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Cultura & Espectáculos

Que por tí llore el Tigris

Emilienne Malfatto escribe con las vísceras.

“Llevo la muerte adentro. Me vino con la vida”. Así comienza este estallido que rompe el alma y revienta el papel.  Una historia simple en principio: la juventud, el amor, o algo que podría parecerse a eso, y las tradiciones ancestrales…También la violencia, claro, porque Medio Oriente vive de ese modo desde siempre y a veces pareciera que hasta nunca.

…Y el Tigris: porque también habla el río en la novela. El testigo absoluto, el que todo lo observa.

Emilienne Malfatto escribe con las vísceras. Es un huracán que arrastra todo en su escritura.

No da respiro, no deja espacio para acomodarse. La novela informa, desde el inicio, que no puede haber final feliz. Como en las tragedias griegas hay una historia y un coro que avisa que no hay salida, todo está guionado de antemano y la historia se ira acercando página a página a un final inevitable.

Lo que podría ser solo el relato de un femicidio es también una cruda, crudísima, reflexión sobre las tradiciones, la violencia, la construcción de la identidad colectiva, los derechos individuales y, en definitiva, sobre la vida y la muerte.

Desde la primera frase sabemos que habrá un asesinato: el de la protagonista del relato. Una familia tradicional musulmana, que deja Bagdad, porque hay poco de azar en las bombas que estallan a diario, los cuerpos que se quedan sin extremidades y la violencia, siempre la violencia, que cruza la historia de Irak y la región. Habrá una muerte porque hay otras, otras, y otras, que se eslabonan y necesitan entre sí. Como si no alcanzara con la pobreza, las oscuras tradiciones del islam conservador, el machismo y las prohibiciones, además, todo está regado, siempre, por ingentes cantidades de sangre.

Emilienne Malfatto escribe con las vísceras. Es los golpes desaforados de un boxeador enloquecido.

Amores infantiles que descubren cuerpos jóvenes, deseo. “No hubo placer, un encuentro sin brillo, precipitado. Mohammed me hizo suya como un soldado ebrio lanzado al ataque, ciego, torpe, obstinado”. La tragedia de la guerra se lleva a su futuro esposo y, a los pocos días se lleva su vida con el estallido de una bomba sobre un edificio. Y todo se precipita.

“El honor importa más que la vida. Para los nuestros, vale más una chica muerta que una madre sin casar”.

Un embarazo que, contradictoriamente, es una marca de muerte y no de vida, porque en el mundo tradicional musulmán: “El honor importa más que la vida. Para los nuestros, vale más una chica muerta que una madre sin casar”.

A partir de ese momento la narradora deja paso al resto de la familia que irá contando, con crudeza, el proceso hacia el final inevitable. Su hermano mayor: “Soy el asesino. Mataré dentro de poco y aun lo ignoro. No seré yo quien mate, será la calle, el barrio, la ciudad. El país. Dentro de poco matare por primera vez”. Baneen, la cuñada: “Soy la que observa, la que juzga y condena. La que la sociedad acepta, la que glorifica a su esposo”.  También Mohammed hablara, por supuesto: “Estoy muerto por error. Un final estúpido. Yo soñaba heroísmo, soy un daño colateral. Estoy muerto y nunca seré padre, nunca esposo, nunca jamás ni amante ni amigo”.  Todos serán parte de esta historia de final inevitable, todos lo lamentaran, pero nadie podrá hacer nada para modificar la tradición. Las tradiciones no se discuten, no se dudan, se cumplen.

El gran marco de la novela es la guerra, las infinitas guerras que se suceden es ese triángulo que fue el origen de la cultura de la humanidad: las ancestrales por el territorio, las modernas por los recursos, las ideológicas, las religiosas, las morales y las que se libran en los cuerpos de las mujeres. Siempre la guerra. Siempre la sangre. El rio de sangre que, como el Tigris, recorre incesante y eterno la región.

El muro de sangre, constante, inevitable. “La guerra no es ni noble ni grandiosa, ni tiene nada de valiente, la guerra son los hombres aterrados echados entre el lodo y la mierda que rezan a Dios para no morir. Es un lujo poder permanecer en paz. Matamos y nos matan. Somos un país de víctimas y de asesinos.”

Y en medio de tanta muerte, un femicidio. Las tradiciones no se discuten, se respetan y se cumplen.

Solo una muerte más en medio de tanta muerte.

Emilienne Malfatto escribe con las vísceras. Y se desgarra en cada frase, rompe el aire, incomoda, agrede, provoca.

El Tigris riega este país de arena y escorpiones, de deseos reprimidos en el que las mujeres pagan por los hombres, en el que la muerte se eslabona como las cuentas de los abalorios del rezo. Allí, el rio que era una cinta plateada bajo la luna se vuelve rojo como el carmín, allí, es de noche. Todo noche. Noche oscura. Noche muerte.

Malfatto, Emilienne, Que por ti llore el Tigris, Metalucida, Buenos Aires. 2022.

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