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Columnistas

La tesis de la última crisis

Un ejecutivo argentino de un banco estadounidense que está hace décadas en nuestro país se cansó del escepticismo que le transmitían los funcionarios del Departamento de Estado que lo habían convocado para que diera su parecer de la situación hace dos semanas, y soltó una variación de esta frase, en inglés: “Ojo que cuando mirás los números las cosas no están tan mal, eh”.

Con toda la incertidumbre que acarrea la sola mención de la Argentina frente a representantes de la Casa Blanca o de los mercados de crédito, dada la larga historia de crisis y socorros y nuevas crisis, el financista primero expuso sus pronósticos para este año y para el que viene:

- 2022: 4% de crecimiento y 60% de inflación;

- 2023: 2,5% y 52%.

Lo primero que subrayó es que el pico inflacionario de marzo de 6,7% fue eso, un pico, y que a partir de ahora la situación debería estabilizarse, es cierto, más arriba, pero debería calmarse. Pero luego, siguió agregando comentarios positivos sobre el estado de cosas, como si hasta un broker de las finanzas globales que hace años alterna entre Londres, Nueva York y Buenos Aires también pudiera sentir algo de cierto orgullo nacionalista cuando habla del lugar donde nació. 

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Añadió que a pesar de toda la retórica que en su momento vendió el gobierno de Mauricio Macri, de que con el Frente de Todos “se venía Venezuela”, al menos hasta ahora la conducción del ministerio de Economía, en manos de Martín Guzmán, viene mostrando una racionalidad impensada para un gobierno con el kirchnerismo adentro, lo cual explicaría la interna interminable. 

“Pueden estar todos borrachos en el avión, pero es el piloto que garantiza que no va a estrellarse”, es la metáfora con la que sintetizó el rol del funcionario que el lunes pasado, cuando anunció bonos para jubilados y trabajadores informales, se hizo un momento para subrayar que el déficit primario del primer trimestre había sido apenas 0,3%, por debajo de la meta acordada con el Fondo Monetario Internacional, un Fondo que además -según esos interlocutores del gobierno yankee- no se va a poner la gorra en ningún momento de las revisiones trimestrales. “Damage control” es el lema con el que se moverán los burócratas: te pasas una meta por medio punto o por un punto, “fue la guerra” y a otra cosa.

El pico inflacionario de marzo de 6,7% fue eso, un pico, y que a partir de ahora la situación debería estabilizarse, es cierto, más arriba, pero debería calmarse.

A todo esto, quienes han hablado con el presidente Alberto Fernández en las últimas horas, se sorprenden por la explicación ortodoxa que da sobre el camino del costo de vida para el resto del año. Destaca que como emitió mucho menos en el primer trimestre, cuando también se redujo la brecha cambiaria al rango del 70%, es esperable que se aplaque un poco la inflación a partir de mitad de año. Abril podría ceder al orden del 5%, y con un 21% en el primer cuatrimestre, habría que tener datos de 3,5% mensuales para no pasar del 60%.

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Sorpresa en EEUU. Un banquero explicó ante la Casa Blanca que tal vez las cosas no están tan mal como parecen en la Argentina.

Además, otro dato de la presentación del financista es que el tipo de cambio multilateral corregido por términos de intercambio todavía está alto y, en una mirada muy a contramano de lo que se suele escuchar acá tanto en La Cámpora como en el PRO, considera que los 14 puntos del Producto Bruto Interno que la Argentina debería refinanciar en 2025, son “nada”. Bueno, es cierto que justamente estos bancos se dedican a eso, pero enfatizan: “Son US$ 10 mil millones de dólares, lo que para una economía como esta es ínfimo”. El tema es si te prestan.

Promesas de ayer

El panorama Guido Kaczka de que -como dice el conductor de TV- la cosa en la Argentina está mal, pero no tan mal se completa en la mirada del banquero en cuestión con las habituales proyecciones respecto de sectores con potencial que en algún momento pueden transformar en realidad las promesas de generar los dólares genuinos que dejen en el olvido los frenos de la economía por la llamada restricción externa, un fantasma que vuelve a merodear ahora que el superávit comercial se está derrumbando.

Detrás del viento y la arena del acto oficial en el yacimiento de Vaca Muerta el jueves pasado, y más allá del humo de los discursos sobre los 10 años de la expropiación de YPF, hay una realidad: se termine en tiempo y forma en agosto del año que viene o demore un poco más, el próximo gobierno tendrá al menos la mitad de un gasoducto que ya le permitirá traer el gas de la Patagonia a los centros de consumo y se ahorrará una fortuna de divisas en compras externas de combustibles. “¿Vos también sos de los boludos que compraron que con un gasoducto se arregla todo?”, te sacuden desde la oposición. Pero que te podés ahorrar entre USS 500 a 1000 millones por mes de importaciones, no te lo desmiente nadie.

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Será clave, a todo esto, la negociación que están llevando a cabo las empresas constructoras de Paolo Rocca y Marcelo Mindlin, Techint Ingeniería y Construcción y Sacde, para que, cuando estén los pliegos, se presenten juntas a la licitación y puedan acelerar los procesos de una obra gigante, trabajando en conjunto.

