, es atacado con el mote de anti fiesta o anti Navidad. El acuerdo familiar no permite que se sepa la verdad. La construcción se hace entre todos. Los únicos que no se enteran son los niños que abren un regalo tras otro creyendo que se los dejó un tipo de barba blanca que ni siquiera los conoce pero que los premia por haber cumplido con sus deberes durante el año. Y ahí vaya a saber uno cuáles son los deberes que entran en juego. Esa es otra historia.
A mi entender, las mentiras nunca están justificadas. Son mentiras. Pocos se preguntan el proceso mental de un niño al enterarse que se creyó algo que no era y que fue ideado por las personas de mayor confianza de su entorno. Uno podría inferir que cabe la siguiente conclusión por parte de nuestros hijos: “si me mintió tanto tiempo con esto, me mentirá con otras cosas”. No hay un perdón ni una disculpa. Estuvo bien mentir porque lo hacen todos. Y esa mentira es funcional al consumo desmedido que pide el sistema. Arbolitos, guirnaldas, luces, pesebres, comida, regalos de todo tipo, etc, etc, etc.
Con mi hija jugamos a la Navidad, que es muy distinto. Ella sabe que es una historia y que Papá Noel no existe. Le atrae el personaje, decorar el arbolito y recibir un regalo. Me gustaría subirme menos a la ola Navideña por el consumismo que conlleva, pero evitar el bombardeo me es imposible. Así que nos sumamos jugando, pero sin que falte la verdad.
Y el regalo que abre fue adquirido por mí, no se lo dio un extraño que vive en el polo norte y que premia el “buen comportamiento”. Se lo obsequia su padre que piensa en ella y que simplemente le compró algo porque la ama.