A esta altura, el financista se entusiasmaba también con que hay algunos megaproyectos mineros en marcha en la Cordillera que se podrían sumar al despertar del litio en el Norte y al arranque de la apuesta al hidrógeno verde en el Sur, ahora más demandado por Europa desde que dio cuenta de que necesita depender menos de la energía rusa. 

El próximo gobierno tendrá al menos la mitad de un gasoducto que ya le permitirá traer el gas de la Patagonia a los centros de consumo y se ahorrará una fortuna de divisas en compras externas de combustibles.

Si además continúa la expansión de la economía del conocimiento y -más allá de los tractorazos- si el campo sigue liderando una revolución a base de biotecnología, decía nuestro lobo de Wall Street en modo embajador, no habrá que pensar en qué momento llega la “next crisis” como lo interrogaban, sino que habría que preguntarse si desde 2018 para acá no estamos viviendo una “last crisis” en los términos en los que siempre se ha pensado a nuestra economía, con falta de divisas, devaluaciones y fogonazos en los precios.

Porque, y acá se le inflaba el pecho y se le pusieron los ojos rojos, como si sintiera algo, podremos ser un bardo -les dijo seguramente con algún sinónimo anglosajón- pero hemos atravesado devaluaciones monstruosas, saltos récord en el precio de la comida y una licuación bestial de los ingresos de la población con paz social y un funcionamiento full full de la democracia, un mérito que no todos los países de la región pueden exhibir, por más que tengan moneda o mayor estabilidad económica, y que ojo, es lo que quieren desmerecer los outsiders que le ponen “casta” a todo.

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Todo servido

En un punto, todo el panorama que se describe en esta exposición en Estados Unidos permite interpretar la crítica más descarnada que se ha escuchado desde el Instituto Patria a estos dos años que vienen de gestión de Alberto, con su aspiración explícita a cumplir las metas del acuerdo con el FMI como intento estabilizador que le permita crecer un poco sin espiralizar la inflación: “Le vamos a dejar todo servido a Juntos por el Cambio”

Lo que podría ser en un país de ficción el orgullo de una administración de transición que sentara las bases para un período de estabilidad y crecimiento sobre bases posta -si este lo fuera, algo que al Presidente no le disgusta del todo- en el cristinismo es desesperación

Rodríguez Larreta participó del tractorazo y pidió no politizar la protesta  de los productores | Política | La Voz del Interior
Del tractorazo a la herencia. En los equipos económicos de Horacio Rodríguez Larreta piensan que habrá cepo para rato.

¿Qué es eso de que vamos a hacer el ajuste, tal vez el último ajuste, que deje ordenada la macro para que vengan otros a disfrutar un eventual momento de abundancia de verdes, mientras nosotros volvemos a caminar los tribunales? Una lectura que no sólo se ve en las críticas internas al rumbo de la economía, sino también en el apuro por meter mano el Poder Judicial como sea, no sea cosa que nos estemos yendo del poder sin ningún cambio tranquilizador en ese punto. Hay que echar a Losardo, che.

Además, por eso está se generan tantas preguntas al interior del universo de los disidentes con cargo en el oficialismo, sobre si seguir avalando con su presencia cada vez más repetida  en actos del Presidente el rumbo de una economía que aún con todos esos pronósticos esperanzadores que promocionaba el impensado banquero oficialista, por ahora está colgando de un hilito

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A propósito, dice la economista Marina dal Poggetto: “Las empresas preguntan si va a haber dólares; los bancos quieren saber cómo se va a resolver la nominalidad de las tasas y qué  va a pasar con tantos bonos atados a la inflación; y los periodistas preguntan si va a haber híper”. Bueno, junto a nuestro financista agregaremos: “¿Y si este mandato termina más o menos bien y luego la cosa despega, gobierne quien gobierne?”

Sin embargo, en la oposición, los que supuestamente se beneficiarían de un aterrizaje así si ganan en 2023, no quieren escuchar nada de que recibirán una herencia mejor. Un poco lo dicen porque de Macri para abajo vienen diciendo que en el “segundo tiempo” llegarán tras una crisis que le explotará “al propio populismo”, lo que les permitirá aplicar un recetario de shock que en 2015 no pudieron o no quisieron. 

Pero en parte también porque creen que el Gobierno no cumplirá con el acuerdo con el Fondo, lo que acelerará la inflación, aumentará más la pobreza y les terminará dejando una bomba de deuda de pesos para cuando asuman. 

Por esto último, quienes han estado reunidos con Hernán Lacunza, uno de los cerebros económicos cercanos a Horacio Rodríguez Larreta, lo han escuchado decir que mantendrá un tiempo las restricciones cambiarias, y que a lo sumo dará un horizonte temporal de cuándo planea ir levantándolas. “Cuando asumamos, vamos a hacer un poco de peronismo cambiario”, le atribuyen haber dicho al último ministro del gobierno anterior.

Desde la oposición creen que el Gobierno no cumplirá con el acuerdo con el Fondo, lo que acelerará la inflación, aumentará más la pobreza y les terminará dejando una bomba de deuda de pesos para cuando asuman. 

Junto al monetarismo albertista que algunos escucharon en estos días emanar desde la Casa Rosada, tal vez estemos ante una combinación que revela que estamos discutiendo diferencias cada vez más marginales, aunque el show de los extremos a veces sugiera otra cosa. 

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